Cuba, en fin de
cuenta, es un país mágico. Singularidad apropiada para creer en todo lo
imaginable, donde lo incierto puede ser certeza y no una mentira o la verdad un
disimulo a tiempo. La isla no es una casualidad, como siempre he creído, ni un archipiélago
apretado en el mar, entre dos meridianos. Cuba, es una invención perfecta y mal
calculada, un obscuro misterio no resuelto y un aprendizaje de lo mismo. Puede
ser, lo cual es posible, un manicomio de infantes sujetos al fondo de un hueco sin
final intentando llegar a donde partieron. Así impresiona el sitio donde
nacimos y queremos morir. Así, para ser más exacto, lo presentan al mundo sus dueños
de hoy.
Raúl Guillermo Rodríguez
Castro, nieto del generalísimo dictador cubano, un guardaespaldas joven, de
linaje imperial y carácter ligero, celoso guardián de las costumbres familiares
y de bajo CI, demostraba, con un baile ramplón y desafinado, la magia del país
que han robado. El Cangrejo, así le
apodan, convertido en una celebridad, por su torpeza en Paris y su obsesiva pasión
por chupar cámara, nos ayuda a entender el país que tenemos. El poder total lo
permite todo, demostraba el muchacho desde el escenario, y se ejerce de la
mejor manera. Lo suyo no era otra travesura porque atravesara su voz de militar
para desentonar a los cantantes de una banda musical. Lo suyo, son mañas aprendidas
del clan donde los límites es el cielo. Y estaba feliz el joven guardia porque
era su fiesta.
Raulito, no es un
simple metiche oficial y sus locuras no son cosas de la edad, sino asunto de estado.
Si su tía Mariela, quien convoca jolgorios, gracias al visto bueno de papá, con
los homosexuales salidos del closet, lo hace en nombre de la patria, puede que
el cangrejo, con su despelote, lo haga también porque el folclor revolucionario
es su carnaval.
* Por sugerencia de mi amigo Edmundo...
* Por sugerencia de mi amigo Edmundo...
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