Mariela, al parecer la hija favorita del general Raúl Castro, ha visitado Estados Unidos durante doce días. Su viaje comenzó por Los Ángeles, donde habló de todo cuanto quiso, sin que nadie le impusiera una agenda o le censurara algunos de los párrafos de sus discursos. También fue acogida en la biblioteca central de New York y hasta suponemos que haya hecho algunas horas de turismo por territorio imperial.
Su presentación en la biblioteca neoyorquina, me trasladó a La Habana en 1998, cuando intenté acercarme a la biblioteca Nacional José Marti, para defender la libertad intelectual y el derecho de los cubanos a leer lo que quisieran. Esa vez, no pude acceder a su interior por orden de la seguridad del estado y menos presentar mis demandas.
La señora Mariela, convertida en defensora de los derechos de los homosexuales, aprovechó las tribunas de la libertad para decir lo que nadie en Cuba pudiera expresar contra el régimen de su padre. Aquí criticó a Obama, al exilio cubano le repitió los mismos epítetos aprendido por su tío Fidel Castro, alabó a las tres vírgenes y siempre estuvo un séquito incondicional en torno a su discurso alternativo y supuestamente incluyente sin sentir el ojo represivo sobre ella. Eran cubanos traídos de la isla y decenas de norteamericanos románticos, que aun creen que la revolución cubana es una alternativa para los problemas del mundo.
El viaje de Mariela ha recibido duras críticas por parte de un sector del exilio opuesto a cualquier avenida de intercambio o acercamiento con La Habana. Otros lo consideran adecuado, porque el gobierno norteamericano es una democracia y no está moralmente obligado a actuar como lo hacen las dictaduras. Yo apelo por la segunda variante. Mejor dicho, apoyo esos viajes porque de alguna manera tienen incidencia sobre el pueblo cubano que sabe leer entre líneas y determinar en que lugar se comenten las verdaderas violaciones.
Mariela, con la defensa que hace del derecho de los homosexuales y la visión que deja sobre ciertas aperturas mentales, económicas y sociales en la isla, no puede ocultar su fascinación por los símbolos del capitalismo. Ella, que viaje constantemente a Europa, ha tenido la oportunidad de comparar los dos sistemas, pero calla, porque se acomoda en el lugar del oportunismo y la deshonestidad.
Cabe preguntarse, sin intención de ironizar: ¿Qué sería de Mariela sin Fidel, Raúl y el sistema unipersonal de gobierno que existe en Cuba? En el totalitarismo gravitan la mediocridad, el desprecio a la inteligencia, la burla a la decencia y el castigo al talento. Mariela Castro, representa al seudo intelectual revolucionario que acoge la ideología como ciencia absoluta sin saber medir nada que no sea dentro del imaginario de sus creencias. En todos los sitios donde comparecía mostraba el rostro del continuismo y en su semblante se observaba, a flor de piel, el odio inculcado por sus progenitores.
Vaya suerte la de Cuba, cuando al final de una dictadura asoman los rostros perversos de quienes desean prolongar la miseria, el crimen y la ausencia de libertad.
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