Han sido tres los Pontífices que han viajado a la Habana
desde 1998 hasta la fecha. Primero fue Juan Pablo II, aquel carismático polaco
capaz de hablar varias lenguas, hacer ejercicios sobre el hielo y condenar sin
tapujos al comunismo. Luego, Benedicto XVI peregrinaba por Cuba con una sonrisa
lacónica, un atisbo apagado y dejándose escuchar con unas palabras susurrantes
y agudas.
Hace unos días, el Papa Francisco recorría Cuba como
misionero de la Misericordia. Desde su llegada se mostraba cómodo, casi en
familia y sin la presión del idioma.
En la misa de La Habana habló de la necesidad de servir. Fue una homilía
de gran altura intelectual por sus precisiones religiosas y morales. Frente a él,
como en todas las celebraciones, estaba Raúl Castro rodeado de su cúpula gobernante
que parecían no entender el mensaje.
Juan Pablo II era tan espiritual como acertado. Su
postura frente a la intolerancia marcaría para siempre su vida y del comunismo conocía
su esencia perversa porque lo había vivido en carne propia. Sin dudas, los
Papas son hombres y Karol Józef Wojtyła actuaba, inspirado en su
responsabilidad apostólica, pero sin olvidar su condición humana y las heridas cifradas
en su piel.
Francisco viene de Argentina donde hay miseria y existen
otros males pero nada comparable con el comunismo. Tal vez, por eso no tuvo en
cuenta a los disidentes políticos ni se conmovió cuando frente a sus ojos un
joven fue arrestado después de haber recibido su bendición. ¿Cómo hubiera
reaccionado Juan Pablo II, se preguntan muchos, antes tan cruel arbitrariedad?
En Cuba la Iglesia, en la persona de Francisco, no condenó
al comunismo y en Estados Unidos, sin pelo en la lengua critica al capitalismo. Qué lectura encontrar en esa bifurcada retórica? Ni Dios lo sabe.
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