Friday, June 8, 2018

La aversión de Pedro Sánchez


En estos días, cuando el asombro nos acosa, parecemos perdidos en las orillas de cualquier playa conocida. Por todos los sitios, con sus márgenes, por donde acostumbramos andar, descubrimos, sin que ello sea casualidad, como se abaten las pocas cosas buenas que van quedando del hombre. Una de ellas, la sensibilidad. Esa capacidad para percibir las sensaciones internas y mostrar, desde la moralidad, ciertas valoraciones hacia las personas y las cosas, cuando pasa por el compromiso ético con las lasitudes humanas, languidece frente a la impotencia para revertirla al orden de la normalidad. Basta con mirar las imágenes donde aparece el nuevo presidente de España, Pedro Sánchez, quien saluda a unos niños africanos pobres –residentes en aquel país- y luego, cuando se aleja de ellos, se limpia sus manos como si heces fecales hubiera tocado.
Ese hecho revela parte del mundo interior del líder socialista español. No son necesarias palabras para advertir el desprecio hacia personas distantes de su realidad y de sus condiciones de vida. No muestra compasión alguna y aquel momento (muy malo para él) lo cumplía con el rigor de un protocolo particular en plena calle. Aquel, donde se exige aparecer cercano, compasivo y amable. Sin embargo, ninguna de estas tres cosas pudo cumplir porque su facha revelaba un incómodo momento al cruzarse con aquellos “seres extraños” en su camino.
Existen socialistas, en España y en todas partes, con la capacidad de moldear un discurso atractivo, incluyendo y seductor. Disertación para enamorar a las masas (palabrita del marxismo apropiada para identificar a la gente) y embriagarla con el credo de la justicia social, la igualdad y la distribución equitativa de la riqueza. Sin embargo, la dicotomía ética, el distanciamiento, el abuso de poder y la arrogancia, los convierte en los principales enemigos de sus pueblos. Ellos, fabricantes de miseria y división entre los ciudadanos, terminan actuando como burdos capataces y abusadores con ferocidad aciaga. Su doble rasero moral los sitúa en las antípodas del hombre común.
Yo, si tuviera a este señor frente a mí y me entiende su mano, como mis raíces también son africanas, me cubriría con un pañuelo para evitarle una desatención. Pensándolo bien, lo mejor sería, por razones obvias, despreciar la suya. Es lo justo. El desprecio es un talante cuando se usa para salvar la dignidad de un ser humano.       
Algunos políticos, como el caso que me ocupa, prefieren inventarse sus dibujos animados o un show a la medida de sus exigencias donde pueden parecer piadosos, amigables y solidarios. Ese ‘cartoon” es posible construirlo en Europa. Al escrupuloso Pedro Sánchez deberían advertírselo cuando tropiece otra vez con niños africanos o, como puede suceder, si se inventa un viajecito por el continente negro.         

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