Una imagen vale más que cien palabras, dice
un proverbio popular, y es verdad. Si alguna duda existe, basta con mirar las
que llegan de Cuba. Allí, detrás de las cortinas paradisíacas de un lugar sin
nombre, vendido como lo mejor (en las revistas europeas y latinoamericanas) y
asimilado, por conveniencias ideológicas, en otros lugares del planeta como el
ejemplo a seguir, se contradice la sinceridad con la mentira. Esta última,
ocupa todos los espacios posibles y por ser tan frecuente se parece a la verdad.
En ese punto -contradicción aparte- concurren, para confabularse con la
ingenuidad, doctores, catedráticos, diplomáticos acostumbrados al silencio, las
putas radicadas en Berlín o Normandía y hasta un carpintero agradecido de la
madera del Marabú. Es parte de un folklor caribeño, insular y bananero que
recuerda a los psicólogos el concepto de locura cuando miran las imágenes
llegadas de aquel país.
Allí, en ese mágico paraje de sones y
danza, un avión se cae y produce la muerte de 110 personas. Los vecinos -quienes
llegan primero a la zona del desastre- son ahuyentados como perros con sarna
cuanto intentan ayudar. Dicen que alguien, vestido de oficial del MINIT, dijo:
que nadie se acerque porque pueden robar. Entonces, la policía del régimen, sus
agentes y aquellos cercanos al control total, se apoderaron de la zona. Luego,
aparecen los bomberos para hacer, ante el auditorio improvisado de cubanos
buenos y sin poder, el papelazo de
siempre. Las mangueras rotas, demoras injustificadas y la ausencia total de un
protocolo de emergencia, demostraba que el régimen es más “rollo que película”.
Díaz Canel, antes o después se deja ver, en
una calle, de una ciudad cualquiera, rodeado de robustos guardaespaldas,
recibiendo la algazara de un coro de vecinos acostumbrados a gritar Fidel,
Fidel, Fidel. En esa ocasión, una mujer,
seguramente la presidenta del comité, sobresale diciendo: lo apoyamos
presidente. Pensándolo bien, el guion de las revoluciones era idéntico en todas
las anteriores puestas en escenas. Cuba, con su magia, lo descompuso para armar
un muñeco de sumisión y pavor.
Cuando se transita contrario a la lógica y
a la razón, el absurdo se impone. Tal alucinación, permite creer que se actúa a
la perfección, a pesar que la vida demuestra lo contrario. Es la locura. La
acción imprudente, irreflexiva y torpe de la gente viviendo en una isla creada
al antojo de sus Dioses. Allí han edificado un imperio con perros hambrientos
en las calles, con los tejados derrumbándose a sus pies y con la esperanza puesta en un horizonte lejano y cualquiera.
Por último, la peor imagen llega para
mostrarnos las batallitas intestinas entre opositores (si algunos lo son) Producen
náusea -a mí no- por estar acostumbrado a ver ese espectáculo de irresponsabilidad
y cobardía patriótica. Sin embargo, el régimen, al no se sentirse amenazado por
nada ni nadie, ríe de felicidad en la comodidad del poder, mientras los que intentan
hacer patria se tiran de los pelos hasta convertir en harapos su cuota de
dignidad.
No hay que llorar a Cuba porque haya
muerto. Ni olvidarla para siempre sin antes resignarnos a quererla como la
hemos soñados
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