Desde hace algunos años, en Miami, España y otras partes del mundo, se ha generado una tendencia creciente a criticar al exilio cubano, para ganarse el favor del victimario. Se zurce un estrategia simplista, con marcada influencia, para invertir los factores y escalar a la envidiable posición de moderado, o facilitador, en el proceso de cambio que Cuba necesita.
La soltura con que se hacen crítica a la actuación de los exiliados, es para intentar que Obama, Zapatero y, hasta el mismísimo Evo Morales, abran sus puertas a nuevas voces que dicen separarse del discurso tradicional de los cubanos dispersos por el mundo. Y no es una mala idea. Lo injusto es el convencimiento que esos gestores tienen del problema, al creer que el régimen no cambia de postura porque la actuación de la diáspora lo obliga atrincherarse.
En este instante, cuando el país necesita consensuar una estrategia mínima e inteligente con todos los cubanos, hay un cabildeo sostenible y pujante para desligarse de aquellos que piensan diferentes. Aseguran estos “videntes” sutiles que un día lo llamaron a la fiesta, por su buen comportamiento, para formar parte de la orquesta que arreglará el embrollo democrático en Cuba.
La estrategia para el cambio ha fracasado. Cincuenta y dos años es un tiempo muy largo en la vida en un pueblo y es necesario alternar la intransigencia por la racionalidad. De acuerdo estarán muchos y otros no, pero hacer las cosas diferentes implica reconocer el lado del problema.
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