El Papa Francisco acaba de visitar Chile. Se
mostraba, ante todas las personas de ese país, asegurándose su agrado, con una
sonrisa aprendida en el altar y con el talante de una arrogancia pampera. Seducía
como un santo, no debemos negarlo, por esa aureola protocolar e impresionante
que impone lo divino. También, por mostrarse -o mostrarlo- como el rostro de un
Dios ante los hombres. Lo vi, como se
ven a los humanos, en el Palacio de la Moneda de Santiago por la televisión,
junto a la presidenta Bachelet. Estaba allí, y no era por casualidad, Sebastián Piñeras (presidente electo por voluntad
mayoritaria de los chilenos). El frio saludo del pontífice al próximo mandatario
me hizo recordar unos versos de Antonio Machado que dicen así:
Una triste
expresión que no es tristeza, Sino algo más o menos el vacío,
Del mundo en la oquedad de su cabeza.
Después, cuando el senador chileno, José
Miguel Insulza, ex secretario de la OEA, consideró un grave error del pontífice
negarse a dialogar con Piñeras, el poeta Machado define con versos el porqué: Este
hombre no es de ayer, ni es de mañana sino de nunca.
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