La escala valorativa de muchos cubanos, recién llegados o no, indica que el nivel de sus necesidades pasa por lo perentorio. Es decir, aquello que sugiere una necesidad primaria, básica e insustituible. Después, cuando la misma escala quisiera aplicarse, para intentar saber que móviles de carácter superior sostienen a esas personas, se tropieza con un vacío invisible, capaz de indicar la falta de necesidades superiores y el predominio de las ineludibles. Si alguien desea conocer, por razones investigativas o simple curiosidad, como están las cosas en Cuba, basta con conversar con algunos de los que llegan. El horizonte máximo pasa por salir del país y luego, restablecido en cualquier sitio del mundo, regresar a donde salieron cargados de bisuterías para ostentar, ante la miseria de sus compatriotas, la riqueza que no tienen.
Pero el hombre, como conjunto de las relaciones sociales, no cambia de la noche a la mañana. El cambio, que para Von Mises, (…) es una mutación voluntariamente provocada (…) donde se trueca una condición menos deseable por otra más apetecible, se da cuando la persona se orienta hacia lo nuevo sabiendo del alto coste de su decisión. “Cuantía que es igual al valor que se atribuye a la satisfacción de la que es preciso privarse para conseguir el fin propuesto”. Para muchos cubanos, ya sea aquí o en Europa, no parece aplicar tales generalidades. El cambio, según demuestran sus acciones, es desplazarse de un lugar geográfico a otro. En esos sitios intentan preservar los hábitos, usanzas y el día a día del país de origen. Indica la lógica, que las perspectivas gananciales son bajas y las necesidades espirituales se anquilosan en la superficialidad. El referente siempre seguirá siendo el estilo de vida de donde proviene y no las nuevas exigencias, éticas, sociales, y políticas del lugar donde se está.
No estaría de más, si alguien se motivara a curiosear, saber quiénes fueron los actores de aquella batalla campal en el Carnaval de Calle 8. Según las imágenes, todos eran jóvenes y al parecer cubanos. Su reyerta, recordaba las broncas de una cervecera, en cualquier lugar de la isla, o el de una cola por un artículo de valor. Ahí, justamente, en esas acciones se encuentran algunas de las respuestas a las interrogantes sociales acerca de la herencia del castrismo como sistemas político.
El cambio en Cuba pasa por tener en cuenta a estos cubanos. Personas que asumen el valor enfrentándose entre ellos y nunca contra el sistema que les obliga a salir. Todo, porque el valor en la isla también es un patrimonio del castrismo que considera al hombre valiente cuando se orienta, únicamente y de manera incondicional, a defender la revolución hasta morir por ella.
Mirándolo bien, en el intento de ser objetivo y evaluar nuestra realidad, falta mucho por madurar. Lo triste es que el régimen lo sabe y azuza el fuego de nuestras debilidades para que sigamos incinerándonos en él.
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