Todas las crisis, por lo general, tienden a mostrar la esencia de las cosas. Es lo que sucede en Venezuela ahora mismo. El pueblo de ese país sudamericano, convulsionado por el dogma ideológico del socialismo del siglo XXI, una alta dosis de castrismo enlatado, que es más fuerte que lo primero, y una extensa escases de alimentos y medicinas, genera una pelea contra los demonios en el poder.
Antes de morir, Hugo Chávez, llamaba al proceso democrático que lo llevó a Miraflores, revolución. Para lograr mayor impacto social en Venezuela (también en la región) le acompañó del apellido bolivariana. Aquí, creo yo, radica la esencia del problema venezolano de hoy. Lenin, el mayor referente revolucionario del siglo XX escribió: “…una revolución vale tanto cuanto sea capaz de defenderse”. Fidel Castro, indignado por el error de los revolucionarios nicaragüenses, lo recordaba cuando, Violeta Chamorro, desplazaba del poder al sandinismo en elecciones democráticas y libres en Nicaragua. Los chavistas convencidos, conocedores del sermón marxista, irán por todas antes de ceder.
Maduro, con su torpe elocuencia y un coeficiente de inteligencia cercano a las fronteras de la incapacidad, tiene algo muy claro. Resistir. Aguantar hasta el final porque la rendición no cabe en el diccionario de un comunista formado en la escuela del partido Ñico López, en La Habana. Su elección para sustituir a un Chávez moribundo revelaba su afinación con el imaginario político de su líder y de Fidel Castro. En el socialismo, lo importante son los revolucionarios e incondicionales al modelo, no la ilustración de éstos. El actual gobernante venezolano responde a ese prototipo del sedicioso pasional y fiel intérprete del credo revolucionario.
Su estrategia, parece ser el desgaste mediante la espera. El tiempo borra todo y antes de hacerlo, agota. Es una táctica vieja y por su vejez no deja de tener utilidad. Las calles arden de pasión patriótica por una oposición activa y sin miedo. Pero esa gente tendrá sed, hambre, necesidades que los obligarán a estar en otros sitios que no sean las avenidas de Caracas. Así, porque la lógica lo indica, están pensando los chavistas de Miraflores. Y ese optimismo cuenta para un estado agónico, por la crisis económica y la incompetencia de sus líderes, al encontrar, como única vía de supervivencia, el deterioro y escarnio del adversario político jugando con los factores días, semanas, meses y años. También, juaga a su favor y le sirve de espaldarazo, el mutismo del Papa (el de la Pampa) los principales medios de prensa y los gobiernos mejores estructurados del mundo cuando, al mirar hacia a otra parte, afirman que los problemas internos de Venezuela son asuntos de los venezolanos.
Existe un detalle que puede ser importante. Los socialistas venezolanos son conscientes de la debacle internacional dentro la izquierda radical y se acomodan, de manera pragmática, a sobrevivir bajo cualquier circunstancia en el poder tal como lo manejan hoy. Otra opción no les queda porque las pretensiones de Hugo Chávez, que sigue al pie de la letra Nicolás Maduro, fue la de gobernar en el tiempo a cualquier precio. A la vez, indicando que el bus de la revolución no marcha mejor (o más rápido) porque desde el exterior no los dejan y desde adentro, los quintas columnas, se pliegan al imperio del norte.
No es una reflexión insensata. No. Porque en Venezuela hay quienes están, como en Cuba, dispuestos a morir defendiendo al chavismo. Son las turbas de incondicionales, sedientos de venganzas que se han armado para atacar, incluso, dentro de la propia oposición para hacer mayor la crisis. Los tentadores de intrigas quienes fustigan la limpieza de una lucha justa y cívica. También los oportunistas de siempre, que apegados al modelo obtienen los beneficios económicos suficientes y luego los exportan a los bancos internacionales. Los altos mandos militares, comprometidos con una aparente institucionalidad y responden a los dogmas del chavismo con envoltura socialista y se amparan en los favores económicos del régimen. Por último, una casta de burócratas y actores silentes, prendidos de las ramas del poder donde lactan hasta el último céntimo del patrimonio nacional.
La movilización del pueblo venezolano, decía un ciudadano de pie, urge de un liderazgo opositor sólido, sin fisura, capaz de borrar los tintes de desunión que afloran, intempestivamente, en ciertos momentos. La torpeza de Maduro, cuando las tomen en cuenta, también debe incluir el desatino de un hombre que aún no ha mostrado a donde puede llegar. Si su poder real se ve amenazado, en la desesperación, puede acudir a lo peor. Serán los últimos estertores antes de caer.
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