Fidel
Castro, proveía sus alocuciones de un ingrediente sutil y sin misericordia donde
–animándose ante el aplauso de la muchedumbre- arremetía contra cualquiera cuya
sinuosidad resultara frágil a las ofensas. Tal brutalidad (con la palabra y los
gestos) sirvió para construir un
diccionario criollo que ha ido inoculándose en la conciencia colectiva de los más
jóvenes hasta evolucionar a un estado de catarsis revolucionaria apropiado para
amedrentar al adversario.
Aquí
están los antecedentes de los visto por el mundo en Lima. Jóvenes -supuestos miembros
de la sociedad civil cubana- belicosos, agrupados en torno a Chávez y Fidel, deshonran
con su vulgar comportamiento el escenario legítimo de la democracia con total
impunidad. Allí están, sin mostrar un ápice de decencia, vociferando hasta
impedir que los representantes elegidos en países libres usen el derecho a la
palabra. Estos muchachos son el parto perfecto de la revolución, el calco exacto
de su esencia envilecida (…) el estercolero visible de una aberración intramuros.
Parecen
que pugnan por ser visto en los medios de la isla para, cuando el regreso se
haga obligatorio, recordarle a los de arriba que pueden contar con ellos o, también
es posible, para obtener las prebendas por su incondicionalidad. Han llegado a Lima
seleccionados para formar el barullo y son los mismos personajes que le joden
la vida a otro cubano en el barrio, aunque a decir verdad, a veces pienso que
ninguno se cree el guion revolucionario que defienden. Mientras tanto, siguen mofándose
de los demócratas sin importarle nada y desde el redil donde incuban su maldad dañan tanto a Cuba como a
todos los cubanos.
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