Fidel Castro, desde
su refugio de (pre) muerte, intenta resucitar de entre los vivos en estas Pascuas
de Resurrección. Lo hace de la forma a la que nos tiene acostumbrado. Ataca, sin misericordia,
a los Estados Unidos y, como era de esperar, al discurso del presidente Obama en
el Gran Teatro de La Habana. Todo para enaltecer, desde su imaginario de afrenta,
el éxito de su revolución.
Su última reflexión
(ojalá lo sea) desnuda su maldad, el odio cerval que padece y el retorcido
empecinamiento en joder las cosas.
Cuando el mundo, también muchos cubanos de todas las orillas, vieron en la
visita de Obama a Cuba una oportunidad a favor de lo contrario Castro, revuelto
en su impotencia, infunde el veneno mortal del odio contra los americanos. Lo
hace, como siempre lo ha hecho, hablando por todos, como si el pueblo fuera la extensión
mínima de su persona o que existe a partir de él y del credo de su utopía.
Dice, hablando en
plural: no necesitamos que el imperio nos
regale nada. Eso está muy bien para él, su familia y los miembros de la nomenKlatura que nada necesitan. Sin
embargo, bloquearle las oportunidades al pueblo es, sin duda, una extensión criminal
de sus actos inmorales. Quien quiera descubrir el verdadero embargo (él le
llama bloqueo) que lea su reflexión. Castro, continúa atrinchera en el pasado,
en las tabernas de la ideología, en los túneles para las guerras imposibles, en
las marchas del pueblo combatiente y en las barricadas del comité.
Además, es
envidioso. Se descubre fácil el resentimiento en sus palabras por no estar en
las portadas de los diarios mundiales. Porque no puede replicar, ante las cámaras
de su delirio, el discurso de Obama y porque la historia ha comenzado a
escribirse sin tomarlo en cuenta.
Siempre lo he
dicho, Castro sufre y compensa su sufrimiento haciendo sufrir a los demás. Es
una conducta típica del psicópata antisocial. Ese, que no respeta orden alguno,
hace primar su voluntad por encima de los otros, se cree omnipresente y dueño de
la verdad. Vulnera todo y vive atraído por el imaginario de su locura.
¡Qué mala suerte la
nuestra! Cuba, parió al peor cubano para ponerlo al frente de un país en desgracia.
Lo internacionalizó como un mesías y hoy, cuando sus días están contando, le
permite salir del preámbulo de su muerte para azuzar el odio y la maldad.
¡Vaya suerte la
nuestra!
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