En este momento existe una embriaguez silenciosa en Cuba y esa calma también salpica este lado del estrecho. De la oposición interna, algunas reacciones de la prensa independiente son publicadas en el exterior. Del régimen, las lentas reformas al sector económico parecen no encaminarse con seriedad. El pueblo, sin embargo, está deprimido por la crisis y la única reacción perceptible es la movida de siempre: “luchar” por la supervivencia.
En ese estado de cosa, existe cierta comodidad por las partes. La dictadura, no se siente amenazada y sigue su paso arrollador contra toda forma de oposición. Los oposicionistas, sin un diseño estratégico viable, perfilan una adversa confrontación interna donde el protagonismo nubla el espacio de la racionalidad política. Los ciudadanos de a pie, alejado de la realidad mundial, siguen sin tener idea acerca de la libertad y sus valores.
De esta parte, el silencio no se justifica. Sin embargo, algunas voces (sonoras e inaudibles) están gestando un lobby en Washington sin precedente para un cambio radical en la política de Estados Unidos a Cuba. Cincuenta y dos años después, todavía hay quienes tienen la esperanza y apuestan por la Casa Blanca para cambiar los destinos de Cuba.
Todas las conductas justifican sus andanzas y a muy pocas personas se le escucha decir que el poder de esos cambios está en el cubano mismo. Nadie ensaya estrategias nuevas y se continúa subestimando al pueblo sufrido de Cuba. Ponderar al ciudadano de a pie justificaría cualquier esfuerzo y los que tenga dudas que miren a los pueblos de Túnez y Egipto
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