La fiesta continúa con los mismos bailarines sobre el escenario
y una escenografía copiada a retazo de los viejos libros con guiones
revolucionarios. Obama, inclinándose hacia la estatura octogenaria de Raúl, vuelve
a estrechar la mano del hombre fuerte de Cuba y hasta bromean como si fueran
viejos amigos. Es así como se cultiva el caldo de los demonios y se superan los
aparentes agravios entre enemigos.
Nada debe tomar a nadie por sorpresa. La obra está escrita,
revisada por los mejores editores del mundo y lista para su puesta en escena.
Solo falta descifrar el orden de los actos y los nuevos protagonistas que se incorporarán.
El final, está en las quinielas, es predecible. El presidente americano camina
por Las calles de La Habana y, sin necesidad de decir Viva Cuba Libre, bebe un
cafecito frente al parque central, se baña de pueblo, improvisa un son con
mojito cubano y se lanza a guarachear Rampa arriba, Rampa abajo. La foto tendrá
su retoque porque la historia, contada por los vencedores, debe ser precisa
Después, porque la vida sigue igual, llama a Roma para
hacer el balance y saborear la victoria. (Los derrotados serán siempre huérfanos)
No está mal, y eso es verdad, que Estados Unidos se haya
acercado a La Habana por sus intereses estratégicos aunque las autoridades de
la isla se aproximen a Teherán, Moscú y Pekín. Lo que no está bien es que para
hacerlo desprecien a quienes han tratado de resolver el problema entre cubanos
contando con todos.
También es verdad, que aquellos que salen a oponer su
rechazo a las nuevas medidas son tildados de locos, desfasados y antipatriota.
Atrasados, aberrantes y restauradores del ayer. Y como el poder para desmentir
tales infamias es menor, la mentira comienza a contaminar a este mundo de románticos
y olvidadizos.
Están solos los cubanos y bien acompañado su gobierno. Raúl,
reconozcámoslo sin pasión, se saltó de listo y es un dictador más cómodo que su
hermano porque se ha dejado acompañar del poder real que es lo que cuenta.
Mientras la obra avanza nadie se pregunta ¿Qué hacer?
Vaya interrogante. Fue Vladimir Lenin, que inspirados en la novela de
Chernishevki se hizo tal pregunta para establecer un programa y la estrategia
que debía acompañar a un partido concreto para llegar al poder. La historia
demuestra que funcionó. Del enemigo también se puede aprender porque, realmente,
algo hay que hacer.
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