Luis
Ignacio Lula da Silva, es un corrupto -eufemismo en política para desvirtuar el
concepto ladrón- y va a prisión por robar a los brasileros. Ese señor, padre
del Foro de Sao Paulo, líder del Partido de los trabajadores (PT) y
expresidente de Brasil no es piadoso ante la muerte de otra persona. Es
un hombre desmesurado y aliado incondicional de la izquierda radical
del siglo XXI. Cuando juró como presidente de Brasil -en su primer mandato-
lloraba como una infanta y en el ahogo de sus lágrimas escondía su perversidad
revolucionaria. Pocos creyeron probable su maldad y la usencia total de decoro.
Recuerdo, aquella vez, cuando a raíz de la muerte de Orlando Zapata Tamayo,
Lula, sin remordimiento, sin pelo en la lengua y con la serenidad solemne del
compromiso militante, acusaba al gigante de ébano, muerto por inanición al
oponerse a Fidel Castro, como un vulgar delincuente. Zapata murió en su acción.
Sin embargo, vive en el imaginario público y silente de todos los amantes de la
libertad. Lula, por su parte, ha sido enterrado en el muladar del desprecio y
la deshonra. Ahora mismo lo ubican en el
último párrafo de un libro sin página, menor y sin importancia.
Lula,
le robaba a su pueblo y hoy la cárcel le espera. Tal vez, ahora, sin un ápice
de dignidad y despreciado por quienes lo llevaron al poder, resurja de su
ceniza el arrepentimiento por la complicidad en la muerte de Zapata. Por Cuba
pasa parte del aseo a su corruptible posición. Posiblemente sea demasiado tarde
porque sus convicciones ideológicas no se encrespan por la terquedad de sus
ideas. Ah! (…) la historia siempre juzga con severidad y nunca falla en el
juicio moral contra todos los hombres.
No comments:
Post a Comment