I
La ideología revolucionaria posee el poder
del surrealismo para sustentar su propaganda. Ésta va de lo sutil a lo mágico y
de ahí a la manifestación pura. Recuerda
al mejor estilo nazi, cuando Goebbels organizaba aquellos actos conmovedores a
favor del Fuhrer y el partido nazis. Si para Paul Johnson, el comunismo es un
calco del fascismo, entonces no importa el momento cuando se manifieste para
desnudar la naturaleza criminal de ese sistema. Sin embargo, la existencia del
modelo necesita, con prioridad y urgencia, mostrar un rostro humano y
compasivo. El imaginario, proveniente de la mentalidad de los hombres
iluminados, fabrica una atmósfera donde la dignad plena parece ser el pan de
cada día. Y hay quien lo cree.
II
Fidel Castro aceleró su descenso a los infiernos
y lo hizo sin un ápice de conciencia porque su vida siempre fue un momento de constante
esplendor y todo gravitaba a favor suyo. La felicidad absoluta, como su poder,
le sonrió hasta sentirse distante del infortunio y de todo lo malo. Era el
hombre cruel, capaz de salpicar de su maltad a los ambientes lejanos y cerca de
él. La gente, tal vez algunas de sus víctimas también, le ubicaron al lado de
los hombres buenos y Castro lo creyó siempre.
III
Ahora mismo, por cualquier parte del mundo,
los hijos, nietos y cercanos parientes de la nomenklatura, andan promoviendo la
generosidad de sus padres y hasta han hecho creernos que conspiraban contra
Castro. Pasan como héroes, salvadores, adalides, inventores de futuro y cartománticos
de bien. Es parte de la magia del Caribe, donde todo se mezcla y luego culpamos
a la casualidad.
IV
Mi amigo Michel,
era el Contador en el autoconsumo del central Jobabo, municipio de igual
nombre, en Victoria de Las Tunas. Su trabajo consistía en controlar, con precisión
revolucionaria, una cría de cerdos, conejos, gallinas y hasta algunas vacas
capaces de producir suficiente leche para elaborar quesos y mantequillas. También
velaba por las plantaciones de plátanos, vegetales y otros alimentos agrícolas.
Este autoconsumo garantizaba la alimentación de los jerarcas del central
azucarero, también del secretariado del partido local y el ejecutivo el poder
popular. Los trabajadores, como siempre sucede, no recibían nada. Me cuenta
Michel que la tormenta del siglo les vino como anillo al dedo. El rio Jobabo subió
a niveles nunca visto y los animales fueron llevados a zonas altas para
asegurar sus vidas. Sin embargo, el efecto de aquella tormenta convirtió a la próspera
granja en un desastre total. Varias vacas, las de mejores condiciones se
ahogaron, los cerdos, sobre todos los castrados, también fueron reportados como
pérdida y los conejos, que estaban en pequeñas jaulas a un metro del suelo, se
ahogaron aunque las huellas de la subida del agua solo alcanzaban los 75 centímetros.
V
Otro amigo (cuyo
nombre no puedo mencionar) es conductor de trenes en el central Amancio. Su trabajo
tiene muchas facilidades. La primera, es que nunca le falta el petróleo para
cocinar. Tampoco el azúcar. Siempre tiene diferentes bebidas para ofrecerles a
sus amigos porque en la fábrica de Ron Sevilla, orgullo local, tiene los
contactos necesarios para mantenerse surtido. La carne de res, perdida hasta en
el diccionario, a él no le falta. Demás, todo el mundo lo sabe, jamás se
esconde y hasta alardea de comer como el comandante. El secreto es muy simple y
sin riesgo. Como es conductor de trenes, algunas vaquitas sueltas por ahí,
tienen la mala suerte de cruzar el ferrocarril y el tren las colisiona. Esa es
la última escena de una obra previamente arreglada. Antes, alguien se responsabiliza
en llevar al animal al lugar de su trágica muerte. Consumado los hechos, no hay
reporte policial. Y si hay castigo es para el dueño de la res por dejarla ir
tan lejos a morir. Todos los participantes -para mejor suerte- salen indemnes ante
la ley porque el matarife no fue un hombre, sino una máquina.
Ha eso es lo que en Cuba le llaman RESOLVER
ReplyDeleteCierto. Por resolver la magia se apodera de todo. Es un pais Kafkiano...
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