Mississippi tiene los mismos contrastes de otros estados americanos. Su historia, aquel pasado convulso por la segregación y violencia racial, resuena cada vez menos en las esquinas del resentimiento. Las ascuas del odio comienzan apagarse en la lentitud sureña, advirtiendo no repetirlas jamás.
Amy Middleton Chapman, un mujer dotada de paciencia, amor a sus caballos y al cómodo panorama de su rancho, ha sabido cruzar, con el rápido andar de su inteligencia, los abismos del odio. Ayer, sin motivos aparentes y cuando el sol había superado los contornos del rio Mississippi en su tránsito al oeste, improvisó una fiesta entre pocos amigos para recibir la noche bajo una luna a medio andar, montones de estrellas, una cena exquisita y conversaciones de alto valor.
El Bósforo, la Cappadocia o el ensortijado curso de los Fiordos, cuando se mencionaban en la amena conversación, parecían tan cercanas como las breves colinas de Birmingham, Smoky Mountains o los pantanos de Ciprés Calvo de Louisiana. El mundo, cuyo tamaño es parecido a un pañuelo, se reducía a la experiencia de los amigos en sus viajes por las orillas de donde hemos pasado alguna vez.
Después, como si alcanzar las estrellas fuera posible de un salto, los jóvenes, que éramos, en fin, todos, comenzaron a identificar constelaciones y a contar los planetas visibles por su luz. Alguien dijo que el paraíso no estaba en lo alto del cielo, sino allí, entre nosotros y el fuego que nos calentaba.
No comments:
Post a Comment