Nada mejor que una imagen para demostrar la evidencia de una amenaza real. El socialismo asecha. Su carga triunfal y las fanfarrias de su ideología resuenan en los cimientos de la democracia americana. Lo hace sin esconderse de nadie y a plena luz del día. Amparado por la frustración de ciertos sectores de la sociedad y los alardes de su humanismo, se arrinconan en los peldaños de las universidades y los medios hasta bajar a las calles a demandar que todos seamos iguales a ellos. Antonio Gramsci, aquel escuálido intelectual italiano, comunista por convicción, advertía las nuevas fórmulas de remover las bases de las libertades democráticas. Al día de hoy, muchos jóvenes, atraídos por la igualdad y la justicia social, han subido a ese tren y no contienen sus caprichos de fundar ese modelo por cualquier vía y sin medir costo alguno. José Martí, recordaba en su ensayo, La Futura Esclavitud, aquellas sabias palabras del evolucionista filosófico inglés, Herbert Spencer cuando sobre el socialismo escribió: (…) So pretexto de socorrer a los pobres sácanse tantos tributos, que se convierte en pobres a los que no lo son y al pobre en más pobre a la vez. Esto lo desconocen los socialistas. Porque han sido incapaces de ilustrarse sobre la naturaleza real del imaginario político que defienden y, además, no les interesa. Su militancia es ciega y su pasión inicua. También -lo más importante- no han vivido la experiencia.
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