Un dragón amable sigue siendo un dragón, dice un proverbio chino. Un gato manso no deja de ser felino, alguien dijo. No son paradojas de estos tiempos. Es la realidad vista desde la dimensión de lo exacto, aunque se adviertan otras cosas. Sucede que las apariencias pueden dominar los escenarios de la vida y, aunque no tengan luces, esos encantos seductores embriagan las pasiones hasta fascinar. No es nada nuevo. Es tan viejo como el hombre, a pesar del descubrimiento hecho por algunos cubanos de hoy cuando se impresionan por el último discurso, las reformas estructurales, los rostros nuevos en el poder y los apéndices de lo mismo. En Cuba se están sembrando las semillas del ludibrio porque un pueblo infantil no tiene memoria y tampoco historia. Olvidar es muy fácil porque amolda el presente sin el ayer. De eso se trata. De obligar al olvido para luego dejarse acompañar del tambor de una esquina o de un carnaval cualquiera a golpe de reguetón. Del festín derrochado por alcohol. De las putas de ahora y después. De las señoritas que vienen en traje de invierno desde Europa a un país tropical a enseñar modelos de urbanidad. Las apariencias son posibles y crean percepciones buenas. Piénselo usted, como yo lo he pensado y deme la razón, si razones tengo. En Cuba, tal como se presentan las cosas, todo es bueno y nada es malo. A la inversa, todo es malo porque nada puede ser bueno. La mala nueva es que no pasa nada y cuando pasan las cosas pronto se olvidan porque no alcanzan a superar la cuadra del vecino y a convertirse en problemas de todos, aunque todos tengan el mismo problema. También, y es posiblemente lo más importante, porque nadie compara. Y cuando no se mide es imposible encontrar la diferencia. Por eso es fácil, y eso es definitivamente cierto, mostrar el royo diciéndoles que se trata de la película. Nada. La fe, esa cualidad supeditada a una cuestión vital, por el creyente y los otros que no lo son tanto, bambolea dentro de los acertijos donde divaga el alma de la nación.
Una dictadura cómoda, y la cubana lo es, sabe acomodarse a los tiempos. Lo hace, con sabia manía de maldad y justificando lo contrario. Esas confusiones impuestas al ciudadano, que Confucio no admitiría jamás, ajan el alma nacional hasta convertirse en una temerosa armadura de hierro donde sosiegan las almas inquietas del país. Mientras los caminos espinosos de Cuba algunos los ven planos, se llegará tarde a su destino. Tal es así, que la cárcel del doctor Eduardo Cardet ha pasado al olvido y desde acá, y otras orillas, se pierde el tiempo en una unidad sin unirse a favor de este prisionero del castrismo.
EXELENTE ARTICULO, GRACIAS RAMON UN ABRAZO.
ReplyDeleteGracias por su comentario y por dedicar parte de su preciado tiempo a leer mis opiniones... !ANIMO!..
Delete