Levantamos primero la polvareda y luego nos quejamos de no poder ver.
George Berkeley
La política no es un ejercicio absurdo. Nunca lo ha sido y jamás lo será. Y como tampoco es una formulación numérica, la aplicación de reglas aritméticas no cumple con ella en la exactitud. De ahí su complejidad y encanto. El poder que posee y su vulnerabilidad. La suerte de acoger a todos, incluso a los que dicen no prestarle atención, y de marcarlo todo.
Donald Trump, cuya presidencia ha estado marcada por la polémica, viene a la política sin los tintes de quienes han vivido de ella. Irrumpe hablando como el hombre común, políticamente incorrecto, y choca con los calculados croquis del establishment. - No es de lo nuestro -dirían algunos de su propio partido con justificada razón. – Muy cierto, -se responden otros, los nuestros hacen lo mismo que otros han hecho antes. Parece que esa verdad se impone en el concierto de las grandes discusiones políticas americanas. Es tan cierto que se hacen los ajustes necesarios para, como el perro cuando traza con orina los límites de su territorio, indicar hasta donde se puede llegar en ciertas cosas y hasta donde no. Esas fronteras, que no son invisibles, han comenzado a herir el entusiasmo de los cambios que desea Trump.
El hombre, es afecto en su esencia. Su orientación hacia lo desconocido es parte de una inquietud natural que lo invita ir más lejos sin dejar de mirar de donde ha salido. Cuando emprende un camino prefiere hacerlo con gente conocidas, que piensen igual o que compartan intereses similares. Si aparecen intrusos se rebela y rebate con fuerza todo lo que no sea equivalente a su credo anterior. Eso funciona con el presidente Trump. Éste, a pesar de vivir en la órbita de lo extraordinario, ha comenzado a sentir el desvío del aprecio sin ser casualidad.
Así actúan algunos dentro del ala republicana contra la Casa Blanca. Asumiendo su poder, lo cual es válido, para advertir que los poderes en América se ejercen, se amotinan detrás de su rango para reducir el curso de lo novedoso. Lo delicado del caso es que se desmarcan tanto de los retos actuales que asumen el rol de tránsfugas enfurecidos, adversarios de aquellos que no ven como suyos.
Los tropiezos del presidente pasan por esas advertencias de una potestad paralela, legítima y capaz de anular su iniciativa de hacer lo mejor para el país. La sensatez llama a la puerta republicana con el mensaje de unidad. Ahora es el momento, mañana puede ser tarde.