Wednesday, May 30, 2018

Otra vez sobre el miedo y nosotros


Hace muchos años. Tantos, que es posible olvidar cuantos han pasado desde que estamos retenidos en el mismo lugar, consiguiendo nada y aunque la intención sea alcanzarlo todo. Ha sido una carrera dilatada contra el tiempo y los fantasmas de extrañas ideas. Contra la adversidad del pensamiento único, la unanimidad, los escarnios fundados en la mentiras y el parásito insular donde nacimos. Buscando en las enciclopedias de la vida, encontramos referencias equivocadas y somos menos que ayer. Posiblemente (la vida lo dirá) menos que mañana. Parece casual y no es verdad, pero hemos sido infectados –al fin lo descubrimos- por el virus del miedo, las incertidumbres, los fracasos y el desmán. Y todo pasa por nuestros pecados. Nuestra culpabilidad es y será -mientras los atisbos de futuro sean esas orillas- buscar a otros mares transitables y posibles, regiones que nos acomodan a las exigencias del lugar y un halo de esperanza improbable. Todos nos vamos para llevarnos a Cuba tan adentro que luego resulta imposible volcarla hacia afuera. En nuestro interior, el suelo donde nacimos es una arcadia feliz o el paraíso sobre la tierra. Es el imaginario colectivo de quienes habitamos en paz la liberación lejos de Cuba o el sueño ideal de un país por construirse.
Allá, intramuros, envidian nuestro lugar. Sin embargo, no imaginan el dolor que produce, en los de acá y a los de todas partes, no poder andar bajo las sombras por donde anduvimos alguna vez, probar el olor del salitre de las playas o el ruido intempestivos de cualquier ciudad. Desde la isla buscan y rebuscan rebuscadas fórmulas para parecerse a nosotros, mientras de este lado quisiéramos hacer lo mismo, pero sin admitir un ápice de violación a nuestros derechos. Acá, casi todos, hemos aprendido a defender la libertad con menor esfuerzo, en la comodidad de la palabra, en los medios y hasta en la invención de un posible escenario de guerra. Aunque somos los mismos, las búsquedas son inversas hasta convertirnos en adversarios en tales asuntos.
Algunos cubanos, acostumbrado a mirar su importancia, poseen el don de amar de tal manera que hasta a sus verdugos les admiran llegando a exonerarlos de culpas. No es el perdón piadoso del creyente, sino el obligado ejercicio del miedo y su complicidad.  A la larga, todo ha sido por culpa de esa pavura, vale repetir. Enfermedad real, contagiosa, silente, abarcadora y sin antídotos eficaces para vencer su acción, al menos por ahora en la isla. El miedo cuando se postra sobre una multitud frenética, áspera, servil y tonta, embelesa para gravar la inmovilidad, la inapetencia y la falta de decoro. Gustave Le Bon lo explicaba mejor que nadie y Albert Camus le llamó la enfermedad del siglo XX.
Me decía un sacerdote español: para curarse del miedo hay que amar al Señor. De ciertas esta sentencia, entonces vivimos alejados de Dios. Tal vez, porque todo es posible, estamos a tiempo de curar ese mal. Ojalá no siga siendo demasiado tarde.


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