Friday, December 21, 2018

Historia mínima de la revolución.

Llegó al poder de un país insular un ejército de vándalos. Fue en el mes de Enero. Al frente, marcaba la ruta un macho alfa con barba, aspecto delirante y marcada crueldad. Ostentaba el grado superior y fue otorgado por el mismo sin tener records de batallas. Su verbo era aburrido, pero sugerente. Enamoró a todos. Incluso, a los doctores, catedráticos e intelectuales. Todos cayeron rendidos a sus pies. Después, cuando la pesadumbre e inquietud asomaron en muchas personas, el mismo macho y sus tropas indoctas, linchaban en los cuarteles, que después fueron escuelas, a cualquier adversario. Así pasaría el resto de su vida. La gente se atemperó a su desgracia hasta encontrar rutas por el mar. Algunos morían. Otros no y hoy, muchos sobrevivientes, son lábaros de esperanza, pero están lejos. 

El país, se convirtió en un cuartel o una granja. Era una plaza. Llegó a ser, en sus mejores momentos, una monomanía sin escrúpulos. Un cuadrilátero de boxeo. Esto último era, como en los tiempos de Roma, el único espacio para zafar la ira a puñetazos limpios contra todos y nadie. 

Nada florecía. Sólo la demencia y la improvisación tenían espacio. A pesar de eso, la gente celebraba los éxitos que no veían. Bastaba un discurso. Luego, el pueblo recordaba lo bien que andaba aquella venturosa sinfonía y el aplauso siempre era la mejor respuesta. 

Los niños, incluso antes de nacer, decían consignas y formaban, como militares, levantando sus manos hacia la frente. Crecieron con la figura marchita de un criminal convertido en héroe y querían matar como aquel porque los semidioses matan para ostentar la condición de redentores. 

Las mujeres, cansada de esperar un mejor parto, descubrieron los misterios de sus cuerpos y alcanzaron a ver otras orillas. Así, el país se fue poblando de una especie animal apetecida. Eran extranjeros pobres, pero extranjeros al fin. Ellos hicieron lo demás. Fomentaron el mito de la sexualidad. (No eran americanos) sino algunos miserables gallegos o unos obreros de un taller cualquiera de Milán. Plomeros belgas o choferes franceses de casualidad y hasta algunos búlgaros nostálgicos. Llegaron canadienses por montones que los prejuiciosos aseguran aclararán la isla. Todos eran millonarios. Al menos, eso decían para despertar la curiosidad por el dinero en un pueblo que conoce solamente de centavos. 

Los jóvenes, ya no tienen país. Ni les importa. Por eso van a cualquier parte hacer las cosas por hacerlas y a exportar los morbos aprendidos en las infames escuelas del castrismo. No conocen la historia de sus abuelos. Tampoco el lugar de donde vienen. Llegan, extrañando tanto lo que dejan, que viven como siempre han vivido. Nadie cuenta con ellos. Al menos, por ahora.

El macho, el inventor, del manicomio se hizo mayor. Sobre sus canas y la vejez pasaron sus mentiras repetidas mil veces y fueron espetadas en su cara. Sin embargo, creía, como siempre creyó, en esas quimeras porque hasta en sus últimos segundos en la vida recomendaba seguir ensayando su fracaso. Su muerte, deseada por muchos o casi todos, lo sorprendió en su cama. Y murió de miedo (lo dijo el profesor Nicolás) y prefirió ser ceniza por temor a que sus huesos fueran profanados alguna vez. Y ahora mismo, está escondido en una roca de donde saldrá vencido antes de olvidarlo. Déjenlo ahí -por ahora- convertido en estiércol a media asta, donde sigue creyendo ser una bandera después del funeral.

Saturday, December 1, 2018

Carta al Presidente de España


Mississippi, 1 de diciembre de 2018

Doctor Pedro Sánchez, Presidente del Gobierno de España
La Moncloa, Madrid.
España.

Doctor Sánchez, mi nombre es Ramón Humberto Colás. Soy cubano. Vivo exiliado, como millones de cubanos y me inquieta la tragedia nacional que viven mis compatriotas en Cuba. Justamente, esta carta va dirigida a usted para expresarle mi inquietud sobre algunos asuntos relacionados a su persona y mi patria.

Recientemente Ud. ha visitado mi país. Fue un breve viaje que nada tiene de simbólico, pero si tiene mucho de realismo porque sus ideas, por lo visto y declarado en La Habana, convergen en una orientación tan próxima al de la dictadura cubana, que confunde al que ignore a España como una democracia moderna. 

Nos impresionó a muchos, incluso a españoles amigos míos, la normalidad y el derroche de afectos que compartía con un dictador. Por ahí debiéramos empezar. Ya Ud. me dirá, por definición de filosofía política, que una dictadura es una forma de gobierno. Eso es verdad, pero a ese régimen político es correcto llamarle dictadura porque está fundado sobre el poder de una persona sin limitaciones para ejercer el control de toda la sociedad. La tiranía cubana no difiere, en esencia y en ciertas formas, del franquismo que Ud. tanto odia. Con la diferencia que Franco dejaba intersticios de oportunidades en áreas como la economía y la iniciativa privada. En cambio, en la isla, el centralismo militante de la ideología en la vida económica y social, la imposición del dogmatismo marxista, al mejor estilo de Josef Stalin, han extendido la miseria en todo el territorio nacional, sin que ello les advierta, a la casta política y a sus familiares, el camino incorrecto por donde transita el país.

Hablaba Ud. de reformismo en nuestro archipiélago. Nos presentaba al señor Díaz Canel como un reformista entusiasta y comprometido en llevar a Cuba por mejores rutas. Sepa, doctor Sánchez, que para una dictadura comunista, como la cubana, reforma significa corregir, consolidar y hacer más socialismo. Así lo expresan cada día ellos mismos para seguir atemorizando a mis compatriotas hasta paralizar cualquier iniciativa democrática.

El rostro amable del nuevo “presidente” (que ningún cubano eligió en las urnas y posee esa responsabilidad por su incondicionalidad a los hermanos Castro) es el fantoche político por excelencia que probará interpretar las ideas revolucionarias del castrismo sin separase un centímetro del guion original. No hay cantos de sirenas a la vista. Ni nos aproximamos a una rectificación por parte del régimen por el daño causado a uno de los pueblos más nobles e inteligentes de la tierra. La insistencia por gobernar con mano dura y despiadada alevosía se justifica por los beneficios que obtienen desde la cima del poder. Cuba es propiedad de los Castro y ahora tiene nuevos capataces para mostrar al mundo que su voracidad tiene una pausa simbólica.

Sepa, doctor Sánchez, que los cubanos siempre hemos estado muy cerca de España. Lazos de afectos, familiares y emocionales nos unen desde hace siglos a pesar del abominable crimen de la esclavitud y el pillaje del colonialismo español. Sin embargo, mis compatriotas de hoy, aquellos que luchan intramuros contra la dictadura cubana o en diferentes barricadas en el mundo, no olvidaremos su complicidad con quienes limitan el derecho sagrado de los cubanos a la libertad.

Usted favorece al régimen cubano internacionalmente. Se ve como aprovecha la condición de España, como puerta a Europa, para alivianar el peso de las sanciones de las democracias europeas contra el estado cubano. Es inmoral mirar al otro lado y no darle apoyo a los opositores por favorecer a sus compinches ideológicos. No es ético, tratándose del presidente de una democracia moderna, profundizar los intereses comerciales de un empresariado español que no oculta sus ribetes de racistas y da oxígeno al castrismo para, obviamente, extender en el tiempo esta pesadilla en nuestro país.

Le vi reunido con supuestos representantes de la sociedad civil cubana. ¿Le ha preguntado usted, cuántos de ellos son independientes del poder político? ¿Por qué consagran sus esfuerzos en fortalecer el sistema sin permitir que otros (los verdaderos independientes) sostengan proyectos viables para beneficio de los cubanos? ¿Qué motivaciones tienen para convertirse en turbas violentas y atacar a quienes no piensan como ellos? ¿Hasta dónde llega su impacto en el conjunto de la sociedad cubana cuando interpretan el mismo rol de la dictadura? Usted ha perdido la oportunidad de conocer a la verdadera Cuba. Esa que tiene grandes frustraciones, la que se escapa arriesgando su vida, la que se prostituye por fruslerías y la que se paraliza por la represión y el miedo cerval infundido por quienes le recibieron. La Habana no se puede, porque es imposible, conocerla en un paseo, por su parte restaurada, en tan solo treinta minutos. La capital cubana es un crisol humano. Un espacio habitado por personas ingeniosas que han perdido toda esperanza. Que ven caer a sus pies a una ciudad que antes la llegada de Castro al poder era considerada una de las más influyentes de América. Sin embargo, hoy parece una capital bombardeada por el abandono y sus ruinas, cotidiana en fin, son responsabilidad única de la nomenclatura que le sirvió de anfitrión.

Usted, doctor Sánchez, pudo haber conocido a Cuba y a La Habana, si el valor, reservado a la dignidad y el decoro, le hubiera acompañado. Los opositores a la dictadura tienen una visión diferente de la realidad cubana. Son quienes mejor pudieron exponérsela y desnudarla en su interior. Sin embargo, Ud. optó por hacer valer la versión de quienes violan los derechos humanos y cercenan libertades. Los opositores le hubieran presentado a un médico preso, el doctor Eduardo Cardet, sus proyectos de cambios, las heridas del castrismo, los testimonios ensangrentados de quienes han sufrido cárceles, torturas, acosos y represiones. La versión de los oposicionistas retrata al cubano de a pie porque son ellos mismos.

Observo, señor presidente, como desde cualquier rincón de España se advierte una fascinación por Cuba. Si alguien sabe que la isla es una nación fascinante son los españoles. Sin embargo, ese encanto permite mirar a mi país con una superficialidad enfermiza. Los políticos, lo hacen desde el prisma del régimen confundiendo, por prematura ignorancia, a la nación con Castro. Llegan a enamorarse de los que mandan y aquellos representantes del ciudadano español no muestra la misma preocupación si se trata de un cubano. Ya lo sé, doctor Sánchez. Es culpa de una propaganda holista, fulera y sutil que les ha contaminado tanto hasta percibir con buenos ojos a la última dictadura de occidente. A usted y a otros políticos de su país los veo y los escucho hablar de los trabajadores y como se convierten de paladines y defensores de sus derechos. ¿Si son hermanos ideológicos de las masas trabajadoras porque no la tuvo en el centro de su misión en La Habana? También lo sé, no se puede incomodar al régimen, el dialogo y el talante político (palabras de Zapatero) son las armas adecuadas para tratar con Cuba. La dictadura cubana habla con todo el mundo, menos con su pueblo y eso desnuda parte de su naturaleza punible. 
     
Dijo usted, para elevar el tono de la presunción de genio, que su visita fue histórica. Es poco creíble. Tal vez, demasiado exagerada. La historia no se hace sin los pueblos. Aquel que visite Cuba, como Ud. acaba de hacer para dar preferencia a la tiranía, y reniegue a su pueblo, no puede ser parte de la historia.

¡ANIMO!

Ramón Colás