Se lo escuché decir al doctor James Meredith hace algunos años y siempre, cuando nos vemos, me recuerda que el estoicismo puede cambiar Cuba. Este gran hombre, icono de la lucha contra la segregación racial en el sur americano, lo dice porque las acciones llevadas por su generación eran actos heroicos que prescindían de beneficios personales. Luego, cuando los cambios ocurrieron, Meredith, sin consentir el descanso, estudiaría a la escuela estoica fundada en el 301 a.c por Zenón de Citio. Comprendió, sin dejar de asombrarse, que todo cuanto hicieron tenía una cercana relación con aquellos principios éticos de la antigüedad. Si bien, el estoicismo, como doctrina filosófica, buscaba dominar y mantener bajo control los hechos, cosas y pasiones que desconciertan la vida, asumiendo la valentía y la razón del carácter personal como fuerzas capaces de conseguir el bienestar y el conocimiento prescindiendo de bienes materiales, el movimiento de derechos civiles hizo mejor a América y sus líderes de entonces, que no son los de hoy, prescindieron de todo beneficio que no fuera consolidar lo que su sacrificio había alcanzado. Charles Evers, activo defensor de la democracia americana y su hermano Medgar (vilmente asesinado por un supremacista blanco) –fueron dos pilares fundacionales del movimiento de Derechos Civiles en Mississippi- vivieron una temporada en Chicago. (El norte abría algunas ventanas mientras el sur las cerraba) Allí trabajaron tan fuerte como pudieron y aquel esfuerzo le sirvió para ganar hasta un millón de dólares entregado, en su totalidad, a la lucha por vencer las barreras del odio racial. Son ejemplos de cómo hacer las cosas cuando se impone la razón y las ganas de hacerlo. En Cuba, el estoicismo es una palabra más en el diccionario de la revolución. Que suerte tendría nuestro país si un día algunos de nosotros nos inspiráramos en fundar una nación donde el beneficio mayor –para quienes se consagren en servir- sea una simple referencia para que otros lo hagan mejor.
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