Monday, March 31, 2014

Los ismos



El siglo XX estableció varios ismos en el mundo, siendo el fascismo y el comunismo los peores de todos. El primero como ideología de clases en Italia y de raza en Alemania, como explica German Díaz, marca la expresión suprema del odio, la locura y la aberración política. El segundo, también es un credo de clases, Paul Johnson lo identifica como un calco del primero cuyas pretensiones son hegemónicas, excluyentes, tabuladoras de la voluntad popular y criminal.

Después aparecen otros ismos fundamentados en los idearios de algunos personajes con cierto papel en la historia. Sus idearios han determinado la aparición de millones de fanáticos e incondicionales. El estalinismo, en la desaparecida Unión Soviética, luego de archivar al leninismo para uso en la práctica académica e ideológica, encumbró la estupidez del poder absoluto, el culto a la personalidad, los gulags y el asesinato de millones de ciudadanos, incluyendo a una parte de la élite comunista y militares revolucionarios.

El franquismo, en España, daba continuidad a esa tendenciosa manera de identificar un proceso político con una persona. Sin embargo, es en América Latina donde los ismos se entronizan en el escenario de cada país con mayor acentuación. Juan Domingo Perón, en Argentina, esculpió un poder basado en el populismo más extravagante hasta crear una ideología que parece no morir nunca en esa nación sudamericana. El peronismo es una fuerza política con variantes oportunas que se mueven de acuerdo a las fuerzas de los vientos polares que llegan al territorio argentino y nada se mueve en el escenario nacional sin la presencia de esos signos ideológicos.

Nicaragua parió al sandinismo y Daniel Ortega lo hereda con la condición de fundar el orteguismo y ganar su espacio en la historia política de ese estado centroamericano. Su intención de perpetuarse en el poder no está muy lejos del sandinismo puro y por ello se dispone a fundar su propio credo para dirigir los destinos de allí.

El chavismo es el más reciente hartazgo de los ismos latinoamericanos. Sus bases populistas se sostienen en una arquitectura intelectual insubstancial, pero con la capacidad de movilizar a los sectores marginales de Venezuela y a una izquierda que despertó de su letargo romántico con la revolución cubana para avivar un socialismo para el presente siglo.

Y es el castrismo el efecto de mayor impacto de todas las corrientes personalistas que han existido desde la segunda mitad del siglo pasado y el inicio del presente. El castrismo es un istmo además (usando la t) porque despliega su poder en el tiempo, fractura las estructuras sociales, despersonaliza al hombre y engendra en la mentalidad un credo gravitante hacia el ideario total de Fidel Castro de forma extensiva y cruel. Es una intromisión condicionada en la vida del ciudadano hasta convertirlo en una parte útil para las pretensiones administrativas del dictador.

La presencia del castrismo tiene un efecto sociológico y de meseta en la persona que persiste más allá del ideario de Castro. Es un efugio, sin poner en duda su dañina influencia, que limita la capacidad del cubano cuando, absorbido por la aureola del poder y los mecanismos de vigilancia, genera un autocontrol involuntario donde las personas dejan de hacer acciones que nadie les ha prohibido.

El atractivo del castrismo, para los incondicionales cubanos y los que desde otras naciones admiran al dictador y a su sistema, está en la consideración de vivir bajo la sombra de un poder protector y humanista. La ignorancia del pueblo acerca del lado oscuro y perverso del dictador permite ocultar la verdad sobre las barbaries de Castro. El castrismo sobrevivió con suerte bajo la confrontación inventada por el comandante contra todos aquellos que le criticaran y el raulismo (otro ismo) hereda el poder con la comodidad de ser legitimado por la complicidad de la comunidad internacional.

En Estados Unidos, desde Bill Clinton hasta Barack Obama, se han intentado acreditar ciertas corrientes personalistas en el ejercicio del poder. Los clintonianos, apologizan los ocho años de Clinton en el poder y los bushistas igual período de Bush en la Casa Blanca. Los obamistas, todavía en el poder, intentan dejar un legado del primer presidente con un cincuenta por ciento de ascendencia africana quien forzara más su agenda para lograrlo en poco menos de dos años de mandato. La suerte de los norteamericanos es que cuando miran al poder lo hacen pensando en períodos de cuatro u ocho años donde los ismos no tienen espacio. La alternancia política es uno de los atractivos que hacen dinámica y creíble a la democracia y evitan personalizar a las sociedades modernas.

Monday, March 24, 2014

La palabra precisa y el insulto perfecto


La crisis en Venezuela vuelve a colocar el lenguaje chapucero de los revolucionarios en el epicentro de una confrontación política. Maduro abarata, por su evidente incultura, la palabra precisa para argumentar sus razones dictatoriales y acude a una frase oportuna, contundente y execrable para designar a los adversarios que han salido a las calles. Fascismo es una palabra cuyo contexto no solo recuerda los orígenes de esa ideología, en Italia primero y en Alemania después, y el estropicio dejado en la sociedad europea con millones de muertos por la locura hegemónica de Hitler y las pretensiones soberana de Benito Mussolini. 

Decir fascismo, es sencillamente, recordar la pesadilla que sacudió a Europa en la primera mitad del siglo veinte.  Maduro lo sabe y por eso pronostica un impacto social a su favor designando a los valerosos estudiantes como radicales conectados con una supuesta extrema derecha cuyos fundamentos ideológicos provienen del fascismo. 
 
Los radicales venezolanos no emplean los omnipresentes epítetos del castrismo (escoria, gusanos o contrarrevolucionarios) porque la puesta en escena de la revolución bolivariana no precisa de esas vocablos. Primero, porque no se ajustan a la realidad del país sudamericano y luego por la necesidad de buscarse una insinuación que incluya un insulto perfecto para desmoralizar al adversario y ganar adeptos en las masas desposeídas de instrucción. 

Es un cálculo hecho a la medida del imaginario castrista donde la palabra siempre ha jugado un papel rector en la supervivencia de la revolución cubana. Fidel Castro armaba sus discursos con ofensas hacia todos sus adversarios y capitalizaba algunas palabras que hasta el día de hoy, el mejor significado para muchos cubanos es el que le otorgó el anciano comandante. Y es verdad, las frases cuentan en el diccionario de las revoluciones marxista porque la diatriba del poder tiende a ser vejatoria, capaz de mutilar el honor y hasta matar.

En Venezuela, los ideólogos del chavismo no son originales porque no articulan sus arengas con precisiones y no impactan a la muchedumbre como lo hacía Fidel Castro. Sin embargo, interpretan bien las enseñanzas del ideario de La Habana y erigen sus alocuciones con vulgaridades y guaperías para animar a los pobres de los cerros y a los enamorados del socialismo del siglo veinte y uno a respaldar su tambaleante poder. El desaparecido Hugo Chávez, acudía al cancionero popular venezolano y los chistes para impresionar y elevar su carisma frente a una multitud que le identificaba como alguien cercano y familiar. Ahí está parte de la trampa de las peroratas revolucionarias porque enamoran e igualan al orador con el oyente hasta arrastrar a este último, como decía Gustav Le Bon, “al influjo de la irracionalidad”.

   

Sunday, March 2, 2014

Retorcida solidaridad


La izquierda irracional no es solo militante. También es fanática, pero tiene un mérito, es solidaria. La prueba está en Latinoamérica donde el avance, al parecer, “imparable” de las ideas de Antonio Gramsci, esculpidas en el Foro de Sao Paulo, ha creado un parapeto de solidaridad con el autoritarismo venezolano durante la jornada de protestas populares en esa nación sudamericana. El silencio cómplice es la respuesta común de esas naciones con el presidente Nicolás Maduro.

Este factor, olvidado a veces por los actores políticos cuando gravitan en las orbitas de la pasión y en los excesos de protagonismos, es esencial para entender el presente y el futuro de un eje estratégico que tiene su fundamento político e ideológico en La Habana y el bastión económico en Venezuela. Se enlazan, a su vez, como una suerte de bufones gubernativos una estela de satélites cuyas bases van desde Managua hasta Buenos Aires, sube al altiplano de Bolivia, accede al territorio de Brasil, cruza al pequeño Uruguay y baña con las aguas del pacifico a Ecuador, Chile y Perú. 

La suerte de Maduro y la revolución bolivariana no es solo suya, sino de ese eje izquierdista que apuesta por extender el dominio de gobiernos similares en los pocos estados (Paraguay, Guatemala, Honduras y Panamá) donde el socialismo del siglo veinte y uno parece remota.

Lo trágico es que a la sombra de ese árbol se arriman varios gobiernos del mundo. Algunos de ellos con mucho poder como Rusia, China e Irán, sin olvidar a varias naciones europeas, que por su odio visceral hacia Estados Unidos, vuelven la vista al otro lado mientras en las calles de Venezuela se tiñen de sangre cuando mueren estudiantes.

En Washington, la reacción tardía de la Casa Blanca a los sucesos puso al presidente del país en el centro de críticas justificadas por los republicanos. Para entender esta postura hay que recordar aquella expresión de Obama cuando, en la toma de posesión de su primer mandato, prometía tender su mano en dos actitudes. Una, sería un puño enérgico y cerrado contra las arbitrariedades e injusticias en el mundo y la otra, abierta para buscar soluciones a los problemas globales. Tal parece que el presidente americano cree que los dictadores entienden las reglas de la democracia y extiende su mano abierta con una ambigua debilidad para encontrar como respuestas evasivas y justificaciones.

Este escenario también favorece a la izquierda irracional (definición empleada por el catedrático español Antonio Elorza) que ve al gobierno de Estados Unidos con cierta simpatía porque el presidente, por sus orígenes y el papel jugado durante su corta carrera política, no forma parte del establishment tradicionalista de su propio partido. En otras palabras, la izquierda en América Latina saca ventaja de las inercias en Washington.

Todo esto lo pudo comprender, sin muchos esfuerzos y sin proponérselo, un médico cubano radicado en Europa que visitó la capital norteamericana hace dos años y terminó bebiendo Havana Club en la mismísima oficina de intereses de Cuba en Washington. Estaba sorprendido que le permitieran acceder al lugar por su reconocida disidencia. Sin embargo, al llegar a la sede diplomática tomado de la mano de un activista colombiano, que afirma que en USA se viven los mejores momentos para impulsar las ideas liberales (entiéndase de izquierda) y por unas recomendaciones puntuales, se pudo mezclar con los agoreros del Foro de Sao Paulo y los miembros de las delegaciones oficiales de todos los países con gobiernos de izquierda en Latinoamérica. “Era un ambiente de amigos, de gente que está segura de lo que hace, como y porque lo hace”, se refería y además citaba: “el entusiasmo era el de una militancia unida”. Y esa unidad la acentuaba un diplomático de Brasil en una conversación de pasillo durante un evento de Brookings Institute cuando comentaba el cambio irreversible en la región sin la presencia de Estados Unidos.  

Aunque para Cuba ya está siendo la hora de su liberación, no hay dudas que un escenario adverso en la región atentan contra esos propósitos a corto plazo y es bueno saberlo. Las fichas a jugar en el dominó político por los oposicionistas cubanos tendrán que moverse contando también al doble nueve y si algo necesita es solidaridad entre sus miembros.