Los promotores de esta novedosa iniciativa están, posiblemente sin saberlo, recreando un escenario democrático futurista donde el debate libre se erige como una virtud para comprender el entorno social de un país sometido al designio del totalitarismo, la demagogia, el miedo y la despersonalización.
Por ello no asombra que los ponentes sean parte de un abanico proporcionado por la racionalidad ideológica, de género, étnica, cultural y política. También por jóvenes y personas que peinan canas, por intelectuales, cuya solidez en sus argumentos brota al pronunciarse las primeras palabras y por otros menos ilustrados, que, sin importarles a los promotores esas limitaciones, aportan una visión particular del convulso proceso cubano.
Cada evento
es filmado con especial cuidado a pesar de las condiciones técnicas con que
cuentan los organizadores. Luego, son subidas a la red donde el mundo libre
puede ponerse al día sobre la realidad cubana a través de las voces disidentes
más representativas de aquella sociedad. Las limitaciones en el uso de Internet
impiden a los cubanos poder acceder a estos foros necesarios para despertar la
conciencia dormida de una nación.
En algunos
de esos debates he observado, para actualizar mi perspectiva sobre la isla, conceptos
novedosos que explican con profundidad el día a día de un ciudadano en Cuba. “Institucionalización de la violencia”, “violencia en la ley”, “violencia en las personas”, “descomposición del estado”, “mutaciones”, para referirse a la
transición, “violencia de grupos ilegales”
y “monopolio de la violencia”, son
algunos de esas percepciones definidas por el disidente Manuel Cuesta Morúa en una acertada exposición sobre el
comportamiento del gobierno y las autoridades policiales.
Explicar
cada uno de esos conceptos abarcaría más tiempo del disponible para En la Diana. Sin embargo, por la importancia que asumen en la represión
contra los actores de cambio en Cuba, nos referimos hoy a lo que Cuesta Morúa llama violencia de grupos ilegales.
Estos son hatajos
marginales desvinculados de cualquier forma civilizada de comportamiento que se
ofrecen como turbas fanáticas para prestarle un servicio al régimen que les
sirva para recobrar las migajas del aprecio social. Dicho en otras palabras,
son delincuentes peligrosos, convictos por delitos comunes, violadores de las
propias leyes revolucionarias, sin percepciones concientes sobre su realidad
que se presentan como la parte genuina que debe defender a la revolución.
Explica
Cuesta Morúa, que estas personas están
sustituyendo el papel represor del policía para detener, ofender, incluso
agredir con violencia a los opositores en las calles de Cuba.
Ahora, recuerdo
al propio Che Guevara en su libro La
Guerra de Guerrilla, cuando da testimonio de cómo Fidel Castro logró en la
Sierra Maestra incorporar a delincuentes comunes, matones a sueldos y
violadores a su ejercito y hasta llegó a convertirlos en fuerza de choque para
los combates y luego para edificar el muro intolerante de la revolución.
Cuando un
sistema político se apoya en personas con una conducta delincuencial peligrosa,
es porque ha comenzado una transición irreversible en el pensamiento de los
arquitectos del régimen, cuyo final es similar al de las mafias, los cárteles y
las bandas de férvidos que se dejan arrastrar, como decía Gustavo Lebon, por
una aureola de pasiones irracionales y llegan a cometer atrocidades contra sus
compatriotas.
Los
organizadores de Estado de SATS están advirtiendo al mundo como puede ser el
desenlace final en un país que, como aseguran, está en transición y sus líderes
acuden a los delincuentes para doblegar a quienes se les enfrentan y sostener a
cualquier precio el poder.
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