Le escuché decir a Ernesto Samper que juventud es sinónimo de rebeldía. Y es verdad. Desde antes, cuando la adolescencia transmuta a un ciclo superior a la niñez, comienza una crisis existencial –determinando el lugar entre las personas y las cosas- y muchas veces se convierte en un espacio de confrontaciones con los progenitores y el entorno más cercano. Todos fuimos niños, adolescentes y jóvenes una vez y cada etapa ha dejado sus signos. La época de mayor efervescencia revolucionaria nos atrapaba en el compromiso de seguir la estrepitosa algazara del aplauso sin mirar los márgenes donde pudiera encontrarse una chispa de silencio. Gritar, tan alto como se pudiera, fue ahogándonos de palabras y aquella gigantesca gritería (resonando todavía en nuestro inconsciente) invalidaba el escrúpulo y el talante. Nos quedaba en un rincón –nunca por casualidad y para suerte nuestra- la complicidad familiar, muy pocos amigos y algunos libros sin títulos ni autor. Fue nuestra rebeldía. Silente y extraña. Lánguida y acuciosa. Hambrienta y dudosa, pero rebeldía en fin.
Escribo esta nota recordando al desaparecido Juan Basulto Morell, un ancianito camagüeyano, noble y culto, cuya juventud fue tan excepcional y limpia que se hizo rebelde por pocas horas en 1959 y disidente el resto de su vida. Se reveló, me contaba, haciendo preguntas y nada más. Como no estaban al alcance las respuestas, bastó para ubicarlo donde las revoluciones depositan a todos los diferentes. “Me dicen gusano y no me ofende, tengo la esperanza de convertirme en mariposa”. Presumía su condición con el orgullo de los hombres rebeldes cuando están convencido que su causa es justa.
No comments:
Post a Comment