Para el presidente Barack Obama la historia cuenta. Su paso
por la Casa Blanca y ocho años de mandato le han permitido erigir un espacio en
la historiografía americana. Él lo sabe porque además de ansiarlo no lo esconde.
Lo necesita.
El viaje a la Birmania de los militares supersticiosos, el
acuerdo nuclear con Irán y el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con
Cuba le han permitido erigir el hito de su administración. Antes, sin tener en
cuenta el error que esto significa, ha creído, porque el mundo también lo cree,
ser el primer presidente negro de los Estados Unidos, cuando en realidad su parte
blanca (50%) es ignorada. Pudiera decirse, en buen cubano, que el tipo no tiene
madre. Su esperado viaje a Cuba se une a la lista de marcas que el mismo se
impone para no ser ignorado cuando yo no sea parte de este mundo.
Su política de acercamiento a La Habana, eso es verdad,
es conveniente para Estados Unidos desde el punto de vista estratégico, al
tomar en cuenta que el efecto Chino, Ruso e iraní tiene ahora en la isla su
contrapartida en Washington. De ahí a los siguientes pasos, son cuestionables
su entrega incondicional a las exigencias cubana sin observarse avance en
materia de respeto a los derechos civiles de los ciudadanos en Cuba y el oido
sordo que les pone a los que plantean tomar en cuenta al pueblo antes que al régimen.
Su carisma, a lo que más le temo, y la fascinación que
mucho le profesan en todas partes del mundo, le han convertido en un celebridad
de telenovela política. De ello deriva su mirada altanera y su desprecio por
las opiniones contrarias a su imaginario de poder. Para el señor Obama los que
no actúan de acuerdo a su credo son neófitos, intransigentes trasnochados,
alabarderos del pasado y violentos de palabras (o de alma).
Joseph Stalin, Fidel Castro y hasta el mismísimo Simón Bolívar
se preocuparon por el lugar que tendrían reservados en la historia. Hitler, jamás
lo ocultó y Napoleón Bonaparte vivía obsesionado en fijar su nombre en los
libros y como sería recordado.
Obama, quien no tiene que ser el factor de cambio para
los cubanos porque eso es tarea nuestra, casi al terminar su último año de
mandato, quiere más y va por todas. El régimen de la isla le está dando el
espaldarazo al ego del presidente que para su gloria personal lo consigue sin
importarle como. Su legado tendrá tantas luces como sombras y Cuba, que si
tiene historia, estará en esas páginas inevitablemente.
Yo creo, si sigue así, que tendrá más sombras que luces.
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