Thursday, August 11, 2016

Dos notas urgentes

Y si Fariñas muere

La huelga de hambre y sed de Guillermo Fariñas no parece convertir a los que abjuran y mucho menos conmover su piedad. Los que gobiernan Cuba, los viejos comandantes y generales rebeldes, se hicieron con el poder a metrallazos limpios.  Su credo es la violencia, terreno donde se fortalecen y justifican su estancia en el poder. Una acción pacífica no les conmueve y la muerte de alguien jamás les ha sorprendido porque la han ejecutado sin clemencia.

Fariñas lo sabe. Además, es psicólogo para entenderlo bien. De buena tinta conoce la naturaleza de su adversario, el desprecio por el otro que piensa diferente, la capacidad para guardar silencio y convocar olvidos. ¿Puede cambiar una huelga de hambre la esencia criminal de una dictadura? Pedro Luis Boittel no pudo lograrlo. Tampoco Orlando Zapata Tamayo. Entonces, ¿qué hacer? En ausencia de un juicio moral y glorificando el valor de la acción cívica de Fariñas estamos en presencia de acto heroico de incalculable valor. Sin embargo, tal heroicidad es lo menos conveniente en esta etapa de la lucha contra el castrismo.

En una dictadura totalitaria, escribía Haclav Havel, la disidencia es un poder real porque vive en el mundo de la verdad.  El desaparecido disidente checo (más tarde llegó a ser presidente de su país)  apelaba siempre a su fuerza de voluntad y a superar sus limitaciones físicas para encausar el cambio democrático de aquella nación centroeuropea. Vivir en verdad hace libre al hombre y nunca se le debe regalar la existencia a un dictador. Entonces, comprensiblemente, es necesaria la vida para alcanzar la libertad de los otros que no se deciden hacerlo por ellos mismos. Si pudiera mediar en cambiar la decisión de Fariñas lo haría a partir de estos principios lógicos y hermenéuticos.

Conozco a Guillermo Fariñas desde Septiembre  de 1983. El ingresaba como estudiante del primer curso en la Facultad de Psicología de la Universidad Central de Las Villas cuando nos conocimos. Era atinado, como sigue siendo, cauto, sociable y no tenía fronteras para expresarse. Después nos unimos en el camino por la lucha democrática en escenarios diferentes acercándonos más en el afecto y el respeto mutuo.

Si Fariñas muere tendremos noticias de Cuba por algunas semanas. Después, será la referencia preferida en nuestros discursos anticastristas y luego, cuando el tiempo pase, quedará sepultada su memoria en el olvido aunque no se intente olvidar su heroísmo y valía. Si lo tuviera frente mí le diría: hay otras formas de ganar esta pelea Coco y tú lo sabes.

La comodidad de Raúl

El 7 de abril de 2005 el filosofo argentino Santiago Kovadloff, en una conferencia en la Universidad Belgrano de Buenos Aires, dijo: Fidel Castro es un dictador cómodo. Argumentaba el científico que su tranquilidad  en el poder deriva del silencio cómplice con que las democracias latinoamericanas y del mundo toleraban al ex gobernante cubano. Castro, enfatizaba el doctor Kovadloff, nunca ha sentido presión por parte de nadie y eso le permite gobernar con legitimidad.
  
Desde aquella conferencia al día de hoy han pasado once años y parece que tal comodidad la hereda Raúl Castro en mejores condiciones que su hermano mayor. Si antes el mundo callaba, ahora mismo festeja, con la euforia de la indecencia, la estrategia de La Habana para acercarse a todas las fronteras democráticas sin cambiar la esencia de su dictadura. Las naciones en libertad acogen con placer en su seno al régimen cubano para asegurarse un parte del pastel o para menguar la influencia del castrismo en sus países.

La esencia represiva del castrismo no ha cambiado. Sin embargo, eso no le importa a medio mundo porque es más fácil entenderse con los que gobiernan y no con los gobernados  u opositores (a propósito, son palabras de un ex congresista demócrata que enfureció cuando Obama alabó en La Habana al exilio cubano en su reciente visita a Cuba) Quiere decir, porque se entiende muy fácil, que el pueblo no importa aunque lo pongan como condición para acercar postura con la dictadura.


Y eso Raúl, como también Fidel Castro en su momento, lo sabe. Al saberlo, se aprovecha de la legitimidad internacional para sostener su poder sin poner en riesgo un ápice a su intolerancia.