Las redes
sociales y algunos medios de prensa de diferentes partes del mundo se hicieron
eco de los rumores que salían, esta vez de Caracas, Venezuela, de boca del
columnista Nelson Bocaranda, que aseguraba que Fidel Castro, el ex máximo líder
de todos los poderes en Cuba, estaba moribundo y en fase terminal, paso previo
al viaje final que lo llevaría al mundo de los muertos. Luego, otra persona, que
dijo ser médico, detallaba el estado morboso del comandante.
Durante los
pocos días que duró el rumor, los sesudos y cubanologos buscaban aristas para
hacer sus conclusiones. Unos advertían que el comandante no le había enviado un
mensaje de felicitación a su discípulo Hugo Chávez, ganador de las elecciones
venezolanas. Otros creían posible el evento fúnebre porque sus reflexiones
tampoco se podían leer en Internet.
Mirándolo
bien,” no es Fidel quien debe felicitar a
Chávez. Ese papel le correspondería a
Raúl”. Destacó el académico Andy
Gómez de la Universidad de Miami en un acertado análisis sobre esos murmullos.
Si aparecen en la red sus reflexiones no debe ser motivo de dudas sobre su
muerte porque realmente Castro, por sus evidentes trastornos de personalidad,
sabe jugar las cartas del disparate para llevarse los titulares que le ayudan a
mantenerse en vida porque sabe teatralizar la resucitación. Y es lógico pensar
así al tomar en cuenta que el comandante, en el fichero de las adivinanzas, ha
sabido poner su vida en el mayor secreto guardado de una nación.
¿Porque
interesarse tanto por alguien que decide muy poco, por no decir nada, de un
país que ahora administra Raúl, quien realmente maneja todos los hilos del
poder y usa el referente de su hermano de manera pragmática porque está seguro
que Fidel ha quedado en el pensamiento de aquellos revolucionarios
incondicionales que creen que el comandante sigue controlando la palanca de la revolución?
Fidel ya no
importa. Su muerte no cambia nada en este momento cuando Raúl, como buen
aprendiz, tiene las llaves del proceso político cubano y las maniobras con
habilidad para sortear dificultades en el orden económico y social. También
para lidiar con el aumento creciente de opositores prodemocráticos, con el
descontento de la militancia, la frustración de los jóvenes y los recelos de
los reformistas silentes dentro del poder.
Para dar en
la Diana se debe eliminar el mito de Fidel y concentrarse en lo más importante
que es la movilización ciudadana en la isla, como propone el ex prisionero
político José Ramón Gabriel Castillo, para poder jerarquizar al movimiento
cívico cubano como la verdadera fuerza de cambio si se estructura la dinámica de
la oposición, su efectividad, organización y el aumento de su base social.
Sería
conveniente, al evaluar la realidad cubana, tomar a Fidel Castro como parte de
un momento histórico pasado. Su impacto en la sociedad es referencial y
simbólico porque ya no puede articular un breve discurso. Ni dar tres pasos
frente a sus marchas del pueblo combatiente, ni dar ordenes a sus
lugartenientes y menos dirigir al partido. Lo peor, para alguien que se creo el
mito de la invencibilidad, es necesitar sostenerse en los brazos de alguien
para mantenerse en pie.
Al mirar
las imágenes publicada por los medios de prensas en Cuba, cualquiera, desde el
primer momento, solo puede advertir a un anciano débil e incoherente,
apoyándose en lo que fue y escondiendo su realidad detrás de un aparente estado
físico normal. Los años nos perdonan a nadie y a Fidel Castro le están haciendo
un ajuste de cuenta.