Cuando Fidel Castro traspasa el poder a su hermano Raúl,
en febrero del 2008, se abría una nueva era para Cuba y los cubanos. Nadie, hasta
entonces, podía creer que el menor de los Castro fuera un malabarista con
habilidades de prestidigitador. El histórico general, llegaba a la cúspide
dispuesto hacer la diferencia. Desde entonces, hasta hoy, su poder circula por
un espejismo transversal acuñado en la veracidad. El secreto radica, en la
capacidad de Raúl Castro para acomodar en la soledad onírica de su potestad a
los enemigos históricos y atraerlo a su contigüidad. Mostrando la zanahoria en
su mano derecha y sosteniendo un escudo en la otra, logra congraciarse con
Estados Unidos y encantar al presidente Barack Obama. ¡Ah!, eso sí, con la
advertencia de volver a las trincheras, de su hermano mayor, si encontraba
resistencia a sus ideas.
De repente, Europa, tan culta como vieja y a veces
perdida en las circunstancias de su vejez, cambia su política hacia la dictadura.
El mismísimo Dios, recibe a Obama con lluvia en La Habana, vaticinando, según
los Orishas, un futuro mejor para la isla pero, otros creyeron que era el llanto de los muertos de Fidel. Después, Francisco, el Papa de la
Pampa, daba el aldabonazo apropiado con su visita a Cuba para indicarles a todos que las puertas del país se abrían al mundo pero, no a su pueblo.
Era el nacimiento del Raulismo
Mágico, cuya definición indica una distorsión social, política y económica (también psicológicas) de la realidad
cubana con el interés de mostrar lo irreal como si fueran verdades cotidianas. A
partir de ahí, todo era posible. Un borrico chipriota, podía aparecer
convertido en un caballo árabe de pura sangre, la Batalla de las Ardenas, una
simple maniobra de euforia Nazis y el hundimiento del Titánic, una invención de
Hollywood. Intramuros, donde el surrealismo tropical advierte la posibilidad de
lo imposible, aparecen, para suerte del régimen, agoreros modernos que hablan
de cambios. El propio Raúl, vestido de traje y corbata, no es un general y el oficial
de uniforme tampoco empresario de un hotel. Viajeros, encantados sin los epítetos de
mercenarios, hacen rutas por los cielos del mundo en hombre de la libertad y un montón de ideas protestan bajo el agua
profunda de la orilla; donde nadie las puede escuchar.
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