Los muros que sitiaban las antiguas urbes tenían varias puertas y cerraban a ciertas horas para evitar los ataques de vándalos. Allí, las llaves, justificaban su función. Que una ciudad moderna tenga la suya, suena raro. Sin embargo, ahí están, como un símbolo de cierto valor, convertidos en regalos para homenajear a los personajes del momento. Miami, un lugar que funda su esplendor gracias a los primeros cubanos que llegaron a partir de 1959, entrega su llave con periodicidad. Ahora mismo, Gente de Zona, un dúo muy popular entre jóvenes, que morirá con el tiempo por su mediocridad, recibe el galardón y surge una pregunta. ¿Qué han hecho para merecerla más que un preso político o una heroína que dio su hijo a la causa de la libertad de Cuba?
Miami, es una urbe que se pudre por dentro por lo que recibe de afuera. Para ser exacto, de Cuba (la verdad es desnuda) arriban por montones muchachos (con suerte) que pisan el orgullo de los primeros, a los que llaman malos, adjetivo aprendido en los magisterios revolucionarios de Fidel, con deseos de superar todos los sueños americanos. Es curioso, que no lo pueden ocultar porque el apego mental a los dogmas del castrismo brota a flor de piel, acompañado del lenguaje pernicioso que poseen.
Son los cruzados de estos tiempos. Ignoran la historia de donde vienen y viven y están dispuestos a borrar un pasado que repudian y no les pertenece. Atacan a los buenos y viejos cubanos de la ciudad como si fueran albigenses o cátaros que deben a morir por voluntad expresa de un Rey habanero. La Habana, no se adecúa a la larga y firme verticalidad de la resistencia de estos miamenses. Y aparecen, como por arte de magia, visibilizándose en los medios con orgullo insustancial por la ocasión, los cómplices de siempre. Aquellos que miran a las montañas y sólo ven árboles. Pueden ser alcaldes, comisionados, directivos exitosos o gente de a pie. Todos, por sus entusiasmos ardorosos e incapacidad para medir, confunden las malas intenciones con propuestas buenas. Miami, es una ciudad amenazada por el contagio de quienes imponen, en silencio y a gritos, el estilo de vida del solar, del comité, las federadas y los delatores (perdón, quise decir chivatos)
La isla, ya lo sabemos, vive sin la historia de ayer. En Miami, muchos quieren escribir la de esta ciudad borrando las huellas de los que pisaron antes sus calles. A la vista de todos, actúan, con absoluta impunidad y como perros por sus casas, porque intentan rescindir el último reducto de dignidad que tiene Cuba. Lo hacen para sofocar sus voces en los medios, arrinconarlos en la nostalgia, convencerlos que están equivocados y asegurarles que jamás volverán.
¡Vaya castigo para los que abrieron el camino!
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