Monday, December 21, 2015

Pensar a España

De este lado del océano, por las noticias que nos llegan de España, esa nación europea impresiona como un país pestífero calcado de un sainete tercermundista. Y apena oír lo que se escucha o lo que los propios españoles dicen de los suyos. Esa manera exclusiva de mostrar la tirria advierte a cualquiera, por muy tonto que sea, que la crispación en la sociedad española es un mal casi endémico y posiblemente incurable. 

Para el extranjero que conoce de historia, revisa estadísticas y gusta viajar, los reportes salidos de España asustan porque, sin temor a equívocos, en aquel lugar, como van las cosas, el apocalipsis ha comenzado a trotar sin ser visto. Es tan verdadera la ebullición del caldo donde se calcinan los españoles que parece mentira y, como la suerte de muerte lenta los separa, están a punto de habitar pedazos de nada.

Hubo en Cuba un serial para niños llamado Elpidio Valdeez, posiblemente el más popular personaje de cartoon de la isla, que se mofaba de los colonialistas españoles obligándoles al ridículo. Pero eso difiere del atasco donde muchos en la península actúan como si ser español fuera denigrante porque, eso dan a demostrar muchos, habitan una nación sin historia. Diciéndolo en otras palabras, algunos allá obligan a los de estas orillas a percibir a España  como un atolón surgido en la entrada de Europa que no sabe ubicarse en ninguna geografía.

¿Eso pasa en España?  Se preguntan algunos conmovido por la magnitud de algunos sucesos en aquel país. Y no es para menos cuando vez a un líder político ofender, sin el menor talante y lejos de toda civilidad, al presidente del gobierno. Falta de educación que le aproxima a un tipejo marginal sin las más mínimas idea de la decencia. O cuando alguien, atraído por la notoriedad, el fanatismo ideológico se separa de su turba irracional para actuar como un lobo solitario y golpear en el rostro a la figura política más importante de su nación que, además, es casi un anciano.

España, que fue el primer imperio global de la humanidad, olvida su pasado desgastándose en batallitas ideológicas, una corrupción pavorosa y la vacuidad que le impone la improvisación política, las rencillas del ayer reciente, el intento de venganza, que asecha sobre su presente, y la incursión, en su polémico escenario, de nuevos mesías cuyo propósito es revivir el fracaso del socialismo para reinventar la historia.

El mundo admira a España. Eso es verdad. No solo porque es un gran país, sino porque su herencia se sostiene en el conjunto de valores de veinte y un países del mundo que sustentan lazos culturales y psicológicos. Más de 500 millones de personas hablan castellano y el español se ha convertido en el segundo idioma de comunicación internacional después del inglés. Esos datos cuentan y dan peso, tal vez gloria, al que sepa admirar el sitio donde ha nacido. 
En América Latina, a España se le percibe como la Madre Patria a pesar de los crímenes abominables del sistema colonialista español contra los pueblos autóctonos de la región y los africanos traídos como esclavos a América. Ser descendiente de aquellos que llegaron a este lado del mundo es muestra de un orgullo mayor al que sienten muchos que han nacido en la tierra de Colón. En las costas oestes del Atlántico, millones de personas han aprendido a querer a España porque se sienten parte  de allí y se lastiman cuando le va mal.    
Pensar a España parece ser un acto difícil, o tal vez imposible, mientras los marasmos del fanatismo ideológico y la desmoralización de la política dominen el discurso activo de la sociedad.  Es verdad, una crisis de identidad cultural azota a la península en su conjunto y el peso de esa restauración no debe caer sobre los políticos. El potencial cultural de los españoles hacia afuera es innegable. Sin embargo, son incapaces de volcarlo hacia dentro, justamente, en este momento cuando las urgencias invitan a los hombres del saber, las ciencias, el arte, la sociedad civil y los medios de comunicación asumir el desafío.    
En Estados Unidos, donde en los últimos años las crispaciones por razones de ideas se han disparado, los límites y las formas se respetan. Recuerdo a John McCain calmando a sus electores cuando Obama lo venció en el 2004 en la carrera hacia La Casa Blanca: El pueblo americano habló claro, Obama es mi presidente. Aquellas palabras elevaron la condición de héroe nacional que posee el senador McCain. Luego Obama, como gesto de cortesía y elegancia, invitó a su rival a recibir un honor por el servicio prestado al país. Eso es América. Una nación donde los colores partidistas desaparecen sin el modelo democrático es amenazado. Acá las líneas rojas nunca son intermitentes y los ciudadanos se apegan a sus valores hasta mostrarlos al mundo como un orgullo nacional. El pueblo americano es unido en torno a sus símbolos patrios y todos honran al que mayor sacrificio haga para preservarlos.

Dos países como Rusia y Francia siempre han vendido sus esencias  de nación a través de un ego colectivo que en el imaginario de su pueblo los hace sentir importantes. Alemania, desde hace siglos, tiene un pacto de identidad incuestionable. Italia, enaltece, desde su pasado de gloria y sus momentos más críticos, el carácter del país con una uniformidad respetable.

Los españoles pueden volver a su esencia, el único camino que reintegra el orden moral de la sociedad y el orgullo nacional. España necesita ser pensada con la cabeza para quererla con el corazón.


2 comments:

  1. Muy buena opinion don Colás ojalá esto cale en el pensamiento de los españoles.

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  2. Gracias Don Julio Soto... Hay que dar senales positivas para ese gran pais desde aca... ESpana es vital para el mundo...

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