Claro, Raúl Castro ha invitado a su homólogo al palacio de la revolución porque el visitante sostiene las mismas amarras sobre la sociedad bielorrusa como él lo hace con el pueblo cubano. Ambos odian la libertad, al negarles los derechos fundamentales a los ciudadanos, sostienen la pena de muerte por fusilamiento y, sin piedad, atacan a todos los que se les oponen cuando alegan que lo hacen en nombre de la justicia y porque ellos representan la voluntad popular de sus respectivas naciones.
Belarús y
Lukashenko, Cuba y Raúl Castro son dos entidades cercanas, adiestrada por los
antiguos comunistas soviéticos. Ellos se niegan a comprender que el fracaso del
socialismo, en aquel enorme país,
demuestra la improbabilidad real de su práctica en el mundo. Sin
embargo, se acomodan en la intransigencia del modelo porque éste les facilita
permanecer en la cúspide del poder cuantos años de terror total les permita.
En las fotos
de las conversaciones ofíciales, entre ambos dictadores, se aprecia la cercanía
cuando, entre helechos, palmeras decorativas, rosas amarillas, postura de confianza,
hermandad ideológica y trajes costosos, no pueden esconder la alevosía con que
tratan a sus pueblos.
Lukashenko es el ultimo dictador del viejo continente, cuya ferocidad recuerda los peores momentos de intolerancia en la URSS y se resiste a mirar al lado donde existen otras naciones que pertenecieron al bloque comunista y hoy se erigen como democracias sólidas, consagrada en la creación del estado de bienestar para sus ciudadanos.
¿Qué
ventajas deja para ambos países esta visita, si las relaciones bilaterales solo
superan 50 millones de dólares al año? Da la impresión que los cinco acuerdos
recién firmados entre los dos países son un simbolismo y forman parte del
interés político de La Habana y Minsk por visualizar la presencia internacional
de alguien que apenas puede salir de su país. Es, por otra parte, un intento
por revivir el pasado glorioso del
socialismo cuando sus ideólogos crearon en todo el mundo la expectativa de
construir un sistema global, concebido para destruir los valores de la
democracia y el capitalismo, y otorgar a los pueblos el derecho supremo a la
emancipación social. También, por la capacidad de Castro para polemizar con los
defensores de los derechos humanos en todos los naciones, al considerar
soberana la decisión de recibir en sus puertos a cualquier transgresor del
derechos a la libertad.
Han sido veinte cuatro largas horas de permanencia en tierra cubana el déspota Lukashenko. La brevedad de la visita puede responder a las obligaciones del visitante por mantener bajo férreo control a su pueblo y, tal vez, por el miedo característico de los dictadores de permanecer fuera del bunker donde gobiernan a su antojo.
La buena noticia es que a pesar de la naturaleza represiva de su régimen, cada vez son más los ciudadanos bielorrusos que superan la culturan del miedo y toman las calles para demandar sus derechos. Ojala su libertad la alcancen muy pronto como también lo desean los opositores al castrismo en Cuba. Cuando ese momento llegue la historia recordará al huésped Lukashenko y al anfitrión Raúl Castro, como los dos últimos dictadores de Europa y América.
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