Saturday, March 10, 2018

Adiós al piropo



Las mujeres son muy importantes para todos. Mi madre es mujer. Estoy casado con una persona poseedora de tal atributo. Tengo una hija, muchas amigas y un montón de tropiezos -buenos y malos- (para suerte mía) en cualquier esquina de la vida, con el sexo opuesto. La importancia de una mujer, dentro de muchas cosas, está en su capacidad para procrear y ser la fuente de seguridad para sus hijos y la familia. Ahí se funda su jerarquía, el poder natural, la gracia y su excepcional probidad para amar todo cuanto toca.
Ahora mismo, cuando en todo el mundo, muchas féminas se lanzan a las calles, motivadas por el feminismo militante y el deseo de ser consideradas iguales a los hombres en todo su esplendor, me asusta el color de sus banderas, los signos de su lucha y quienes están detrás de sus nobles demandas. Una mujer, por encima de todas las cosas, es la vida misma. El mejor camino para conducirse y el atuendo adecuado para viajar muy lejos. Defender su derecho me atinará siempre, pero viéndolo igual, nunca inferior.
Este 8 de marzo, recordaba el primero de tantos viajes a Suecia. Fue en marzo del 2002. Había mucho frio y un paisaje helado, penetrante y monótono cómo para hacerme creer que sólo los nórdicos pueden vivir en un lugar así. Un cubano, residente en ese país, me invitaba a su casa, junto a varios suecos y a otros compatriotas suyos. En el metro, una joven de Estocolmo, quien fuera parte del grupo, viajaba de pie. Me incorporé para cederle mi asiento y ella se negaba. Incité tanto hasta convencerla, mientras, sin darme cuenta, todas las miradas reposaban sobre esta persona y mi ingenua insistencia. Al bajar, en parada obligada, y subir las escaleras de la estación, aquel cubano, cuyo código sueco se aprendió mejor que alguien nacido allí, me advirtió de mi falta. –Nunca, en este país, trate de hacer lo que hiciste. Se ve muy mal ofrecerle el asiento a una mujer en el metro o en el bus. –dijo, explicándome los antecedente del movimiento feminista y sus poderosas huellas en la sociedad sueca.
Yo, un guajiro cubano, venido del Tercer Mundo, no entendía ni “papa”. Luego, cuando los argumentos de mi amigo se impusieron, extrañé a Cuba como tantas veces. El rechazo a la caballerosidad y a la gentileza (como un gesto amable y de respeto hacia la mujer y sin intentar subestimar o disminuir su condición de igual) me pareció un sin sentido de la modernidad, aunque sean los códigos de los nuevos tiempos. Y tales signos se orientan a imponerse -por fuerza o razón- al ser tomados de las manos de las tendencias políticas de la izquierda irracional en todo el mundo. En este momento, como parte de su pericia ideológica, la izquierda oportunista levanta la bandera de la igualdad y azuza el fuego de la confrontación de géneros.
Siempre miraré a una mujer como madre, esposa, hija, hermana, novia, compañera o amiga (nada mejor que ubicarlas en tales propiedades para dignificarlas y ofrecerle respeto y admiración) El fin del piropo, esa galantería improvisada con palabras para enaltecer la belleza y virtudes naturales de las mujeres, anuncia su muerte, en un siglo bifurcado por los excesos de la rabia y las luxaciones por motivos de sexo, raza o posición política. A simple vista, cualquier señora es una entidad biológica y psicosocial igual al hombre y todas las que saben respetarse reconocen esa verdad sin levantar otro cartel que no sea su condición humana de mujer.

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