Nada es más puro
que la pureza y a esa conclusión se arriba en cierta etapa de la vida. Aquella,
cuando los impuros, quienes intentan tabular todo en el afán de hacernos como
ellos, son desenmascarados por sus perniciosas conjuras. Obviamente, muchas veces
resulta difícil delimitar los confines del mal y las distancias de su posible
contagio. Otras, como suele ocurrir, puede estar tan cerca que no se advierte. No
se trata de hacer comparaciones entre puros e impuros porque, definitivamente,
las diferencias son tangibles y cualquiera puede distinguirlas. Sin embargo, no
está de más hacer algunas exactitudes sobre aquellos personajes de la vida pública
que aparecen antes nosotros como adalides modernos, ensenándonos como debemos
conducirnos en un mundo diseñado por ellos. Hay que ser obediente. La
obediencia rige el destino de quien la acata y de ahí, sin saltarse la estricta
disciplina, se llega a la incondicionalidad. Ser incondicional no implica (necesariamente)
a la persona cuando se despersonaliza y su conducta -manipulada por el hálito
del poder- concierne al otro. Al representante de la pureza. Estos proclaman
igualdad, pero siendo ellos más iguales que los demás y distinguiéndose del
resto de los ciudadanos porque en su imaginario pesa la afirmación de ser guía
y orden moral de la sociedad.
Nunca me he convencido,
y a esta altura de mi vida nadie me pondrá convencer, que aquellos honorables
personajes de la historia pudieran ser mejores que nuestros padres. Gastamos detrás
de sus biografías, sus ejemplos de vida, su integridad y capacidad para el
sacrificio por el bien de los demás, tantas horas que llegamos a creer, luego
de inculcárnoslos, que para ser buenas personas deberíamos ser como ellos.
Karl Marx, por
ejemplo, padre del marxismo, era un vago. Un comunista profesional que según Antonio
Escohotado, jamás trabajó y tanta era su vagancia que imponía a su hijo de
nueve años pedir dádivas en invierno mientras él se enfrascaba en los estudios
que le permitieran interpretar la sociedad de su época para luego hacerle un
mundo feliz a las generaciones futuras. El chico murió a esa edad y no existe
ninguna referencia en la obra de Marx donde se exprese una muestra de dolor por
la pérdida de aquel pobre infeliz. Che Guevara, elevado al altar de los
inmortales, además de racista y aventurero, añadió a su profesión de médico la
de comunista y hoy es obligatorio que los escolares cubanos proclamen ser con él.
A veces, cuando alguien refiere buscar un horizonte para embarcarse por mejores
rutas, es preferible invitarlo al punto de partida. Una familia normal, aquella
que inculca valores y seduce a la virtud, tiene mayor autoridad moral que un
Marx, un Fidel Castro o un Che Guevara.
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