Glenda Murillo Díaz, de 24 años de edad, hija del vicepresidente cubano Marino Murillo, a quien nombran el “zar de las reformas” en Cuba, desertó y está radicando en la ciudad de Tampa, Estados Unidos.
La joven, salió de México, donde participaba a un curso de Psicología, por el puesto fronterizo de Laredo, Texas, alrededor del 16 de agosto, segura del duro golpe que propiciaba al sistema gubernamental que representa su padre, que es además miembro del buró político y el hombre a quien Raúl Castro ha confiado el timón de las reformas estructurales en la precaria economía de la isla.
Esta deserción toma titulares en los diarios internacionales porque se trata de una jovencita ligada al poder central donde se supone que existe un compromiso de lealtad con el proceso político que representa su padre. Sin embargo, Murillo Díaz, es una más en la larga lista de jóvenes que abandonan su país ante la incertidumbre de un sistema que no ofrece oportunidad para desarrollar la virtud, ni el talento emprendedor del llamado “hombre nuevo”. La frustración, la falta de horizontes en el lugar donde se ha nacido, el miedo a permanecer bajo un régimen sin libertad y la búsqueda de una ocasión propicia para el éxito, en otros sitios del mundo, son las principales causas de las deserciones de los cubanos nacidos después del triunfo revolucionario de los barbados frente a la anterior dictadura.
¿Son los jóvenes cubanos la continuidad del proceso político que iniciaron los hermanos Castro en 1959? ¿Están realmente comprometidos con el boceto ideológico, la intransigencia revolucionaria y el sacrificio personal para sostener el credo del comandante? ¿Desean las nuevas generaciones de cubanos mantener el camino de apego a la revolución que sostuvieron sus padres?
Realmente no. Si partimos que ya son varios los hijos de los principales líderes de la revolución que se encuentran radicando en el exterior o en contacto con otros países, donde mantienen algunos negocios en representación de la dictadura, que le sirven para catapultarse si llegase el momento de que el sistema colapse, podemos comprender que el legado revolucionario termina con la propia generación que alcanzó el poder por la fuerza en enero del 59.
Parece que son los propios padres del cortejo revolucionario los que desean mantenerlos alejado de la influencia perversa del castrismo, cuya doctrina comienza con elogios por el servicio que prestan los acólitos al imaginario del comandante y Raúl. Luego, cuando el tiempo ha devorado cualquier vestigio de virtud que pudieran poseer, son relegado al desprecio o castigado con severidad por faltas de probidad y rectitud revolucionaria.
Puede que este sea el caso de Glenda Murillo Díaz, porque su padre es uno de los hombres mejores informados de Cuba, cercano a las decisiones trascendentes de Raúl y el máximo responsable de sacar al país de una crisis económica que dura más de medio siglo. Alguien con tanto poder y conociendo la trayectoria implacable de los Castros contra aquellos funcionarios que les han servido a ello, pero luego, cuando no han podido cumplir las exigencias revolucionarias, terminan en la oscuridad de una prisión o relegado al albañal devorador de sus mejores hijos. Con más razón, si analizamos que el sistema es disfuncional e inoperante por naturaleza, puede inferirse que el fracaso inequívoco de las reformas económicas en la isla tendrá sus responsables y al cortar cabezas, la del señor Marino Murillo será de las primeras en rodar por el patíbulo “justiciero” de la revolución.
Mientras tanto la jovencita Glenda, de quien también se dice que vino al país enemigo de su padre por razones de amor, aparece feliz, colgando sus fotos en Facebook, sonriente, inspirada en los sueños de todo joven, decidida a no mirar atrás aunque en la isla hayan quedado sus progenitores y la revolución que un día le prometió un futuro seguro y cercano al paraíso terrenal. Ojala el entusiasmo de la edad la motive a encontrarse con los hijos de Ramiro Valdéz, Juan Almeida y con Alina, la hija rebelde de Fidel Castro, que también es desterrada. Estos chicos de papá, un día, contra los vaticinios revolucionarios, comprendieron que lejos de los padres y en otras tierras del mundo se puede conocer la verdadera libertad.