Si me miras negro
y te veo blanco, si resumes mi vida por el color de mi piel y yo la tuya por
las mismas razones; si sientes miedo de acercarte y yo repelo tu cercanía,
estamos los dos en un sima distante e irreconciliable. El hombre, por su
esencia, no es negro. No es blanco. Tampoco amarillo, mulato o moreno. Es
simplemente hombre con matices epiteliales propios. Lo digo, porque ayer,
también antes y más de una vez, me preguntaron (con morbosa ironía) porque cuando se me preguntaba a cuál raza pertenezco,
mi respuesta es: a la raza humana. Y es permanente esta creencia. Mi esposa, es
eslava, de ojos claros y piel nívea, se clasifica en idéntica similitud. Tengo
la seguridad que, en esos asuntos, viajamos en la misma orbita y los dos
entendemos mejor la naturaleza humana -que es lo que nos hace persona-que a los
matices de la piel de otros. Y es frecuente juzgar por aquello que aflora a
simple vista. Si es negro, pude ser peligroso. Si es blanco lo contrario. Absurda
superficialidad destinada a empantanar la movilidad racial, el entendimiento y
la cercanía entre la gente. Ahí, en esas clasificaciones redundantes se
enclaustra el prejuicio, renace el racismo y se encumbra la auto segregación
actual. Lo peor es, a mi entender, cuando intentan remediar el problema, decirle
al de piel oscura que no lo es para nivelar la ecuación igualitaria que
funciona en la palabra pero nunca en la realidad. Es erróneo porque se simula y
altera la dinámica de la construcción racial. Tal simulación, es una separación
forzosa y un castigo dúctil en el intento
de no incomodar a nadie. Detrás de esos temas tabúes se esconde una gran hipocresía.
Ese asunto lo
entiendo muy bien. Vivo en Mississippi, una región del sur americano, donde los
matices de la piel so tomaban en cuenta. Hace algo más de cincuenta años acá
estaban tan separadas las personas de piel clara y oscura que la violencia por
motivo de raza era el pan de cada día. Hoy, todo es diferente -a pesar de los
retazos que el odio racial incrustó en la conciencia social del sur- y la gente
ubica su lugar con extremo cuidado antes esos temas complejos. La palabra negro
se excluye de cualquier modelo indicativo asociado a una persona. El término
blanco es invariable y a nadie molesta. Lo contrario advierte la victimización,
el desgano y la porfiada rareza de hacernos ver a nosotros mismos diferentes.
No es el uso de la palabra negro lo que debe incomodar. Eso es irrelevante, al
menos para mí. Debe incomodar mucho más cuando el racista silente no te llama
negro, pero no te quiere a su lado y niega el derecho a la oportunidad. Incomodan
los líderes justipreciados por la pulcritud del lenguaje y distantes de los
problemas reales de sus comunidades negras. Incomoda, y no es para menos,
aquellos pancistas asalariados que no ocultan su odio y apetecen el conflicto
para sacar ventaja y seguir sobreviviendo de la representación. Incomoda la
violencia entre iguales en los barrios donde los que aprietan el gatillo no son
personas de piel clara. Incomoda la negativa a admitir esta verdad.
Es menos
importante la envoltura que el contenido y quien lo vea a la inversa tiene un
gran problema. Y es su problema. Martí, tan grande y necesario, fue preciso
cuando escribió: “Los hombres de pompa e interés se irán de un lado, blancos o negros; y los
hombres generosos y desinteresados, se irán de otro. Los hombres verdaderos,
negros o blancos, se tratarán con lealtad y ternura, por el gusto del mérito, y
el orgullo de todo lo que honre la tierra en que nacimos”.
completamente de acuerdo contigo
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