Monday, April 24, 2017

Esta vez Venezuela

Todas las crisis, por lo general, tienden a mostrar la esencia de las cosas. Es lo que sucede en Venezuela ahora mismo. El pueblo de ese país sudamericano, convulsionado por el dogma ideológico del socialismo del siglo XXI, una alta dosis de castrismo enlatado, que es más fuerte que lo primero, y una extensa escases de alimentos y medicinas, genera una pelea contra los demonios en el poder.
Antes de morir, Hugo Chávez, llamaba al proceso democrático que lo llevó a Miraflores, revolución. Para lograr mayor impacto social en Venezuela (también en la región) le acompañó del apellido bolivariana. Aquí, creo yo, radica la esencia del problema venezolano de hoy. Lenin, el mayor referente revolucionario del siglo XX escribió: “…una revolución vale tanto cuanto sea capaz de defenderse”. Fidel Castro, indignado por el error de los revolucionarios nicaragüenses, lo recordaba cuando, Violeta Chamorro, desplazaba del poder al sandinismo en elecciones democráticas y libres en Nicaragua. Los chavistas convencidos, conocedores del sermón marxista, irán por todas antes de ceder.
Maduro, con su torpe elocuencia y un coeficiente de inteligencia cercano a las fronteras de la incapacidad, tiene algo muy claro. Resistir. Aguantar hasta el final porque la rendición no cabe en el diccionario de un comunista formado en la escuela del partido Ñico López, en La Habana. Su elección para sustituir a un Chávez moribundo revelaba su afinación con el imaginario político de su líder y de Fidel Castro. En el socialismo, lo importante son los revolucionarios e incondicionales al modelo, no la ilustración de éstos. El actual gobernante venezolano responde a ese prototipo del sedicioso pasional y fiel intérprete del credo revolucionario.
Su estrategia, parece ser el desgaste mediante la espera. El tiempo borra todo y antes de hacerlo, agota. Es una táctica vieja y por su vejez no deja de tener utilidad. Las calles arden de pasión patriótica por una oposición activa y sin miedo. Pero esa gente tendrá sed, hambre, necesidades que los obligarán a estar en otros sitios que no sean las avenidas de Caracas. Así, porque la lógica lo indica, están pensando los chavistas de Miraflores. Y ese optimismo cuenta para un estado agónico, por la crisis económica y la incompetencia de sus líderes, al encontrar, como única vía de supervivencia, el deterioro y escarnio del adversario político jugando con los factores días, semanas, meses y años. También, juaga a su favor y le sirve de espaldarazo, el mutismo del Papa (el de la Pampa) los principales medios de prensa y los gobiernos mejores estructurados del mundo cuando, al mirar hacia a otra parte, afirman que los problemas internos de Venezuela son asuntos de los venezolanos.
Existe un detalle que puede ser importante. Los socialistas venezolanos son conscientes de la debacle internacional dentro la izquierda radical y se acomodan, de manera pragmática, a sobrevivir bajo cualquier circunstancia en el poder tal como lo manejan hoy. Otra opción no les queda porque las pretensiones de Hugo Chávez, que sigue al pie de la letra Nicolás Maduro, fue la de gobernar en el tiempo a cualquier precio. A la vez, indicando que el bus de la revolución no marcha mejor (o más rápido) porque desde el exterior no los dejan y desde adentro, los quintas columnas, se pliegan al imperio del norte.
No es una reflexión insensata. No. Porque en Venezuela hay quienes están, como en Cuba, dispuestos a morir defendiendo al chavismo. Son las turbas de incondicionales, sedientos de venganzas que se han armado para atacar, incluso, dentro de la propia oposición para hacer mayor la crisis. Los tentadores de intrigas quienes fustigan la limpieza de una lucha justa y cívica. También los oportunistas de siempre, que apegados al modelo obtienen los beneficios económicos suficientes y luego los exportan a los bancos internacionales. Los altos mandos militares, comprometidos con una aparente institucionalidad y responden a los dogmas del chavismo con envoltura socialista y se amparan en los favores económicos del régimen. Por último, una casta de burócratas y actores silentes, prendidos de las ramas del poder donde lactan hasta el último céntimo del patrimonio nacional.
La movilización del pueblo venezolano, decía un ciudadano de pie, urge de un liderazgo opositor sólido, sin fisura, capaz de borrar los tintes de desunión que afloran, intempestivamente, en ciertos momentos. La torpeza de Maduro, cuando las tomen en cuenta, también debe incluir el desatino de un hombre que aún no ha mostrado a donde puede llegar. Si su poder real se ve amenazado, en la desesperación, puede acudir a lo peor. Serán los últimos estertores antes de caer.

Saturday, April 22, 2017

Mariela Castro y las diatribas de Madrid

La hija de Raúl Castro, cuyo nombre vale la pena recordar, por ser hija de quien es, se introduce cada vez más, por designio de su poder, en los espacio de la política. Su carácter extrovertido y frágil, denota una visible particularidad psicopática que, como su tío, el fallecido comandante, no puede ocultar. Es histérica. Le gusta ponderar las diferencias que solo ella puede ejercer. Se encumbra en defender a las víctimas (homosexuales y lesbianas) de su padre. Es “divertido” verla salir con ellos por las calles de La Habana a golpe de tambor y conga y hacer conferencias por todas partes del mundo. Por eso y más, se ha convertido en el rostro visible de la continuidad. Es el germen contagioso del castrismo a nivel internacional. La mujer que, a la inversa de su linaje machista, le pone una pizca de sazón feminista y tolerante al mejunje revolucionario.
Es, y eso se observa a simple vista, atinada. Domina las escenas donde concurre y le cae bien a los suyos. No es carisma, es curiosidad. De alguna manera, por las razones que sean, sus batallitas a favor de los homosexuales y tal, la catapultan a la aceptación, le abren camino, allí donde quiere llegar. Es la jugada perfecta para asegurarle a papá que los caminos para mantener a la revolución en el poder, no solo pasan por la confrontación política y los tiroteos a los cuarteles. Transita, porque lo que asegura su actuación, por pisar terrenos vulnerables y sensibles a los ojos del mundo. Es el guion de la tolerancia simulada, de las puertas que se abren a media y de un sistema, que al podrirse por dentro, muestra maquillado su desgaste en el rostro de una mujer.
Las expresiones vulgares de la infanta Mariela Castro, en Madrid, pueden asombrar a quienes ignoran el poco talante de un proceso hecho por machos que hicieron del lenguaje un arma de combate. El propio Fidel, que articulaba sus discursos apasionadamente, estimulaba respuestas groseras desde el escenario asignado a la muchedumbre. La revolución cubana nunca ha tenido decencia porque se armaba (todavía lo hace) de epítetos degradantes para atacar a sus adversarios. El que transite una ruta diferente al castrato se convierte en víctima de un vocabulario soez diseñado para transgredir la moral de los demás.
El incidente con el reportero español y sus palabras: “…me pueden quitar al moco pegado que tengo aquí al lado”, tienen, desde todos los puntos de vistas, tres grandes lecturas. La primera, que deriva de su autoridad en Cuba, desnuda a una Mariela acostumbrada a dar órdenes y a que se cumplan. La otra, no menos importante, es que no esconde su desprecio por aquellos que están en los márgenes de su credo. La tercera, su enfado, la puede llevar al extremo de dar mordiscos utilizando las palabras, como primera señal, en vez de las uñas, como realmente quisiera.
Lo visible, además del histerismo, en la sexóloga Mariela, es su capacidad de impunidad. Su poder para ejercer la indecencia en cualquier escenario y encontrar acólitos que vayan a su rescate. Y, por su fuera poco, interpreta el papel de víctima para protegerse en el quejumbroso abrazo de su gente.
Cuba, dañada por una plaga de políticos incautos y dogmáticos, sigue mostrando que el castrismo, cuyo daño antropológico durará  años, es un mal con raíces profundas en el alma de la nación. Si los de arriba son inelegantes, como acaba de demostrar la hija del general, ¿qué pasará con los que habitan los niveles más bajo de aquella insular sociedad?

Wednesday, April 19, 2017

El Rey a la Habana

En España se percibe, porque siempre ha sido así, un sentimiento colonial hacia Cuba. Razones tiene por ser nuestro país la última gran posesión de ultramar de los peninsulares. Las heridas de Cuba no han sanado en la conciencia española desde que, los Mambises primeros y los americanos después, los aplastaron militarmente. De entonces acá las relaciones de los políticos ibéricos gravitan tomando en cuenta aquellos memorables y angustiosos días, donde la gloria de España quedaba sepultada bajo las aguas de la Bahía santiaguera y lastimada por el filoso machete Mambí.

Hace unos años, en Madrid, un importante político del PP (entonces en la oposición) dejó escapar una expresión más o menos así: Con Cuba tenemos un compromiso histórico, porque nuestra historia quedó marcada en Cuba. Tal vez, ese compromiso del PP (ahora en el gobierno) pase por acercarse al régimen tiránico de los Castro y no con el pueblo de la isla que es tan cubano como, esencialmente, español.


¿A qué irán el Rey Felipe VI o el presidente Rajoy a La Habana? Ya lo saben todos. A defender los intereses españoles y salvaguardar a los mismos para un futuro competitivo frente a los intereses económicos americanos. A coquetear con el tirano para solventar a los suyos del castigo que siempre se tiende sobre los que invierten en Cuba. También, para legitimar los supuestos cambios estructurales de Raúl y la supremacía oficial del poder autoritario cubano.


Un guiño a los disidentes, si fuera el caso, nunca será suficiente. En el poder real, lo sabe el Rey y Rajoy, no es a un disidente a quien debe tomarse en cuenta. Sin embargo, no se debe olvidar el lado por donde andan estos demócratas de la España de hoy. Al menos, y es un favor, nos advierten que la determinación de un cambio en Cuba pasa indisolublemente por cada uno de nosotros.

Monday, April 3, 2017

Sábado en el sur

Mississippi tiene los mismos contrastes de otros estados americanos. Su historia, aquel pasado convulso por la segregación y violencia racial, resuena cada vez menos en las esquinas del resentimiento. Las ascuas del odio comienzan apagarse en la lentitud sureña, advirtiendo no repetirlas jamás. 
Amy Middleton Chapman, un mujer dotada de paciencia, amor a sus caballos y al cómodo panorama de su rancho, ha sabido cruzar, con el rápido andar de su inteligencia, los abismos del odio. Ayer, sin motivos aparentes y cuando el sol había superado los contornos del rio Mississippi en su tránsito al oeste, improvisó una fiesta entre pocos amigos para recibir la noche bajo una luna a medio andar, montones de estrellas, una cena exquisita y conversaciones de alto valor.

El Bósforo, la Cappadocia o el ensortijado curso de los Fiordos, cuando se mencionaban en la amena conversación, parecían tan cercanas como las breves colinas de Birmingham, Smoky Mountains o los pantanos de Ciprés Calvo de Louisiana. El mundo, cuyo tamaño es parecido a un pañuelo, se reducía a la experiencia de los amigos en sus viajes por las orillas de donde hemos pasado alguna vez.
Después, como si alcanzar las estrellas fuera posible de un salto, los jóvenes, que éramos, en fin, todos, comenzaron a identificar constelaciones y a contar los planetas visibles por su luz. Alguien dijo que el paraíso no estaba en lo alto del cielo, sino allí, entre nosotros y el fuego que nos calentaba.