En Cuba se está cocinando algo raro porque el hedor que emana de algunas declaraciones pone sobre aviso una sazón insípida en la dieta revolucionaria. Primero fue Pablo Milanés, quien desde hace mucho tiempo ha dirigido sus filosas palabras contra la vieja élite y sus secuaces ineptos.
El autor de Yolanda, El breve espacio en que no estás, Mis 22 años y otras canciones antológicas no desperdicia ninguna oportunidad para llamar la atención del mundo sobre el rumbo fallido de la revolución en la que había creído.
Acto de fe es la canción donde el cantautor hace una catarsis sincera sobre aquel proceso imperfecto, pero humano para él. Creo en ti porque dándome disgustos/ o queriéndome mucho/ siempre vuelvo a ti…Creo en ti/ porque nada es más humano/ que prenderse de tu mano/ y caminar creyendo en ti. Creo en ti/ como creo en Dios/ que eres tu. Que soy yo/ revolución.
Milanés, asumiendo un compromiso con la poesía y con su entorno sombrío, dejó de ser el embajador militante de aquella aventura simulada para convertirse, por suerte para él, en un vocero extra oficial del fracaso castrista. Y fue bien lejos cuando declaró que si Guillermo Fariñas muere el régimen cubano debía ser condenado.
La salsa revolucionaria se crispa ante una realidad inadmisible para algunos artistas que han visto todas las orillas de este mundo y saben que existe una alternativa mejor para sus compatriotas. La escritora Ena Lucía Portela, ganadora del premio Juan Rulfo 1999, ha dado el paso más seguro y valiente que se pueda esperar de alguien adscripta a las instituciones oficiales de la isla, como es la UNEAC. Su decisión de firmar una carta de condena al régimen cubano por la muerte de Orlando Zapata Tamayo, le asegura un lugar en la historia que hoy se escribe en la isla.
Ella lavó sus manchas, si es que las tuvo, con un acto cívico sin precedente al ponerse al lado de la verdad y arriesgarse en sostenerla. Era su tiempo y ha cumplido con coraje la misión asignada por su propia conciencia.
Luego aparece Silvio Rodríguez, con el aguijón ajustado como en sus días de Causas y Azares cuando declaro que debería quitársele la r a la palabra revolución. Quizás,… ahora, porque nunca es tarde, cuando la prisa toca a la puerta de las definiciones, tenga tiempo para preguntarse: yo no sé, yo no sé madre mía/ si me espera la paz o el espanto/ pues las causas me andan cercando/ cotidianas, invisibles. El azar se me viene enredando/ poderoso, invencible.
No sabría asegurar si le espera la paz o el espanto al autor de "Ojalá" por su atrevimiento, pero un poco de sosiego si deber tener. Al menos saltó el muro del contubernio y dijo mucho con pocas palabras.
Silvio es un perfecto oportunista, capaz de mirar desde el estrados a las multitudes tararear sus canciones y luego despreciarlas en el juicio político de sus patronos. Más de una vez motivó agudas reflexiones sobre aquel proceso político con sus atinadas canciones. Los jóvenes, de entonces, lo veíamos como una víctima más de la censura y de los excesos revolucionarios. Pero un buen día, como un pez sigiloso y débil, comenzó a removerse entre las olas dogmáticas de la revolución hasta colocar las adargas en las paredes del silencio y se hizo diputado, signatario de una carta para justificar el crimen y un empedernido defensor de la revolución.
Si la evolución es necesaria en Cuba, como lo cree el trovador, bienvenido al mundo de la verdad. Oremos por él, porque en su pobreza le faltó valor y hoy, del silencio al grito, ha querido decirle a sus fanes que vivió en el castrismo para sobrevivir. Lo debemos entender, el miedo es una enfermedad y sus fronteras no terminan con los pensadores.
Los artistas y letrados cubanos, que saben “dentro de la revolución todo” y fuera de ella nada, han comenzado a despojarse del miedo cerval que contagió a Virgilio Piñera en los días oscuros que siguieron a “Palabras a los intelectuales”. Hasta hoy aquella bestiecita infernal llamada censura mantiene atadas las amarras de la creatividad libre y pervive gracias a la turbación cómplice de los autores arropados en la UNEAC.
Ojalá, que a Pablo, Ena y Silvio les sigan otros. No debe sorprendernos, porque así ocurrirá.
Que sean muchos los seguidores.
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