I
Obama y el fin del entusiasmo
Las elecciones del
4 de noviembre, donde los republicanos ganaron el Senado y la Cámara de
Representantes, anunciaron el fin del entusiasmo que generó la era Obama. Un período
marcado por las grandes expectativas y los supuestos cambios que muchos
creyeron vendrían con la llegada a la Casa Blanca del primer presidente con un
cincuenta por ciento de ascendencia negra.
Era normal que Norteamérica
se planteara esas expectaciones cuando Obama basó su campaña electoral en una asonada
propagandística sin precedente, donde el Si
Podemos parecía sortear el periplo tradicional de la política americana.
Pero una cosas son las
palabras y otras los hechos. La democracia en Estados Unidos gravita sobre tres
pilares esenciales para su existencia. Las instituciones democráticas, la
libertad individual de los ciudadanos y la división del poder. Ningún
presidente, por muy popular que sea, podrá estar por encima de la entidad
social y las personas. Y mucho menos obtener todo el poder para mutar al país.
Barack Obama, es un
hombre inteligente y tiene carisma. Dos atributos que asustan cuando se tiene
mucho poder y se milita en la ideología liberal americana. Su discurso es orgánico
y raspa cierto velo de populismo porque atrae, invita al aplauso y hace soñar. Esas
variantes crearon una invención americana en pleno siglo veinte y uno. Y el
presidente, que parece no ser modesto, pensaba mesiánicamente que el Yes, we can justificaría otra agenda en
la primera residencia del país.
La disminución del
desempleo y el alza de los índices económicos no han sido suficientes para
contentar a los norteamericanos. Seis años después, la frustración del
ciudadano con su gestión le castiga y lo sitúa frente a un paraban republicano difícil
de franquear.
Ahora bien, la
realidad impone a Obama conducirse entre la prudencia política, resignándose a
pactar con el adversario, y la obstinación ideológica, queriendo imponer su
ideario como solución a todos los problemas.
Su legado depende
hoy de la estrategia que sea capaz de implementar para terminar sus dos años de
mandato sin el apoyo del congreso y el senado.
Buena suerte señor presidente.
II
Borrar lo negro
Una nota emitida
por el ejército norteamericano anuncia que eliminó la política que permitía el
uso de la palabra negro para referirse a las personas de piel oscura. Ha pedido
disculpa por ofender a todos aquellos que se puedan sentir aludidos y reconocen
que el error los obliga ha a eliminar cualquier lenguaje anticuado de sus
reglamentos.
Estados Unidos es
un país perfectivo porque se corrige casi a diario. Así ha sido siempre y este
nuevo paso intenta dignificar a las personas de ascendencia africana que viven aquí,
donde sus abuelos sufrieron el abominable crimen de la esclavitud.
Los negros en América,
a diferencia de Cuba y otros países en el continente, reniegan del apelativo
porque a sus memorias revoletean los días aciagos de la segregación racial y
los crímenes por motivos de razas. Además, porque se han acostumbrado a
percibirse como parte de una nación que admite de África los orígenes pero no
la esencia.
Para los negros
cubanos, a manera de ejemplo, que aceptan la negritud con orgullo y sin
complejos, parece ridículo y un hecho simple. Sin embargo, en Estados Unidos
las formas importan.
De todas formas, cuando
se cambian las cosas que afectan a una parte de los ciudadanos, América se
edifica en un mejor país.
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