En
estos días, el rostro de un “Mambí exiliado” ha ganado espacio en las redes. Acierta
pidiendo unidad y luego se reduce a ocupar el lugar de antes, en las gradas,
distante, donde los espectadores esperan sin poder hacer nada. Las imágenes tienen
cierto impacto porque, para felicidad nuestra, evocar el sacrificio de aquellos
hombres, cuya valentía nadie cuestiona, sirve para recordarnos de dónde
venimos.
“El
pasado, como dijo el poeta, sólo como referencia y del árbol la parte que mira
al cielo”. Sin intentar establecer analogías -porque en este caso no cabe-
mostrar a un exiliado interpretando el rol de un intrépido Mambí, alimenta la
esperanza. Al menos, por un breve segundo, cuando sale a escena hasta verlo
desaparecer con el entusiasmo del infante. Volver al pasado. A nuestra historia,
es viable. Tal vez urgente. Y, tomando el ejemplo de los mambises implica apropiarse
de dos variables: dignidad y valentía.
Maceo,
necesario hoy, cumpliría 173 años. Era un Mambí ejemplar. Unificador y sobre todo valiente. Su retórica pasaba por
la acción (aunque fuera violenta) y con “tanta fuerza en sus brazos como en la
mente”, como diría Martí, instituiría la intransigencia en el carácter nacional.
Sin embargo, como malos herederos (porque a decir verdad lo somos) de Maceo
recordamos su nombre y poco –por no decir nada- su ejemplo y valor.
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