Nadie pone en dudas el carácter militante
de la izquierda. También la perseverancia para alcanzar sus fines y extender,
en la conciencia social de los desposeídos (vocablo acucioso y seductivo) su
imaginario político. Esa obsesión, inoculada por los ideólogos y los
intelectuales de las ideas afines, prevalece en todo momento por un convencimiento
cerval sostenido contra viento y marea. Aferrarse al todo por el todo, es su máxima
y nunca advierten lo contrario. Son solidarios. Cercanos en los entendimientos
y las tácticas. Persiguen los mismos objetivos donde quieren que estén y cuando
no llegan a estar posesionan al que está con la misma firmeza que si
estuvieran. Es una perpetua estrategia para ganar terreno y no admitir la
derrota. Ellos nunca pierden. Ya lo decía Fidel Castro: “convertiremos el revés
en victoria”. Sólo tropiezan con ciertos
obstáculos en el camino a la cima del poder y a la supuesta gloria de los
pueblos.
Esa creencia, lo asume el ex presidente del
gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, al defender al gobierno izquierdista-irracional
de Nicolás Maduro. El ex mandatario, apremiado por la improvisación y el
contagio de su ideal, ha mentido a todos en nombre de su verdad ideológica. Ha
declarado, para referirse a la ola migratoria de venezolanos a cualquier parte
del mundo, que “… esa emigración a otros países tienen mucho que ver con las
sanciones económicas impuestas por los Estados Unidos y que han sido
respaldadas por algunos gobiernos” Los medios españoles y de otros países destacan
esas declaraciones con dudas, fuertemente fundadas, aunque provengan de un
personaje del linaje de Zapatero. Otra vez, y no es casualidad, la nación del
norte, como lo hizo Castro, se convierte en el pretexto para justificar la
ineficiencia del sistema venezolano y la desesperación del pueblo.
El ex gobernante español, es un militante
socialista con eficacia para la confusión. Está poseído por el don de la superioridad
moral que pregona por doquier, a pesar del desastre que sumergió a España,
siendo presidente, en la peor crisis de la democracia. Es un revisionista auténtico.
Profanador de tumbas. Resentido patológico. Misionero del odio y de las pasiones absurdas. Infundió en su partido, y en
sectores importantes de la sociedad española, la necesidad de establecer una
verdad histórica que borre el pasado de sus adversarios ideológicos y no el de sus
afiliados de causa.
Con Venezuela tiene cierta obsesión, pero
no acierta. No se fascina por el país y sus atractivos, sino por el modelo
chavista y sus quimeras. Su interlocución es fortuita y sin resultados. Los
opositores no avalan su gestión porque, evidentemente, se inclina hacia el
chavismo y los adeptos del socialismo del siglo XXI.
Nicolás Maduro, un comunista formado en la
escuela del partido Ñico López, en La Habana, gobernante absoluto del país sudamericano,
socio y protegido del ex presidente español, se debe sentir premiado por las
palabras de ese señor. Son declaraciones que evidencian la complicidad de la
izquierda irracional de todas partes. Sirven, proviniendo de quien proviene,
para justificar el crimen, el pillaje y la crisis de una Venezuela castigada
por el error de quienes agrandan su desgracia cada día.
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