Otra nota sobre el raulismo mágico
De Raúl Castro, líder del comunismo cubano, se dicen,
entre otras cosas, que es cherna (eufemismo tropical para identificar al
homosexual) pero a nadie se le ha escuchado decir que tiene un pelo de bobo. La
bobería, no cabe en el diccionario revolucionario, sobre todo, cuando se trata
de asuntos tan importantes como mantener el poder de una isla pequeña, pero
ensanchada como un continente por quienes viven dentro y fuera de ella. Si su
hermano Fidel fue un dictador cómodo, Raúl es el líder amable de una revolución
vieja, persistente y renovada en los mismos pilares de incondicionalidad. Es,
pudiera decir cualquiera, un trabalenguas de grado tres, pero no, se trata de
una suerte echada al camino para hacerla durar tanto como sea posible. Raúl, al
día de hoy, se ha convertido en poeta. En el revolucionario que otros quisieron
ser. En profeta, mago, adivinador de gangas, comerciante de burbujas,
conciliador, aperturista, tolerante, pendenciero, y, para colmo, buena persona.
El tipo está y no aparece, pero todos los ven. Cuando nadie lo ve se le aplaude.
Su nombre es un retrato o una comilla detrás del pódium emergente indicando la
ruta donde habla Díaz Canel. Es el guardián.
Para él ha sido una suerte nacer en el trópico aunque sus
raíces provengan de Europa. El Caribe inocula lealtad a los demonios, puede
parir cualquier estupidez sin advertirse y troquelar la inteligencia de un
bardo. Basta con dejarse seducir por el hechizo, por el hedor a esperanza
enlatada, por el sexo como mercancía barata y por esas aguas azules que tanto
esclaviza. Raúl Castro, como Aladino, posee un lado oscuro detrás de su lámpara
y nunca la muestra porque intenta imitar a la luna. Así son y siempre serán
estos hombres pincelados en la fe de sus creyentes.
Ahora, cuando el Foro de Sao Paulo se acaba de celebrar
en La Habana, Raúl sólo aparece en los papeles leídos, aquellos que irán a los
archivos de asuntos importantes sin la compañía de un retrato. Eso es saber
conducirse inteligentemente entre los débiles que somos nosotros. Los que
escribimos estas impresiones aproximadas, quienes llevamos heridas en el cuerpo
sin poder mostrársela a nadie porque nuestra verdad se ha convertido en
mentira. Digo, y lo diré siempre, los perdedores en esta confrontación inaudita
entre nacionales somos aquellos que amamos la democracia. Y nuestra derrota no
se asimila como un reto a revertirse. Es la ceguera, ese mal inoculado en el carácter
y el miedo, enfermedad paralizante del alma nacional.
Ya empezamos acostumbrarnos a ver las cosas de la misma
manera. Cuba es igual y seguirá siéndolo a pesar de los pesares. Es el
cansancio de quienes intentaron antes hacer la diferencia lo que cansa a los
nuevos andantes en estas rutas libertarias. Es la repetida manía de esperar por
el americano, por la solidaridad europea y el compromiso latinoamericano, lo
que nos tiene en estas orillas confusas, diversas e irreconciliables. Lejos de
aquellas perspectivas perdurables donde se esconde la verdad y la esperanza.
Así, porque así son las cosas, se va cuajando el destino
del país con su nueva reforma constitucional. Acá, es decir, los de extramuros,
no podemos entender a donde van las palabras comprimidas en una carta
fundamental a la que nadie acude y pocos mencionan.
Raúl, heredó la
maldad de su hermano con una dosis muy baja de pudor y un poco de suerte para
vivir tranquilo. Mientras en Nicaragua trasquilan libertad, al menor de los
Castro nadie lo menciona porque su país (el nuestro) impresiona normal. Todo
ocurre porque en ese estado natural (como hoy me escribió un antiguo profesor) no
se dan las cosas por casualidad. Y tiene razón mi maestro, el raulismo mágico es
una escuela consignada a la vigilancia de lo viejo aunque manden los nuevos. Siempre
se puede reprimir sin llegar a matar y como en Cuba se inventan tantos mitos
como Dioses, hoy se reproduce –desesperadamente- la versión de aquellas
ilusiones perdidas, donde el mundo era un verdel de felicidad revolucionaria en
la mente de nuestros iluminados insulares.
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