Lo que todos deseaban de la iglesia cubana ha ocurrido sin contratiempo. La respuesta a un encuentro con los miembros mejores estructurados de la disidencia interna era esperado con ansiedad, en todas partes del mundo, después de las fuertes críticas contra la institución religiosa y su máximo representante en Cuba, el cardenal Jaime Ortega Alaminos.
La semana pasada, según asegura Berta Soler, figura insigne del movimiento Damas de Blanco, el cardenal Ortega se reunió con ellas por más de tres horas, en un ambiente cordial, de respeto y de comprensión por la causa que ellas defienden. La señora Soler destacó a los medios que la iglesia no las había abandonado.
Realmente, este encuentro era necesario. Vital, para saldar las dudas generadas por el desliz del Cardenal en una universidad de Estados Unidos cuando expresaba en un tono despectivo, diatribas infundadas contra un reducido grupo de opositores pacíficos que durantes varios días ocuparon una iglesia en La Habana. La reunión generó expectativas que fueron superada por el tiempo que la iglesia dedicó al grupo de mujeres convertidas hoy, sin discusión alguna, en el mejor exponente de la oposición cívica cubana.
Los méritos de Las Damas de Blanco están determinados por el alcance de sus acciones en las calles de La Habana, el carácter de sus exigencias cívicas y el valor con que han logrado ocupar un espacio en el difícil escenario del totalitarismo tropical.
Lo importante de esta reunión es que la iglesia sale fortalecida al saber limpiar con originalidad y valentía las manchas que pudo echarse encima. Además, expresa su posición al lado de los débiles, de los marginados políticos y de quienes sufren el azote brutal de la represión. La iglesia es sabia, por eso ha sobrevivido a tormentosos momentos a lo largo de su historia superando los escollos con sabiduría y magnanimidad. Su misión evangelizadora implica estar al lado de los que sufren, de los perseguidos y de los que aman la libertad.
No dudo, que en esa inteligente decisión haya influido hasta El Vaticano, que desde Roma es capaz de advertir los mejores derroteros para su institución en la isla. Si fue así, estamos ante un escenario nuevo que debería ser tomado en cuenta por los actores políticos de la disidencia. En primer lugar, si una organización es madura en sus proyectos, establece como misión incluyente abordar los cambios en Cuba desde la acción cívica estratégica e inteligente y se estructura con una base social amplia, posiblemente pueda encontrar resonancia dentro y fuera de Cuba y la iglesia la tomará en cuenta.
Además, si la oposición interna pudiera advertirse a si misma, que el consenso es la clave para alcanzar legitimidad dentro del pueblo cubano y sus instituciones (donde se incluye a la iglesia), sería tomada en cuenta para todo. Si se visualizara como alternativa viable y tuviera ahora mismo sobre la mesa un proyecto que, partiendo de la experiencia de Las Damas de Blanco, le sirva para entenderse con la iglesia y con todos aquellos que, a pesar de estar en la misma trinchera, no se relacionan, entonces otro gallo cantaría y hasta el propio régimen se vería obligado actuar de manera diferente si se llegaran a movilizar a la gente, que es el reto poco comprendido por los opositores.
El desafío mayor y más importante de los demócratas cubanos es ser prudente con la interlocución de la iglesia ante el régimen, antes que salir a reprender a mansalva contra quien, por su naturaleza religiosa, jamás podrá ser aliado de quienes niegan la libertad a sus pueblos. En pocas palabras, hay que insistir inteligentemente, como lo han hecho Las Damas de Blanco, por el entendimiento antes que por la confrontación con la jerarquía de la institución religiosa. En esta lucha por la democracia en Cuba hay que buscar aliados en la iglesia y en los Orishas, si fuera necesario.
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