Rafael
Rojas, el mejor referente de la ensayística cubana actual, en su corto ensayo Breve
historia cubana de la infamia asegura con justa razón: “que la
descalificación y el escarnio son más frecuentes entre nosotros que en los
demás países de la región”. Al parecer, este proceder, inoculado en la conciencia
popular de manera sostenible, se ha estandarizado tanto que define, sin ninguna
duda, parte del carácter de la nación cubana y su pueblo.
Ahora mismo circulan por diferentes medios de prensas, dedicados a los
asuntos cubanos en el mundo, y navegan por Internet reacciones ofensivas y
burlescas contra algunos de los rostros opositores mejores estructurados en su
activismo cívico dentro de Cuba y en el exilio. Las descalificaciones y los
ataques personales cobran mayor fuerza en la medida que el sujeto, al cual se
les hacen las críticas, gana en notoriedad y prestigio. Es una manía consagrada
en la cultura política y general del cubano llevar al fondo de un cubo el
cangrejo que intenta rebasar el borde superior del mismo.
Lo lamentable es la ignorancia extendida de quienes se prestan al juego de
la reprobación porque de alguna manera están favoreciendo al agente coercitivo
que es el régimen cubano. Pero, a decir verdad, no son tan ignorantes cuando,
sorprendentemente, encuentras en esas ”batallitas”
a intelectuales, hombres de negocios, politólogos, agentes sociales, escritores
y hasta alguno que otros catedráticos, de esos que tanto a dado Cuba, y que
posiblemente impartan clases de moral y ética en cualquiera de las grandes
universidades europeas y norteamericanas.
A esta altura del juego, cuando la revolución perdió su argumentación
ideológica y el liderazgo retorcido de Fidel Castro, se ha hecho una costumbre,
dentro de los actores por la democracia en las dos orillas, atacar a otros activistas
por la sencilla razón de que los puntos de vista sobre la cuestión nacional no
es coincidente. Incluso, la torpeza llega a niveles tan alto, que algunos han
tirado en un rincón su activismo político, desistiendo de enfrentarse al
régimen, para consagrarse abiertamente al ataque contra aquellos animadores de
los cambios en Cuba.
Las argumentaciones siempre son las mismas y parten de un diseño antiguo,
fabricado en los laboratorios del departamento ideológico del partido comunista
cubano y de la seguridad del estado, que inducen las sospechas y el
colaboracionismo con el régimen en aquellos disidentes que mayor perfil
alcanzan dentro de la isla. Pocos, por no decir ninguno, de los más brillantes promotores
por los cambios en Cuba han quedado fuera de esas descalificaciones. El
recientemente desaparecido Osvaldo Paya Sardiñas, vivió sometido a un régimen
de críticas mordaz y espeluznante que intentaban ensombrecer su indiscutible
liderazgo político.
En este lado, donde los cubanos gozan de independencia total y ejercen el
derecho de la libre expresión, el desprestigio contra los que están dentro y
(también fuera) es mayor. Acá se aprovechan los medios de comunicación de la
democracia para demonizar a un adversario que bien pudiera militar en las
mismas filas del anticastrismo, sino no fuera porque las diferencias personales
se imponen al sentido común y a la mejor estrategia para cambiar el rumbo que
lleva el país durante más de medio siglo.
No se trata de guardar silencio contra las aptitudes negativas de un
opositor. Lo correcto sería, si de manera reservada se discuten los problemas
para ayudar a quien comete el error y mantenerlo en activo en la causa que
todos dicen defender. “Los asuntos de familia
se discuten en casa”, reza en el refrán popular, pero los que se dedican a
estos ataques olvidan que el silencio es una respuesta inteligente y que el que
más habla mayor probabilidad de cometer errores tiene.
Juan Gualberto Gómez lamentaba en el año 1884, cuando la fragilidad del
oficialismo español era evidente, las pugnas internas entre las fuerzas
anticoloniales, llegando algunas figuras influyentes de la época a desacreditar
a otros compatriotas que participaban en la contienda por la libertad de Cuba.
Parece que es un mal aprendido y una retorcida herencia histórica. Mientras
perduren estas discordias, entre cubanos de bien que tanto aman al país, los
verdaderos adversarios gozarán el placer de gobernar a su antojo para enlutar
las virtudes del pueblo cubano.