Estoy leyendo “La vida está en otra parte” una excelente novela del escritor checo, nacionalizado francés, Milán Kundera. Las páginas finales me hacen sentir ciertas nostalgias. A pesar del deseo de terminar el libro, porque me esperan otros del mismo autor, siento que termine una historia llena de imágenes hermosas y mensajes gloriosos. Un libro bueno, es aquel que el lector no quisiera terminar jamás. Pero las historias cuando se cuentan tienen siempre un final.
Kundera escribe acerca de algo muy simple en un lugar complejo, donde los sitios comunes no cambian y siguen llamándose Praga, Vltava, Puente de Carlos o Plaza Vieja. En los alrededores hay bosques, ríos, niños, mujeres, libros, pintores, museos, (…) pura vida. El orgullo checo se impone al credo leninista y las ciudades se resisten a perder sus encantos. Los hombres y mujeres de ese país, son los protagonistas en el libro, porque ellos viven en todas las palabras que utiliza el escritor. Los grandes pueblos siempre hacen su historia.
Jaromil, es un joven checo que nace en medio de la tormentosa sociedad totalitaria que vivió ese país centro europeo. Crece en ella y se involucra con el corazón y la poesía. Se convierte en agitador del futuro que solo es posible en el socialismo, según creía, y encuentra su primer amor detrás de las cortinas de la incertidumbre. Era culto, muy culto porque un pintor amigo que lo amaba (y también a su madre, pero en la cama) le enseñó el camino abstracto de lo hermoso y las composiciones difíciles del arte verdadero.
Sus primeros amores fueron imaginarios. Los reales tenían un sabor diferente a la sirvienta que miraba desnuda en la bañadera. Y creció con miedo e inseguridades. Escribía sus poemas intentando trascender a la inmortalidad, porque los grandes hombres aspiran a la gloria.
Su padre, un ingeniero notable, murió en un campo de concentración y Jaromil, con justa razón, lo hizo su héroe, sembrándole en el corazón de su madre un monumento eterno a su valor. Allí pudieran estar las razones que le hicieron buscar el camino para cambiar el mundo, pero era poeta. Los poetas ven luces y sombras en todas partes. Son inconformes y revolucionarios. La estática no tiene espacio en su métrica (incluso en aquellos poemas con rimas) y la volatilidad de los versos los lleva por los infinitos espacios de la imaginación.
Jaromil, tropieza, por fin, con las interrogantes que se derivan de la inteligencia y entra en contradicciones con la inmediatez de su entorno. Entonces, sus poemas, se convierten en puñaladas punzantes contra aquellos signos que buscan cambiarlo todo desde la ideología y el poder.
Ya les contaré el final porque estoy próximo a devorar las últimas palabras. Sin embargo, una premonición cómplice me anuncia que el poeta salvará a la poesía del encierro torcido que consiguen los dogmas y con ellas al país. Y (…) logra salvarse con sus versos.
¿Por qué escribo de estas cosas que solo son posibles en los poetas? (… ) Mi vida también está en otra parte.
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