Un oyente de En la Diana, me escribió desde Madrid, España, para sugerirme que analizara el Plan de la escuela en el campo. Dice este radioescucha, en su breve mensaje, que es un tema donde se podrían escribir páginas larguísimas de un libro. Y está en lo cierto.
Las revoluciones marxistas tienen sus símbolos visibles. La hoz y el martillo exalta el carácter proletario del sistema y casi siempre el color rojo en las banderas se distingue para revelar la disposición de entregar la sangre del pueblo por el bien del socialismo. En Cuba los símbolos han sido muchos. Primero, el uniforme verde olivo y las tupidas barbas de los rebeldes que alcanzaron el poder con las armas indicaban el carácter más apropiado para los revolucionarios. Después surgieron otros que harían interminable la lista. Pero, el símbolo que mayor utilización ha tenido por parte del régimen cubano fue su plan de la escuela en el campo.
Esta insignia era institucional, abarcadora y la meta soñada por el comandante en su empeño de adoctrinar a los cubanos bajo la égida sagrada del marxismo leninismo. Hasta Silvio Rodríguez fue escogido para escribir una canción cuya estrofa principal tenía estos versos mesiánicos: Ésta es la nueva escuela/ ésta es la nueva casa/ casa y escuela nueva/ como cuna de nueva raza.
El plan de escuela en campo, era ideal para inculcar valores socialistas. Su esencia consistía en separar a los estudiantes de sus padres, en la etapa de la adolescencia, período natural de contradicciones y de dudas en todos los que la transitan, para formar al hombre nuevo que sería una especia humana creada en los laboratorios de la integridad moral como parte de una nueva raza según el poeta. También inducía el amor a la patria, al comandante y al sacrificio por la revolución.
De estas escuelas se esperaba consagrar el talento revolucionario para luego, exportarlo por el mundo como adalides del antiimperialismo mundial. El paso de los años, la desaparición de la Unión Soviética y sus aliados de Europa Central y del Este, convirtieron el símbolo de la educación fidelista en un cementerio de cemento en medio de extensos territorios de tierras abandonadas, profesores convertidos en merolicos, estudiantes intentando cruzar las fronteras del enemigo, para asentarse en su comodidad democrática y la ideología, bifurcada entre la aparición de un capitalismo de estado brutal dirigido por una élite supuestamente contraria a la desigualdad y un pueblo viviendo en suspenso por la incertidumbre.
El uniforme azul de los estudiantes, las largas horas de trabajo productivo, el desconcierto sexual de los adolescentes, sin protección de los padres, y el severo sistema disciplinario quedaron en el olvido y hoy, salvo aquellos que estuvimos sometidos por años al sistema de escuela en la campo, pocos la recuerdan.
¿Por qué sucumbió este símbolo del desarrollo educacional de la isla cuando el propio Fidel Castro lo tenía como una de sus prioridades a nivel nacional junto al programa de salud pública y al médico de la familia? Dos razones pudieran justificarlo. La primera es la crisis económica del llamado Período especial que hizo insoportable para el gobierno cargar con los subsidios de una educación de mala calidad y cada vez más lejos de poder formar al hombre nuevo bajo el credo del castrismo. Segundo, el descontento de los educadores, la falta de un diseño pedagógico estructural, la improbabilidad de alcanzar las metas revolucionarias y el olvido del comandante, quien comenzó a mirar las ollas de presión, en su revolución energética, cuando se dio cuenta que construir a un hombre, a imagen y semejanza del Che Guevara, no es posible de alcanzar. .
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