Un periodista
cubano, que por cierto es de origen africano, recientemente publicaba en el
diario Tribuna de La Habana un artículo cuyo título fue: Negro ¿tú eres sueco? Las
connotaciones racistas por lo publicado originaron una oleada de reacciones y críticas
en las redes sociales.
Visto así parece
tener importancia. Sin embargo, si lo publicado es para hacer referencias
negativas y lanzar dardos al presidente norteamericano Barack Obama las cosas
cobran dimensiones mayores.
La primera razón es
que en Estados Unidos (cosa que yo no entiendo y bien oscuro que soy) la
palabra negro, para referirse a una persona con tegumentos oscuros, es evitada
en cualquier espacio de discusión porque resulta incómoda y puede ser
humillante.
Para sustituir el
apelativo (por conveniencia o no buscarse problemas) se usa un término explicativo
carente de cualquier vestigio discriminatorio: afroamericano. Con ello todo
cambia, no solo por la percepción supuestamente correcta que se hace de un
hombre oscuro a partir de ahí, sino porque el fenómeno ligado al pasado
segregacionista y de abusos abominables, que siempre sale a la luz como por
arte de magia, se atempera.
Dejar de pronunciar
la palabra negro, para referirse a una persona con orígenes en África, facilita
la reivindicación del pueblo afroamericano, aseguran algunos. Otros creen
oportuno omitir su uso para evitar que las ascuas encendidas bajo las cenizas
de la historia resurjan en una confrontación de consecuencias incalculables.
En Cuba existen diferencias
porque, negros, blancos y mulatos, en una proporción importante, asumen la cubanía
como una entidad superior al origen racial. Aunque los beneficios y oportunidades gravitan,
siempre ha sido así para Lidia Cabrera y Fernando Ortiz, a favor de los
descendientes europeos.
Contrario a ese denominador en la sociedad americana, influida por la clasificación biológica proveniente de la época victoriana, se encasilla todo a partir de unas series de ítems cuya lectura es asunto, en gran medida, de académicos y el origen racial adquiere supremacía sobre la identidad nacional.
Contrario a ese denominador en la sociedad americana, influida por la clasificación biológica proveniente de la época victoriana, se encasilla todo a partir de unas series de ítems cuya lectura es asunto, en gran medida, de académicos y el origen racial adquiere supremacía sobre la identidad nacional.
Todo esto parece
ignorarlo Elías Argudín, periodista que escribe el artículo. Este profesional
del oficialismo, para referirse al presidente americano, usa una palabra desdeñosa
e impensable en el discurso periodístico y en el mundo de la política de los
Estados Unidos.
En Cuba, donde el
racismo es evidente, la discusión de estos temas ocupa solamente a los
disidentes en sus limitados espacios de reflexiones cívicas. En las esferas
oficiales reniegan cualquier debate porque, supuestamente, la revolución superó
las diferencias raciales o cualquier otra forma de discriminación.
Es de pensar entonces,
con toda razón, que en el ambiente de poder se refieran a los cubanos de origen
africanos en términos peyorativos y humillantes como lo hizo Tribuna de La
Habana. Nadie en Cuba escribe en los periódicos oficiales sin antes pasar por
el filtro ideológico del partido. La prensa cubana es un calco del pensamiento
de sus gestores autoritarios.
El artículo tiene
muchas lecturas. Yo solo encuentro una importante. El régimen, utilizando a un
profesional afrodescendiente (me contagian los institucionalismos en las
formas) intenta negar el impacto de la visita de Obama entre los cubanos de
piel oscura.
Eso se debe a que
la revolución y sus líderes creen, de eso no tengo la menor duda, que los
negros en la isla deben su existencia a Fidel Castro y que fuera del régimen no
es posible forma alguna de dignidad. El castrismo, por sus profundas raíces discriminatorias,
no acepta que un negro, que no es sueco sino americano, pueda romperle el ruedo
de sumisión hacia el estado a esta parte del pueblo. Su intención es bloquear cualquier
referente moral que invite a la liberación o a decir, si eso fuera posible,
nosotros podemos construir una vida diferente a la que nos ofrecen los que
gobiernan este país.
Es el miedo al
negro del que hablaba el poeta Gastón Baquero, el temor a que se ilustren y
decidan sus vidas en la oportunidad democrática. Para aterrarlos se inventan a
un calesero (con respeto a esa profesión) que habla en nombre de los racistas
en el poder. El Síndrome de Estocolmo
bien se aplica para Elías Argudín porque en su arrebato de adulación defiende
al carcelero y ataca a quien pudiera retirarle las cadenas.