Causa sorpresa, también asusta, que las
autoridades cubanas no busquen culpables en el desastre aéreo del pasado día 18
de mayo. Sorprende, porque en el mundo, cuando ocurren hechos similares al
avión caído, siempre se precisan investigaciones para determinar responsabilidades
técnicas y humanas. Asusta, porque en Cuba, donde el criterio de normalidad pasa por el credo
de los gobernantes, es imposible tomar en cuenta esas referencias, cuya
utilidad es prevenir otras desastres aéreos y garantizar mejor seguridad al
pasajero. El desacierto del régimen sulfura la sensibilidad de cualquiera y produce
el mayor desprecio hacia los que dicen llevar las riendas de aquel país. Duele.
Dolor instituido por la consternación de los familiares de los fallecidos.
También, por la impotencia para conducirse con prudencia en medio de una
tragedia que pudo evitase.
Ya lo sabemos, la dictadura cubana NUNCA da
cuenta de nada. Es un principio básico en el protocolo intolerante del
castrismo por el credo infundado, en su mentalidad morbosa, que sólo ellos
pueden decir por los demás. Sin embargo, ese pueblo subestimado, pesaroso por
el hecho y rendido ante el miedo cerval, de bobo no tiene un pelo. Ya lo
sabemos, justamente ahora y también antes, que la desgracia nacional tiene un máximo
responsable en la nomenclatura fundada por Fidel Castro y sus herederos. Y esos
son los culpables de estas muertes anunciadas e inútiles.
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