Las elecciones de noviembre, para ocupar posiciones legislativas en el congreso y el senado de los Estados Unidos, posiblemente varíen la balanza en una de las dos cámaras. Los demócratas, con mayoría en ambos lados, se esfuerzan por mantener el margen de ventaja que han gozado en los últimos años. Si ocurre algún cambio, el presidente Barack Obama gobernará sin mayoría absoluta y su programa de gobierno sufrirá un fuerte golpe.
Las campañas para alcanzar una bancada en el congreso y el senado tienen de todo. Como casi siempre, los ataques personales rozan los límites de la indecencia. Las acusaciones, entre contrincantes, parecen estar motivadas por un odio enfermizo entre las partes. Ese comportamiento desnuda a un país cada vez más crispado por la polarización, que ha dejado un prologando conflicto por motivos de ideas, que comenzó en las pasadas elecciones presidenciales.
Las acusaciones de los republicanos a los demócratas y de estos últimos a los primeros consiste un una manía repetida durante los ultimas campañas, donde los candidatos, al probar fuerzas, acuden al aspecto ideológico como el arma salvadora.
La política de extensión social de los demócratas es asumida por sus contrincantes republicanos como una avenida abierta a las ideas socialistas en Estados Unidos. La validación de los valores originales del país, tema donde descansa parte del argumento republicano, se interpreta como un conservadurismo a ultranza y desmedido por su rival.
Dos ejemplos pueden indicar hasta donde llegan los partidos y algunos aspirantes en el afán de alcanzar un espacio en el mundo político de Washington. Descalificaciones, insultos, pase de revista a la conducta pasada de los candidatos, acusaciones de todos tipos y golpes bajos, son parte de una estrategia desgastada en el intento de sacar provecho en las urnas.
El primero, es la candidata por el partido republicano al senado de la nación por el estado de Delaware, Cristine O'Donnell, quien con la ingenuidad de una infanta ha provocado un enorme revuelo político entre los estadounidenses por afirmar hace más de diez años: “Coqueteé con la brujería. Me junté con gente que hacía esas cosas. No me lo estoy inventando”
Para los cubanos puede parecer un argumento ridículo e infeliz porque Cuba es un país católico donde la inmensa mayoría se hace un despojo y consulta a los Orishas. Sin embargo, en Estados Unidos acudir el oscurantismo es un pecado mayor ante la cristiandad y la fe religiosa que se profesa aquí.
Olvidan los críticos que la buena gestión de un político es cuando alcanza a servir al electorado independientemente del credo, orientación política, raza o género.
El segundo caso es el aspirante demócrata por el distrito 25 en Miami, Joe García, que en noviembre discutirá frente a David Rivera, su rival republicano, la vacante dejada por Linconl Diaz Balart en el congreso de la nación. A García lo tildan de socialistas por tener una visión diferente en relación al tema cubano. Y aunque muchos residentes en Miami coinciden con su postura no lo expresan por miedo a la critica descarnada de una parte del exilio, que con todo derecho, proclama conservar la intransigencia frente al régimen de los Castro.
Las acusaciones de este tipo, ademas de malintencionadas, perjudican la dinámica de la verdadera democracia donde el equilibrio y la alternancia en el poder, no solo diversifica, sino que enriquece la solidez de un país democrático como Estados Unidos.
Asombra la forma de etiquetar a las personas por sostener ciertas posiciones polémicas. Ocurre, generalmente, que al poner esos “labels” los detractores, de todos los lados, ignoran cuan lejos está O'Donnell de ser hechicera y el señor García de ser un socialista.
Wednesday, September 22, 2010
Saturday, September 4, 2010
Ellos no desean eso (They don’t want it)
En Estados Unidos se ha intentado iniciar un tránsito silencioso hacia lo nuevo. Aun resuena el eslogan “Yes We Can” que Barack Obama propuso en su campaña y sus ecos, convertidos en estimulo para los demócratas, comenzaron a tropezar con el día a día del estadounidense.
Lo nuevo no ha llegado y el ”si podemos” ha dejado de ser una consigna unitaria para convertirse en una frase opaca, esculpida, en este momento, con los improperios del votante frustrado.
Era de esperar. Los pueblos cuando se dejan arrastrar por las aureolas fluidas del carisma, se convierten en una torpe muchedumbre embriagada.
El jubilo irreflexivo de los mítines, el acento certero de un orador elocuente, la necesidad de cambiar la imagen del país ante el mundo, para borrar un pasado reciente, movilizaron el entusiasmo en las urnas. Había que cambiar la historia con la elección de un afroamericano para la Casa Blanca para apuntalar, así lo han creído, al país sobre sus cimientos originales.
Ahora, con la pérdida de confianza en Washington, la economía estancada, la falta de un liderazgo visible y el país dividido, los que viven en este país comienzan a preguntarse porque nada ha cambiado y hacia donde van.
Hay miedo en Estados Unidos. Es un miedo cerval y silente. Es una inseguridad en el rumbo que toma la nación y el espacio que cede por día. Hay quienes han comenzado hablar bajito y a los que gritan les llaman locos.
En una ciudad del sur el eslogan del comunismo se apoderó de las paredes de un centro comercial por varios meses y fue borrado por casualidad. Es evidente, pocos conocen a la hoz y al martillo. De Marx no tienen una remota idea y la esfinge de Che Guevara adorna los despachos de algunos funcionarios.
Varias universidades están de fiesta y los gramscianos duermen felices porque realmente piensan que Estados Unidos puede ir cambiando a su favor.
Lo triste es que pocos lo observan. La ingenuidad y la miopía son las dos peores enfermedades que padecen los estadounidenses. Mañana puede ser tarde, porque se resisten a creer en el posible mal que se les viene encima.
Lo nuevo no ha llegado y el ”si podemos” ha dejado de ser una consigna unitaria para convertirse en una frase opaca, esculpida, en este momento, con los improperios del votante frustrado.
Era de esperar. Los pueblos cuando se dejan arrastrar por las aureolas fluidas del carisma, se convierten en una torpe muchedumbre embriagada.
El jubilo irreflexivo de los mítines, el acento certero de un orador elocuente, la necesidad de cambiar la imagen del país ante el mundo, para borrar un pasado reciente, movilizaron el entusiasmo en las urnas. Había que cambiar la historia con la elección de un afroamericano para la Casa Blanca para apuntalar, así lo han creído, al país sobre sus cimientos originales.
Ahora, con la pérdida de confianza en Washington, la economía estancada, la falta de un liderazgo visible y el país dividido, los que viven en este país comienzan a preguntarse porque nada ha cambiado y hacia donde van.
Hay miedo en Estados Unidos. Es un miedo cerval y silente. Es una inseguridad en el rumbo que toma la nación y el espacio que cede por día. Hay quienes han comenzado hablar bajito y a los que gritan les llaman locos.
En una ciudad del sur el eslogan del comunismo se apoderó de las paredes de un centro comercial por varios meses y fue borrado por casualidad. Es evidente, pocos conocen a la hoz y al martillo. De Marx no tienen una remota idea y la esfinge de Che Guevara adorna los despachos de algunos funcionarios.
Varias universidades están de fiesta y los gramscianos duermen felices porque realmente piensan que Estados Unidos puede ir cambiando a su favor.
Lo triste es que pocos lo observan. La ingenuidad y la miopía son las dos peores enfermedades que padecen los estadounidenses. Mañana puede ser tarde, porque se resisten a creer en el posible mal que se les viene encima.
Tuesday, August 10, 2010
Gravitaciones
Hasta Fernando Ortiz creyó que Cuba gravitaría a Estados Unidos y aseguraba lo inevitable de ese proceso. Sus argumentos eran pueriles, a pesar del incuestionable talento del sabio cubano, al fundar sus observaciones en la tendencia, cada vez más creciente a principio del siglo XX, del mercado estadounidense en la isla, la orientación de algunos cubanos hacia la nación del norte de nuestro continente y las tensiones raciales de esa época.
Mucho antes, en abril de 1823, John Quincy Adams expuso la “Política de la Fruta Madura”, donde se afirmaba que: “hay leyes de gravitación política, como leyes de gravitación física, y Cuba, separada de España, tiene que gravitar hacia la Unión, y la Unión, en virtud de la propia ley, no iba a dejar de admitirla en su propio seno. No hay territorio extranjero que pueda compararse para los Estados Unidos como la Isla de Cuba. Esas islas de Cuba y Puerto Rico, por su posición local, son apéndices del Continente Americano, y una de ellas, Cuba, casi a la vista de nuestras costas, ha venido a ser de trascendental importancia para los intereses políticos y comerciales de nuestra Unión".
Los cubanos, a lo largo de la historia, han optado por la independencia de Cuba de cualquier poder extranjero. Estados Unidos, por su cercanía geográfica, se ha convertido en el atractivo de la inmigración cubana hacia el exterior. Sin embargo, los exiliados aprecian su aceptación en la sociedad estadounidense, pero se oponen a cualquier indicio que pueda convertir a Cuba en un nuevo Puerto Rico.
Pudiera parecer que la influencia política, económica y social de los cubanos en Estados Unidos son un elemento gravitacional, sin embargo, no lo son tanto, aún cuando la posición del castrismo trata de fusionar, sin tomar en cuenta las diferencias ideológicas dentro de los propios cubanos en USA, a todos los emigrados con la política estadounidense.
Sin embargo, irremediablemente, ocurre una gravitación involuntaria donde cada vez es mayor la cercanía entre Cuba y Estados Unidos. Los lazos afectivos que han creando los exiliados con las dos orillas han fundado una suerte de pertenencia a ambos lados con raíces profundas y con frutos muy prometedores. Es una vecindad natural que ha ido creciendo a pesar del aislamiento y los errores políticos de La Habana y Washington.
La revolución cubana, a pesar del antiimperialismo desbordante de Fidel Castro, ha hecho gravitar a Cuba y a los cubanos más que nunca hacia los Estados Unidos. Desde 1959 hasta hoy la realidad de la isla es condicionada por la retórica de estas dos naciones que permanecen sitiadas en las contradicciones, sin que muchos puedan visibilizar que ese proceso no ha separado a sus pueblos a pesar de que los contactos han sido escasos entre ellos.
Culpar a Estados Unidos del fracaso revolucionario y mencionarlo cuantas veces sea posible para conseguir credibilidad revolucionaria, explica la incursión permanente del vecino del norte en la vida nacional. Comparar, como Castro acostumbró con sus sorprendentes estadísticas, a un pequeño país como Cuba, con una nación de dimensiones continentales, implicaba despejar las dudas de cuan similares son en el imaginario del gobernante.
La polémica ideológica verticalizada dentro de Cuba se fundamenta en alcanzar la supremacía sobre la sociedad estadounidense. En otras palabras, el régimen se ha propuesto siempre ser superior a Estados Unidos en todo lo que fuera posible. Como no lo puede, porque su incapacidad demostrada para el éxito lo determina así, inunda a la sociedad cerrada de la isla con infamias sobre el vecino del norte, convirtiendo, inexplicablemente y contra toda voluntad revolucionaria, a ese país en la nación que mayor curiosidad despierta en los cubanos.
Aquí se proyecta, psicológicamente hablando, la mayor gravitación del régimen cubano hacia su vecino del norte. Se puede explicar porque el persistente ensañamiento contra lo todo lo que proviene de Estados Unidos, logra incidir en el comportamiento de la gente cuando buscan artifugios novelescos para permearse con las sofisticadas influencias del norte. Estas pueden ser a través de la música, el cine, la moda, las celebridades y otros encantos estadounidenses.
En segundo lugar, la exitosa presencia de cubanos exiliados, cuyo contacto con sus familiares en la isla permite el intercambio de ideas, bienes y tecnología, acelera la proximidad entre ambos pueblos y naciones. Las referencias de la sociedad estadounidense para el pueblo cubano no coinciden con el punto de vista del oficialismo, porque el derrotero de los que desean abandonar Cuba pasa por Estados Unidos.
Las recientes declaraciones del Cardenal Jaime Ortega al columnista del Washington Post, Jackson Diehl donde afirma que...” Raúl tiene interés en lograr una “apertura” con Estados Unidos”, expresa como desde lo alto del poder en Cuba consideran que su futuro pasa por la voluntad del gobierno estadounidense.
En ese sentido, el régimen gravita, voluntariamente, hacia los Estados Unidos para resolver los problemas que los cubanos mismos han creado. ¿Será que como pueblo están predestinados a edificar su futuro de la mano de Washington?
Mucho antes, en abril de 1823, John Quincy Adams expuso la “Política de la Fruta Madura”, donde se afirmaba que: “hay leyes de gravitación política, como leyes de gravitación física, y Cuba, separada de España, tiene que gravitar hacia la Unión, y la Unión, en virtud de la propia ley, no iba a dejar de admitirla en su propio seno. No hay territorio extranjero que pueda compararse para los Estados Unidos como la Isla de Cuba. Esas islas de Cuba y Puerto Rico, por su posición local, son apéndices del Continente Americano, y una de ellas, Cuba, casi a la vista de nuestras costas, ha venido a ser de trascendental importancia para los intereses políticos y comerciales de nuestra Unión".
Los cubanos, a lo largo de la historia, han optado por la independencia de Cuba de cualquier poder extranjero. Estados Unidos, por su cercanía geográfica, se ha convertido en el atractivo de la inmigración cubana hacia el exterior. Sin embargo, los exiliados aprecian su aceptación en la sociedad estadounidense, pero se oponen a cualquier indicio que pueda convertir a Cuba en un nuevo Puerto Rico.
Pudiera parecer que la influencia política, económica y social de los cubanos en Estados Unidos son un elemento gravitacional, sin embargo, no lo son tanto, aún cuando la posición del castrismo trata de fusionar, sin tomar en cuenta las diferencias ideológicas dentro de los propios cubanos en USA, a todos los emigrados con la política estadounidense.
Sin embargo, irremediablemente, ocurre una gravitación involuntaria donde cada vez es mayor la cercanía entre Cuba y Estados Unidos. Los lazos afectivos que han creando los exiliados con las dos orillas han fundado una suerte de pertenencia a ambos lados con raíces profundas y con frutos muy prometedores. Es una vecindad natural que ha ido creciendo a pesar del aislamiento y los errores políticos de La Habana y Washington.
La revolución cubana, a pesar del antiimperialismo desbordante de Fidel Castro, ha hecho gravitar a Cuba y a los cubanos más que nunca hacia los Estados Unidos. Desde 1959 hasta hoy la realidad de la isla es condicionada por la retórica de estas dos naciones que permanecen sitiadas en las contradicciones, sin que muchos puedan visibilizar que ese proceso no ha separado a sus pueblos a pesar de que los contactos han sido escasos entre ellos.
Culpar a Estados Unidos del fracaso revolucionario y mencionarlo cuantas veces sea posible para conseguir credibilidad revolucionaria, explica la incursión permanente del vecino del norte en la vida nacional. Comparar, como Castro acostumbró con sus sorprendentes estadísticas, a un pequeño país como Cuba, con una nación de dimensiones continentales, implicaba despejar las dudas de cuan similares son en el imaginario del gobernante.
La polémica ideológica verticalizada dentro de Cuba se fundamenta en alcanzar la supremacía sobre la sociedad estadounidense. En otras palabras, el régimen se ha propuesto siempre ser superior a Estados Unidos en todo lo que fuera posible. Como no lo puede, porque su incapacidad demostrada para el éxito lo determina así, inunda a la sociedad cerrada de la isla con infamias sobre el vecino del norte, convirtiendo, inexplicablemente y contra toda voluntad revolucionaria, a ese país en la nación que mayor curiosidad despierta en los cubanos.
Aquí se proyecta, psicológicamente hablando, la mayor gravitación del régimen cubano hacia su vecino del norte. Se puede explicar porque el persistente ensañamiento contra lo todo lo que proviene de Estados Unidos, logra incidir en el comportamiento de la gente cuando buscan artifugios novelescos para permearse con las sofisticadas influencias del norte. Estas pueden ser a través de la música, el cine, la moda, las celebridades y otros encantos estadounidenses.
En segundo lugar, la exitosa presencia de cubanos exiliados, cuyo contacto con sus familiares en la isla permite el intercambio de ideas, bienes y tecnología, acelera la proximidad entre ambos pueblos y naciones. Las referencias de la sociedad estadounidense para el pueblo cubano no coinciden con el punto de vista del oficialismo, porque el derrotero de los que desean abandonar Cuba pasa por Estados Unidos.
Las recientes declaraciones del Cardenal Jaime Ortega al columnista del Washington Post, Jackson Diehl donde afirma que...” Raúl tiene interés en lograr una “apertura” con Estados Unidos”, expresa como desde lo alto del poder en Cuba consideran que su futuro pasa por la voluntad del gobierno estadounidense.
En ese sentido, el régimen gravita, voluntariamente, hacia los Estados Unidos para resolver los problemas que los cubanos mismos han creado. ¿Será que como pueblo están predestinados a edificar su futuro de la mano de Washington?
Monday, May 24, 2010
Los laberintos del general
Las noticias que llegan de Cuba son alentadoras. Después del asesinato de Orlando Zapata Tamayo y la acción de Guillermo Fariñas, con su larga huelga de hambre, el régimen se ha visto obligado a dar una movida inusual.
El gesto de Raúl Castro, al sostener largas conversaciones con la iglesia católica, de moverse de acuerdo a las exigencias de Las Damas de Blanco y Fariñas, ubica al general, por primera vez, al lado del pragmatismo político. Parece también, que la sombra de Fidel Castro se ha apagado o su inminente desaparición física, si no es que ya está en el otro mundo, le permite a Raúl maniobrar a su antojo.
Con Castro, en plenitud de facultades para ejercer el control del país, Raúl nunca daría esos pasos. La independencia del general se desprende de la rapidez con que intenta saldar sus errores por autorizar la escalada represiva contra Las Damas de Blanco y la muerte de Zapata.
La crítica internacional a esas acciones ha aislado como nunca antes al régimen cubano, que trata, con estos movimientos, de recuperar el terreno de la credibilidad con sus socios extranjeros y la izquierda mundial.
La torpeza del régimen de matar a Zapata y reprimir de manera grosera a un grupo de mujeres pacíficas, no encuentra respaldo hoy día en algunos sectores importantes de la izquierda internacional. Por ello, varios gobernantes y personalidades, que antes guardaban silencio ante los horrores del régimen cubano, salieron del closet de la complicidad para argumentar su independencia de esos métodos estalinistas practicados por la Habana.
Raúl, con el olfato del buen aprendiz dejó de prestarle atención al legado criminal (no sabemos hasta cuándo) de su hermano mayor, para intentar, con urgencia, lavar la mancha que ya pesa sobre él en su breve período al frente de Cuba.
Algunos atribuyen las movidas del general a la visita que Dominique Mamberti, secretario para las relaciones con los Estados de la Santa Sede, realizará el próximo 15 de junio a La Habana. Sin embargo, creo que los únicos actores en el cambio de postura de régimen son los opositores cubanos.
El efecto Zapata, el protagonismo de Las Damas de Blanco y la huelga de hambre de Guillermo Fariñas, son los principales arquitectos del rumbo que Raúl se ha visto obligado a tomar. También la acción cívica de los oposicionistas más estructurados en la isla y la incansable labor del exilio cubano disperso por el mundo.
El gesto de Raúl Castro, al sostener largas conversaciones con la iglesia católica, de moverse de acuerdo a las exigencias de Las Damas de Blanco y Fariñas, ubica al general, por primera vez, al lado del pragmatismo político. Parece también, que la sombra de Fidel Castro se ha apagado o su inminente desaparición física, si no es que ya está en el otro mundo, le permite a Raúl maniobrar a su antojo.
Con Castro, en plenitud de facultades para ejercer el control del país, Raúl nunca daría esos pasos. La independencia del general se desprende de la rapidez con que intenta saldar sus errores por autorizar la escalada represiva contra Las Damas de Blanco y la muerte de Zapata.
La crítica internacional a esas acciones ha aislado como nunca antes al régimen cubano, que trata, con estos movimientos, de recuperar el terreno de la credibilidad con sus socios extranjeros y la izquierda mundial.
La torpeza del régimen de matar a Zapata y reprimir de manera grosera a un grupo de mujeres pacíficas, no encuentra respaldo hoy día en algunos sectores importantes de la izquierda internacional. Por ello, varios gobernantes y personalidades, que antes guardaban silencio ante los horrores del régimen cubano, salieron del closet de la complicidad para argumentar su independencia de esos métodos estalinistas practicados por la Habana.
Raúl, con el olfato del buen aprendiz dejó de prestarle atención al legado criminal (no sabemos hasta cuándo) de su hermano mayor, para intentar, con urgencia, lavar la mancha que ya pesa sobre él en su breve período al frente de Cuba.
Algunos atribuyen las movidas del general a la visita que Dominique Mamberti, secretario para las relaciones con los Estados de la Santa Sede, realizará el próximo 15 de junio a La Habana. Sin embargo, creo que los únicos actores en el cambio de postura de régimen son los opositores cubanos.
El efecto Zapata, el protagonismo de Las Damas de Blanco y la huelga de hambre de Guillermo Fariñas, son los principales arquitectos del rumbo que Raúl se ha visto obligado a tomar. También la acción cívica de los oposicionistas más estructurados en la isla y la incansable labor del exilio cubano disperso por el mundo.
Wednesday, May 5, 2010
Juan Gualberto Gómez y la esclavitud moderna
Para comprender el proceso revolucionario cubano actual es imperioso acudir a las dos últimas décadas del siglo XIX y la primera del XX y leer algunos de los ensayos del periodista Juan Gualberto Gómez. Gracias al libro Por Cuba libre del Dr. Emilio Roig de Leuchsenring, he podido conocer más acerca de éste cubano generoso y bueno. Amigo entrañable de José Marti y al cual el apóstol le llego a decir: “usted es uno de mis orgullos”.
Ahora comprendo porque la dictadura castrista lo mantiene en el olvido y pocos cubanos conocen a profundidad su pensamiento político. De Juan Gualberto, sabemos de su amistad con Marti y el importante rol que jugó en los preparativos del 24 de febrero. Sin embargo, su percepción acerca de la esclavitud y los intereses morales en la colonia son aristas desconocidas de su diligencia política.
Tres aspectos del largo ensayo, La cuestión de Cuba en 1884, bastan para comprender la similitud entre el régimen de los hermanos Castro y la sociedad colonial esclavista cubana que Juan Gualberto describió con atinada claridad.
Si partimos que la revolución cubana es una servidumbre moderna, como asegura el enciclopedista ingles Herbert Spencer sobre el socialismo y reconoce Marti en su ensayo “La futura esclavitud”, resulta posible comprender, al hacer un paralelismo con los estudios de Juan Gualberto, que los esclavistas modernos son los miembros de la élite del politburó que llegan a ser los primeros en todos los aspectos de la vida política, social, económica.
Juan G. Gómez escribió: “arriba están los blancos. Ellos han tenido siempre la libertad civil y la influencia gubernativa. Y entre los blancos, ya hemos indicado que suerte la del peninsular (…) (El peninsular lo podemos asociar con los extranjeros en Cuba que gozan de los privilegios que le son negados a los nacionales) Abajo, el negro infeliz, paria triste y desdeñado”. La Cuba actual es un calco de lo que describe el periodista Gómez.
La moral política del sistema colonial no era perfecta, para J G Gómez, por la existencia de la esclavitud. Dice: "Una sociedad donde se transigía con el crimen, donde el robo era la base de la propiedad y el despojo constituía un derecho, y la ley y la autoridad se atribuían casi exclusivamente por misión la de amparar el tremendo delito de la servidumbre. (…) En el corazón de los que nacían en Cuba, en su inteligencia, en todas sus potencias espirituales o anímicas (…) se operaba desde temprano cierta atrofia”
En este análisis de Juan Gualberto, describiendo la realidad cubana a mediados de los año ochenta del siglo XIX, alcanzamos a ver una situación similar a la creada por los hermanos Castro a medido del siglo XX y que perdura con mayor énfasis en los primeros diez años del siglo XXI. El daño antropológico provocado por la revolución cubana a su pueblo es la atrofia a la que se refiere el destacado periodista cuando evaluaba el deterioro moral de Cuba colonial.
“La familia ha visto sus lazos aflojarse” escribió Gualberto y más adelante destaca como: “Una turba de aventurero ha aprovechado los días de prueba para corromper” y para explicar como el mal se había generalizado en aquella sociedad tal como ocurre hoy, escribe: “Los hogares que no han sentido la deshonra, de más lejos o de más cerca, salpicarlos, forman la feliz excepción que viene a confirmar la generalidad de la vergüenza”
La profundidad del mal en el sistema esclavista era afín al modelo de los Castro. Sin embargo, era ineludible la insostenibilidad de aquella abominable sociedad, como también llega a ser la dictadura cubana. Dice Juan Gualberto al respecto: “Se vive de prisa. (…) porque la situación es insostenible, porque el suelo esta minado y ya se sienten las trepidaciones de la lava del volcán, que pugna por estallar. Y para que todo sea triste, hasta la autoridad ha perdido la conciencia de respeto que a si misma se debe”
Aparecen ante nosotros nuevos argumentos históricos que pudieran servirnos como armas inteligentes para enfrentar a dictadura cubana. En las páginas que escribieron nuestros próceres están los pilares para fundar la nación del futuro. ¿Será posible? Si tomamos al pasado como referencia, fundaremos un país viable “para el bien de todos”.
Ahora comprendo porque la dictadura castrista lo mantiene en el olvido y pocos cubanos conocen a profundidad su pensamiento político. De Juan Gualberto, sabemos de su amistad con Marti y el importante rol que jugó en los preparativos del 24 de febrero. Sin embargo, su percepción acerca de la esclavitud y los intereses morales en la colonia son aristas desconocidas de su diligencia política.
Tres aspectos del largo ensayo, La cuestión de Cuba en 1884, bastan para comprender la similitud entre el régimen de los hermanos Castro y la sociedad colonial esclavista cubana que Juan Gualberto describió con atinada claridad.
Si partimos que la revolución cubana es una servidumbre moderna, como asegura el enciclopedista ingles Herbert Spencer sobre el socialismo y reconoce Marti en su ensayo “La futura esclavitud”, resulta posible comprender, al hacer un paralelismo con los estudios de Juan Gualberto, que los esclavistas modernos son los miembros de la élite del politburó que llegan a ser los primeros en todos los aspectos de la vida política, social, económica.
Juan G. Gómez escribió: “arriba están los blancos. Ellos han tenido siempre la libertad civil y la influencia gubernativa. Y entre los blancos, ya hemos indicado que suerte la del peninsular (…) (El peninsular lo podemos asociar con los extranjeros en Cuba que gozan de los privilegios que le son negados a los nacionales) Abajo, el negro infeliz, paria triste y desdeñado”. La Cuba actual es un calco de lo que describe el periodista Gómez.
La moral política del sistema colonial no era perfecta, para J G Gómez, por la existencia de la esclavitud. Dice: "Una sociedad donde se transigía con el crimen, donde el robo era la base de la propiedad y el despojo constituía un derecho, y la ley y la autoridad se atribuían casi exclusivamente por misión la de amparar el tremendo delito de la servidumbre. (…) En el corazón de los que nacían en Cuba, en su inteligencia, en todas sus potencias espirituales o anímicas (…) se operaba desde temprano cierta atrofia”
En este análisis de Juan Gualberto, describiendo la realidad cubana a mediados de los año ochenta del siglo XIX, alcanzamos a ver una situación similar a la creada por los hermanos Castro a medido del siglo XX y que perdura con mayor énfasis en los primeros diez años del siglo XXI. El daño antropológico provocado por la revolución cubana a su pueblo es la atrofia a la que se refiere el destacado periodista cuando evaluaba el deterioro moral de Cuba colonial.
“La familia ha visto sus lazos aflojarse” escribió Gualberto y más adelante destaca como: “Una turba de aventurero ha aprovechado los días de prueba para corromper” y para explicar como el mal se había generalizado en aquella sociedad tal como ocurre hoy, escribe: “Los hogares que no han sentido la deshonra, de más lejos o de más cerca, salpicarlos, forman la feliz excepción que viene a confirmar la generalidad de la vergüenza”
La profundidad del mal en el sistema esclavista era afín al modelo de los Castro. Sin embargo, era ineludible la insostenibilidad de aquella abominable sociedad, como también llega a ser la dictadura cubana. Dice Juan Gualberto al respecto: “Se vive de prisa. (…) porque la situación es insostenible, porque el suelo esta minado y ya se sienten las trepidaciones de la lava del volcán, que pugna por estallar. Y para que todo sea triste, hasta la autoridad ha perdido la conciencia de respeto que a si misma se debe”
Aparecen ante nosotros nuevos argumentos históricos que pudieran servirnos como armas inteligentes para enfrentar a dictadura cubana. En las páginas que escribieron nuestros próceres están los pilares para fundar la nación del futuro. ¿Será posible? Si tomamos al pasado como referencia, fundaremos un país viable “para el bien de todos”.
Sunday, April 11, 2010
Oración para los muertos de Abril
(A la memoria de Bárbaro Castillo García, Lorenzo Copello Castillo y Jorge Luís Martínez Isaac, fusilados el 11 de abril del 2003 por órdenes de Fidel Castro)
Eran tres jóvenes negros como las noches de apagones. Habían vivido bajo vigilancia y golpizas. Hambre y prisiones. En el bullicio de una ciudad gigante que se los atragantaba como roedores nocivos, ( …) sin espacio precisos en la urbe. Eran chocantes al extranjero y peligrosos al policía. Inadaptados al CDR. Descarrilados para la UJC. Enemigos del pueblo para el partido. Bandoleros sin sueldo para los vecinos.
Ellos, no eran el reflejo del hombre nuevo y pocas veces fueron a la plaza. Preferían la algarabía de las calles y el tejado marchito de la Habana Vieja o los rincones protervos del solar y las largas colas de una cervecera. Tal vez, el hedor de los albañales perforados en la esquina del barrio o una tasa de café mezclado con leguminosa.
Pero tenían el sueño de ser libre del horror y el cautiverio. De la intriga y el miedo, la adulación y el cansancio. Deseaban renunciar al coro y bajaron los bancales en silencio complotados con el mar, el buen tiempo y una barca. Ocuparon la playa y la bahía. Tomaron el rumbo de sus muertes ansiando cruzar el golfo y alcanzar la otra orilla para secar su sed en la arena, caminar sin temerle al policía y cambiar sus vidas en el trabajo. Serían héroes de ellos mismos. Nuevos navegantes en el siglo de las computadoras. Adalides del mar y la bitácora. Aventureros del trópico y la desgracia.
En el camino soñaban con enviarles dólares a sus madres. Cartas a los amigos. Regalos a las novias. Blasfemias al tirano y a los cómplices de la barriada. Fotos en restaurantes famosos y de las playas libres del sur de la Florida o de sus autos del año (quien sabe).
Pero el infortunio le fraguó sus sueños. La nave, adoctrinada a navegar sus pocas millas consumió el combustible en la peor hora. Había que regresar y regresaron. Ya estaban dictadas sus condenas. Un 11 de abril del 2003 le descargaron ráfagas cortas de fusiles AK en sus pechos púberes cubriendo la sangre, el color ébano de sus cuerpos jóvenes.
Morían para evitar una guerra con Estados Unidos, dijo el comandante y lo ratificaba a pocas horas el canciller. Murieron por dictamen de palacio y sus muertes eran las partes del pastel que merecían, según palabras del propio gobernante quien se reunió con ellos antes de lincharlos.
La madre de Bárbaro Castillo, de apenas 21 años de edad, lloraba enloquecida por las calles de Francisco Guayabal, su pueblo natal, y gritaba con dolor “Fidel asesino” hasta perder la voz. Le cerraban las puertas las autoridades del partido de la zona y le decían “loca”. Los amigos colocaron una foto del chico y lloraron durante veinte cuatro horas mientras los jenízaros de Castro vigilaban la casa y su pobreza.
También la mamá de Lorenzo Copello, una negra obesa y cansada, mostró su desconsuelo, negándose a creer que su hijo hubiese muerto en manos de una revolución en la que había creído. Este crimen contra tres inocentes, incluyendo a su vástago, le permitió conocer la naturaleza asesina del castrismo y lo dijo mil veces arrepentida: “maldito Fidel, asesino, eres tú quien merece morir”.
¡Que horror! ¡Que crimen! ¿Dónde estaban los amigos de la vida? Esos que en las tribunas de La Habana carcomen nuestro idioma con consignas a favor del hombre y de un mundo mejor. ¡Que pena! Cierto, “se trata de tres negritos condenado por la furia del viejo tirano”. “Nuestro amigo”. “Mi amigo”. “Callemos por ahora”. “Hagamos silencio”, se dijeron Lucio Walker y García Márquez. También Benedetti y Galiano. La izquierda mundial militante y frustrada. José Saramago, el escritor ganador de un Nóbel, se conmovió en un principio con la condena y luego se retractó como una infanta temerosa al castigo seguro del régimen de La Habana.
¡Que Horror! ¡Que crimen! Y el silencio, cómplice de siempre, sepultó a tres inocentes en una fosa desconocida hasta hoy por la familia, mientras el mundo sigue igual. Si estos muertos fueran víctimas de Pinochet otra cosa sería. La prensa mundial lo destacara en sus titulares y las condenas al tirano serían en masa. Castro, este “dictador cómodo”, puede asesinar y luego es aplaudido. Hundir barcos con niños en su interior y ser absuelto del juicio de los pueblos. Derribar aviones civiles en pleno vuelo y luego ser considerado inocente.
¡Que horror! ¡Que crimen!
Eran tres jóvenes negros como las noches de apagones. Habían vivido bajo vigilancia y golpizas. Hambre y prisiones. En el bullicio de una ciudad gigante que se los atragantaba como roedores nocivos, ( …) sin espacio precisos en la urbe. Eran chocantes al extranjero y peligrosos al policía. Inadaptados al CDR. Descarrilados para la UJC. Enemigos del pueblo para el partido. Bandoleros sin sueldo para los vecinos.
Ellos, no eran el reflejo del hombre nuevo y pocas veces fueron a la plaza. Preferían la algarabía de las calles y el tejado marchito de la Habana Vieja o los rincones protervos del solar y las largas colas de una cervecera. Tal vez, el hedor de los albañales perforados en la esquina del barrio o una tasa de café mezclado con leguminosa.
Pero tenían el sueño de ser libre del horror y el cautiverio. De la intriga y el miedo, la adulación y el cansancio. Deseaban renunciar al coro y bajaron los bancales en silencio complotados con el mar, el buen tiempo y una barca. Ocuparon la playa y la bahía. Tomaron el rumbo de sus muertes ansiando cruzar el golfo y alcanzar la otra orilla para secar su sed en la arena, caminar sin temerle al policía y cambiar sus vidas en el trabajo. Serían héroes de ellos mismos. Nuevos navegantes en el siglo de las computadoras. Adalides del mar y la bitácora. Aventureros del trópico y la desgracia.
En el camino soñaban con enviarles dólares a sus madres. Cartas a los amigos. Regalos a las novias. Blasfemias al tirano y a los cómplices de la barriada. Fotos en restaurantes famosos y de las playas libres del sur de la Florida o de sus autos del año (quien sabe).
Pero el infortunio le fraguó sus sueños. La nave, adoctrinada a navegar sus pocas millas consumió el combustible en la peor hora. Había que regresar y regresaron. Ya estaban dictadas sus condenas. Un 11 de abril del 2003 le descargaron ráfagas cortas de fusiles AK en sus pechos púberes cubriendo la sangre, el color ébano de sus cuerpos jóvenes.
Morían para evitar una guerra con Estados Unidos, dijo el comandante y lo ratificaba a pocas horas el canciller. Murieron por dictamen de palacio y sus muertes eran las partes del pastel que merecían, según palabras del propio gobernante quien se reunió con ellos antes de lincharlos.
La madre de Bárbaro Castillo, de apenas 21 años de edad, lloraba enloquecida por las calles de Francisco Guayabal, su pueblo natal, y gritaba con dolor “Fidel asesino” hasta perder la voz. Le cerraban las puertas las autoridades del partido de la zona y le decían “loca”. Los amigos colocaron una foto del chico y lloraron durante veinte cuatro horas mientras los jenízaros de Castro vigilaban la casa y su pobreza.
También la mamá de Lorenzo Copello, una negra obesa y cansada, mostró su desconsuelo, negándose a creer que su hijo hubiese muerto en manos de una revolución en la que había creído. Este crimen contra tres inocentes, incluyendo a su vástago, le permitió conocer la naturaleza asesina del castrismo y lo dijo mil veces arrepentida: “maldito Fidel, asesino, eres tú quien merece morir”.
¡Que horror! ¡Que crimen! ¿Dónde estaban los amigos de la vida? Esos que en las tribunas de La Habana carcomen nuestro idioma con consignas a favor del hombre y de un mundo mejor. ¡Que pena! Cierto, “se trata de tres negritos condenado por la furia del viejo tirano”. “Nuestro amigo”. “Mi amigo”. “Callemos por ahora”. “Hagamos silencio”, se dijeron Lucio Walker y García Márquez. También Benedetti y Galiano. La izquierda mundial militante y frustrada. José Saramago, el escritor ganador de un Nóbel, se conmovió en un principio con la condena y luego se retractó como una infanta temerosa al castigo seguro del régimen de La Habana.
¡Que Horror! ¡Que crimen! Y el silencio, cómplice de siempre, sepultó a tres inocentes en una fosa desconocida hasta hoy por la familia, mientras el mundo sigue igual. Si estos muertos fueran víctimas de Pinochet otra cosa sería. La prensa mundial lo destacara en sus titulares y las condenas al tirano serían en masa. Castro, este “dictador cómodo”, puede asesinar y luego es aplaudido. Hundir barcos con niños en su interior y ser absuelto del juicio de los pueblos. Derribar aviones civiles en pleno vuelo y luego ser considerado inocente.
¡Que horror! ¡Que crimen!
Friday, April 2, 2010
Del Silencio al Grito
En Cuba se está cocinando algo raro porque el hedor que emana de algunas declaraciones pone sobre aviso una sazón insípida en la dieta revolucionaria. Primero fue Pablo Milanés, quien desde hace mucho tiempo ha dirigido sus filosas palabras contra la vieja élite y sus secuaces ineptos.
El autor de Yolanda, El breve espacio en que no estás, Mis 22 años y otras canciones antológicas no desperdicia ninguna oportunidad para llamar la atención del mundo sobre el rumbo fallido de la revolución en la que había creído.
Acto de fe es la canción donde el cantautor hace una catarsis sincera sobre aquel proceso imperfecto, pero humano para él. Creo en ti porque dándome disgustos/ o queriéndome mucho/ siempre vuelvo a ti…Creo en ti/ porque nada es más humano/ que prenderse de tu mano/ y caminar creyendo en ti. Creo en ti/ como creo en Dios/ que eres tu. Que soy yo/ revolución.
Milanés, asumiendo un compromiso con la poesía y con su entorno sombrío, dejó de ser el embajador militante de aquella aventura simulada para convertirse, por suerte para él, en un vocero extra oficial del fracaso castrista. Y fue bien lejos cuando declaró que si Guillermo Fariñas muere el régimen cubano debía ser condenado.
La salsa revolucionaria se crispa ante una realidad inadmisible para algunos artistas que han visto todas las orillas de este mundo y saben que existe una alternativa mejor para sus compatriotas. La escritora Ena Lucía Portela, ganadora del premio Juan Rulfo 1999, ha dado el paso más seguro y valiente que se pueda esperar de alguien adscripta a las instituciones oficiales de la isla, como es la UNEAC. Su decisión de firmar una carta de condena al régimen cubano por la muerte de Orlando Zapata Tamayo, le asegura un lugar en la historia que hoy se escribe en la isla.
Ella lavó sus manchas, si es que las tuvo, con un acto cívico sin precedente al ponerse al lado de la verdad y arriesgarse en sostenerla. Era su tiempo y ha cumplido con coraje la misión asignada por su propia conciencia.
Luego aparece Silvio Rodríguez, con el aguijón ajustado como en sus días de Causas y Azares cuando declaro que debería quitársele la r a la palabra revolución. Quizás,… ahora, porque nunca es tarde, cuando la prisa toca a la puerta de las definiciones, tenga tiempo para preguntarse: yo no sé, yo no sé madre mía/ si me espera la paz o el espanto/ pues las causas me andan cercando/ cotidianas, invisibles. El azar se me viene enredando/ poderoso, invencible.
No sabría asegurar si le espera la paz o el espanto al autor de "Ojalá" por su atrevimiento, pero un poco de sosiego si deber tener. Al menos saltó el muro del contubernio y dijo mucho con pocas palabras.
Silvio es un perfecto oportunista, capaz de mirar desde el estrados a las multitudes tararear sus canciones y luego despreciarlas en el juicio político de sus patronos. Más de una vez motivó agudas reflexiones sobre aquel proceso político con sus atinadas canciones. Los jóvenes, de entonces, lo veíamos como una víctima más de la censura y de los excesos revolucionarios. Pero un buen día, como un pez sigiloso y débil, comenzó a removerse entre las olas dogmáticas de la revolución hasta colocar las adargas en las paredes del silencio y se hizo diputado, signatario de una carta para justificar el crimen y un empedernido defensor de la revolución.
Si la evolución es necesaria en Cuba, como lo cree el trovador, bienvenido al mundo de la verdad. Oremos por él, porque en su pobreza le faltó valor y hoy, del silencio al grito, ha querido decirle a sus fanes que vivió en el castrismo para sobrevivir. Lo debemos entender, el miedo es una enfermedad y sus fronteras no terminan con los pensadores.
Los artistas y letrados cubanos, que saben “dentro de la revolución todo” y fuera de ella nada, han comenzado a despojarse del miedo cerval que contagió a Virgilio Piñera en los días oscuros que siguieron a “Palabras a los intelectuales”. Hasta hoy aquella bestiecita infernal llamada censura mantiene atadas las amarras de la creatividad libre y pervive gracias a la turbación cómplice de los autores arropados en la UNEAC.
Ojalá, que a Pablo, Ena y Silvio les sigan otros. No debe sorprendernos, porque así ocurrirá.
El autor de Yolanda, El breve espacio en que no estás, Mis 22 años y otras canciones antológicas no desperdicia ninguna oportunidad para llamar la atención del mundo sobre el rumbo fallido de la revolución en la que había creído.
Acto de fe es la canción donde el cantautor hace una catarsis sincera sobre aquel proceso imperfecto, pero humano para él. Creo en ti porque dándome disgustos/ o queriéndome mucho/ siempre vuelvo a ti…Creo en ti/ porque nada es más humano/ que prenderse de tu mano/ y caminar creyendo en ti. Creo en ti/ como creo en Dios/ que eres tu. Que soy yo/ revolución.
Milanés, asumiendo un compromiso con la poesía y con su entorno sombrío, dejó de ser el embajador militante de aquella aventura simulada para convertirse, por suerte para él, en un vocero extra oficial del fracaso castrista. Y fue bien lejos cuando declaró que si Guillermo Fariñas muere el régimen cubano debía ser condenado.
La salsa revolucionaria se crispa ante una realidad inadmisible para algunos artistas que han visto todas las orillas de este mundo y saben que existe una alternativa mejor para sus compatriotas. La escritora Ena Lucía Portela, ganadora del premio Juan Rulfo 1999, ha dado el paso más seguro y valiente que se pueda esperar de alguien adscripta a las instituciones oficiales de la isla, como es la UNEAC. Su decisión de firmar una carta de condena al régimen cubano por la muerte de Orlando Zapata Tamayo, le asegura un lugar en la historia que hoy se escribe en la isla.
Ella lavó sus manchas, si es que las tuvo, con un acto cívico sin precedente al ponerse al lado de la verdad y arriesgarse en sostenerla. Era su tiempo y ha cumplido con coraje la misión asignada por su propia conciencia.
Luego aparece Silvio Rodríguez, con el aguijón ajustado como en sus días de Causas y Azares cuando declaro que debería quitársele la r a la palabra revolución. Quizás,… ahora, porque nunca es tarde, cuando la prisa toca a la puerta de las definiciones, tenga tiempo para preguntarse: yo no sé, yo no sé madre mía/ si me espera la paz o el espanto/ pues las causas me andan cercando/ cotidianas, invisibles. El azar se me viene enredando/ poderoso, invencible.
No sabría asegurar si le espera la paz o el espanto al autor de "Ojalá" por su atrevimiento, pero un poco de sosiego si deber tener. Al menos saltó el muro del contubernio y dijo mucho con pocas palabras.
Silvio es un perfecto oportunista, capaz de mirar desde el estrados a las multitudes tararear sus canciones y luego despreciarlas en el juicio político de sus patronos. Más de una vez motivó agudas reflexiones sobre aquel proceso político con sus atinadas canciones. Los jóvenes, de entonces, lo veíamos como una víctima más de la censura y de los excesos revolucionarios. Pero un buen día, como un pez sigiloso y débil, comenzó a removerse entre las olas dogmáticas de la revolución hasta colocar las adargas en las paredes del silencio y se hizo diputado, signatario de una carta para justificar el crimen y un empedernido defensor de la revolución.
Si la evolución es necesaria en Cuba, como lo cree el trovador, bienvenido al mundo de la verdad. Oremos por él, porque en su pobreza le faltó valor y hoy, del silencio al grito, ha querido decirle a sus fanes que vivió en el castrismo para sobrevivir. Lo debemos entender, el miedo es una enfermedad y sus fronteras no terminan con los pensadores.
Los artistas y letrados cubanos, que saben “dentro de la revolución todo” y fuera de ella nada, han comenzado a despojarse del miedo cerval que contagió a Virgilio Piñera en los días oscuros que siguieron a “Palabras a los intelectuales”. Hasta hoy aquella bestiecita infernal llamada censura mantiene atadas las amarras de la creatividad libre y pervive gracias a la turbación cómplice de los autores arropados en la UNEAC.
Ojalá, que a Pablo, Ena y Silvio les sigan otros. No debe sorprendernos, porque así ocurrirá.
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