En Estados Unidos existe un optimismo y una euforia confusa desde la histórica noche en que Barack Obama ganó las elecciones del 2008. Ese día se visualizó un fantasma oculto durante décadas en las academias, en las legiones frustradas de intelectuales, en algunos grupos de ciudadanos insatisfechos y carentes de identidad y en muchas universidades, cuya apología a la igualdad y a la justicia social, les permite emprender ataques virulentos contra su propio país.
No es casual. Viene trasnochando en el silencio hace tiempos y se ha instalado detrás de los muros constreñidos donde las grandes instituciones culturales y los medios de comunicación repasan diariamente los sucesos más importantes del mundo y Estados Unidos. Existe, como una suerte de espera y con la paciencia de quien asegura atrapar a su presa sin demostrar los límites del agotamiento.
Es un complejo silente de acciones coordinadas desde abajo que subsisten en los intersticios de la polémica y en los círculos del radicalismo militante. Desde allí, se adecua para ocupar un espacio en aquellas contiendas donde, supuestamente, se defienden los derechos del ciudadano estadounidense. Esa tendenciosa maniobra ideológica se está perpetuando en los espacios más sofisticados del sistema estadounidense y su militancia comienza actuar de una manera aparentemente candorosa y sutil, mediante el reproche abierto al modelo sociopolítico y con una mayor habilidad para criticar los manejos en la política domestica e internacional de Estados Unidos. Estos sombríos actores del idealismo socialista, han comenzado a edificar la escalinata que los eleve a la gloria del poder.
Hasta hace muy poco existían de manera disimulada, pero sus miembros acuden a todos los eventos de importancia para hacer una diferencias en las discuciones y exponer los puntos de vistas, que en la democracia son validos, para contradecir y/o oponerse a la tradición del debate o para encausar una alerta a los nuevos desafíos de la lucha ideológica. Son pensadores Gramscianos que creen en el carácter “orgánico” y militante del intelectual, cuya actuación debe ser oportuna y directamente conectada con la acción social y la reflexión crítica. Se han inclinado por movilizar a la juventud y con ello mostrar los signos de una inconformidad sostenible en el tiempo. Quieren advertir una lucha generacional donde el "futuro les pertenece" Como parte de la misma estrategia, consiguen reclutar a las mujeres para dotar de sensibilidad y fuerza sus planes subversivos.
Tienen una visión progresista del mundo y encuentran en estas avenidas la única alternativa a los problemas globales. Su discurso se fundamenta en un imaginario progres, romántico y optimista. Detestan a todo intelectual que habita dentro del conservadurismo, poniéndole traspié hasta en las academias de los premios notables y enfrentando los argumentos inversos a los de ellos con una ferocidad satánica.
Esas creencias humanistas y revolucionarias, que intenta proveer aliento a los desposeídos para embarcarse en el esfuerzo de cambiar la historia, producen miedo. Mucho miedo. Para ellos Gramsci y Che Guevara son modelos perfectos de revolucionarios, porque sus idearios sustentaban la justicia social y la equidad. Un mundo mejor es posible, no es un simple slogan, sino la parte visible de un proyecto abarcador que reta con fuerza a la democracia americana.
Aquí radica el peligro y lo intentaré explicar con breves palabras: El proyecto revolucionario cubano parecía convertirse en la revolución verdadera, cuya acción voluntaria de un pueblo entregado a cambiar su destino, sería capaz de superar la injusticia y crear un orden basado en la igualdad. La revolución bolchevique, por su parte, fundamentó la creencia que el mundo cambiaría con el “acceso” del pueblo al poder y las campanas del “Aurora” llegaron a magnetizar los más recónditos lugares del planeta. La Europa central y oriental, casi en bloque, escalaron el tren del socialismo real con la ilusión de ponderar la esperanza y la oportunidad en sus pueblos. En China, Viet Nam y Corea del Norte la cultura ancestral de sus pueblos parecía universalizar la esperanza bajo la égida del comunismo. En Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Ecuador, donde el “Socialismo del Siglo XXI” se adjudica de manera absoluta la creencia de ser el mejor camino para superar más de doscientos años de exclusión, se intenta recapitular la práctica de un modelo social centralizado.
Los ejemplos de países con modelos de control sobre la voluntad de los ciudadanos han quedado a la zaga del desarrollo social, económico, político y científico técnico. Sin embargo, los “gramscianos” en Estados Unidos y el mundo tienen el mérito del optimismo, porque insisten, con métodos novedosos y atractivos, destruir desde adentro al capitalismo para edificar una “sociedad perfecta”, a pesar del fracaso del sistema que desean implatar.
Mi temor se justifica, además, porque el entusiasmo global que el mundo disfruta con Barack Obama en la Casa Blanca, es para los seguidores de Gramsci una excelente oportunidad para espolear el capitalismo y particularmente contra la democracia estadounidense y los valores de su sociedad.
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